“Creo que, como decía Vladimir Nabokov, la literatura no enseña, no modifica: la literatura fascina. Ese es el objetivo. Lo demás es entenderla mal”, dice Ivar Da Coll al otro lado de la pantalla, y añade que, por eso, los libros infantiles no existen para inculcar valores, educar ni moralizar.
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Su mamá siempre le repetía algo a lo que no ha dejado de darle la razón con el tiempo: en la literatura solo existen tres temas —la vida, el amor y la muerte—. Tal vez por eso nunca se ha sentido cómodo con la idea de escribir desde el “niño interior”. No cree en ese mito que llega a parecerle, incluso, cursi: “lo que sucede es que todas mis emociones como adulto las puedo expresar a través del lenguaje del libro para niños. Es todo”, dice.
De joven quería estudiar Bellas Artes, pero el camino lo llevó hacia los títeres gracias a una de sus maestras: “Hicimos montajes… recuerdo uno de Federico García Lorca, Los títeres de Cachiporra. Ella era muy profesional, había tenido formación en Europa y después formó su propia compañía. Yo empecé a trabajar ahí”.
Para él, el teatro de muñecos —que ocurre en tres dimensiones— se parece mucho a los libros ilustrados, que existen apenas en dos. “Por lo demás, funciona exactamente igual: hay una historia que contar, unos personajes muy estructurados que están en ambientes determinados”. Así, a raíz de que una cosa estuviera conectada con la otra y en medio de lo que él define como “un afán, una preocupación”, comenzó a escribir.
Recuerda que en esa época, en Colombia ya había escritores muy importantes como Fanny Buitrago, Eduardo Caballero, Elisa Mújica y Jairo Aníbal Niño. Pero su primera obra llegó por encargo: Chigüiro. Ese pequeño personaje quedó ligado a él para siempre —con todo lo que un “para siempre” puede significar— y se convirtió en una sombra amable de la que nunca quiso ni pudo desprenderse. Hasta hace poco los conoció en vivo: “son entrañables, son vulnerables, pero no débiles. Para mí, simbolizan a un niño”.
Los niños son más que destinatarios
Tratar a los niños como personas, aunque parezca obvio, sigue siendo una lección suspendida para muchos adultos. Da Coll cree que los más grandes suelen verlos como una etapa superada. Por eso su intención al escribir jamás fue enseñarles a ser eso —niños—, sino hablarles desde el mismo respeto que esperaba recibir. “De ahí vienen tantas distorsiones, como decir que uno escribe desde el niño interior: eso es una proyección del adulto sobre lo que cree que debería ser”.
Aún con esa convicción, confiesa que al principio le aterraba enfrentarse a sus lectores. Cuando los colegios comenzaron a invitarlo para leer junto a los niños, el escritor tímido que tanto se resguardaba en las páginas sentía verdadero pánico. Con el tiempo, mientras recorría distintas ciudades y países, descubrió que, cuando empezaba a leer (no importaba el libro que fuera), siempre había una conexión con ellos. “Ahí fue cuando dije: ‘creo que funciona. Voy a seguir haciéndolo’. Y aquí me tienen”.
Repensando esas visitas a los colegios—donde a través de los planes lectores se gestiona lo que se debe leer—, Da Coll habla de esa “pata que le falta a la mesa”: una política seria de lectura para la infancia. Pues, a pesar de reconocer la labor de figuras como Silvia Castrillón, lamenta la falta de continuidad en el resto del gremio. “En estos tres últimos años ha habido poquísimas compras públicas. Y no lo digo solo por mis libros; sé que en el sector ha habido muy pocas”, comenta.
Pero más allá del número de ejemplares vendidos, la literatura infantil enfrenta otros problemas de fondo. “De unos quince, veinte años para acá, cuando apareció toda esta cuestión digital en que la gente podía dibujar en pantalla, empezó una proliferación de ilustradores alucinante. Y con un detalle muy grave: muchos de ellos consideraban que eran ilustradores y escritores. No está tan logrado eso”.
Da Coll no cree que existan tantos que puedan cumplir ambos oficios con solvencia. Para lograrlo, explica, hay que entender hasta dónde la palabra ilustra y hasta dónde la ilustración escribe.
“La gente no se alcanza a imaginar cuál es la importancia de leer y de escribir”, insiste. “Leer bien te permite interiorizar cómo se exponen las ideas. Eso ayuda a que tu propio discurso sea coherente”. Y escribir, agrega, no es un privilegio de los escritores. “No para volverse uno García Márquez ni Marcel Proust, ojalá que sí, pero escribir es una herramienta muy poderosa que nos ayuda a defender muchas cosas. Para empezar, nuestros derechos”.
Una literatura que se desdibujó
“Cuando Maurice Sendak sacó su último libro, en The New Yorker publicaron un artículo de cinco páginas sobre él, escrito por Salman Rushdie”, cuenta. Ese detalle bastaba para dimensionar el lugar que alguna vez ocupó la literatura infantil: “No podemos decir que se ha degenerado en eso, en una literatura para adultos aniñados”.
Se reconoce un poco fatalista. Cree que “lo que era, se perdió, se distorsionó tanto que ya no se sabe qué es”. Lo que él llama literatura infantil “era muy poderosa, muy compleja y a la vez fascinante”. Insiste en esa palabra —“fascinante”—, recordando a Nabokov, y a la literatura de antaño que dejó una vara difícil de alcanzar.
“Antes se hablaba del mundo interior de los niños con poesía sencilla, directa, humana. Era una literatura que emocionaba… pero eso ya no existe”. El parámetro de quienes escribían antes era precisamente ese: una literatura hecha con responsabilidad. Porque, además, se hace con un equipo —explica—, cosa que no suele suceder con los libros para adultos.
Frente a esa tradición, la literatura infantil actual tiende a volverse utilitaria. “A mí me da risa, porque uno descubre cuando la gente no lee. Por ejemplo, un editor que propone hacer un libro sobre “valores”, no ha leído a Andersen”. Otra “pata” para buscarle a la mesa.
Para él, tanto el autor como quienes trabajan en la literatura infantil deben leer de todo: literatura para adultos, clásicos, obras diversas. “No puedes nutrirte solo de arroz, porque eso no es una dieta balanceada. Eso genera un pensamiento a la hora de evaluar un material y asumir la responsabilidad de decidir si se va a publicar’”, explica.
Construir un personaje más allá de la ternura
“Los teóricos que han estudiado el tema llegaron a la conclusión de que los animales funcionan como comodines”, explica. “Esos personajes no tienen una edad definida: pueden ser adultos, pero también niños. Su plumaje, su piel, sus gestos… todo eso los hace entrañables para los lectores. Y por esa ambigüedad, el niño puede identificarse fácilmente con ellos, comprender lo que están contando”.
Trae como ejemplo su última publicación, Jazmín, la historia de una chigüira que abandona su hábitat y termina en la ciudad. Un libro que habla de la triada que su mamá le enseñó: la vida, el amor y la muerte. Un libro a blanco y negro que acentúa lo que Da Coll reitera: que no hay que proteger a nadie del mundo real. Cuenta que “muchos se escandalizaron”, pero, para él, “uno escribe pensando en que haya lectores, pero desde la sinceridad, sin traicionarse a uno mismo”.
Jazmín representa a los miles de niños abandonados en el país. “Por eso utilicé la chigüira en la historia: es un ícono que forma parte de mi identidad como escritor y, al mismo tiempo, un espejo de la infancia que merece cuidado y atención”, concluye.
Gran parte de la literatura infantil contemporánea perdió ese espesor. “Una de sus fallas más grandes es que ya no hay personajes —dice—. El niño no encuentra una figura sólida, emocionalmente estructurada. Está el perrito X que camina por ahí, pero no tiene profundidad, no transmite nada. Y eso, precisamente eso, es lo que hace la literatura”.
Y es en esa condición de “comodín” que finaliza hablando sobre Caperucita Roja: “Cuando Perrault escribió ese cuento estaban desapareciendo muchos niños que eran abusados o violentados. El lobo representa eso, simboliza al acosador. Esa es la fuerza: la capacidad de hablar de lo que parece innombrable. ¿Todavía sigue siendo solo para los niños?”.
Antes de terminar, hace una pausa y se ríe. “Ahí está la respuesta: por eso los libros infantiles no son tan zonzos como la gente cree que pueden ser”.