Cuando Luis Fernando Charry le contó a su abuelo que quería estudiar literatura, el poeta reaccionó casi que escandalizado: “Ningún escritor serio va a la universidad a estudiar literatura”. Para él, aquello rozaba la aberración. Entonces, el joven le propuso otra opción: psicología. “No, mejor literatura, porque si hay que escoger el mal menor…”, y así terminó por “bendecir” su elección.
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Ese nieto, que hoy es escritor, recuerda la desconfianza con la que su abuelo veía el oficio: “Le parecía que el mundo literario era realmente muy miserable, una cosa paupérrima. Incluso me llevó a algunos eventos para conocer poetas y me dijo: ‘Mira, quiero que vayas conmigo para que veas que esto es de una miseria infinita, para ponerle lágrima’”.
Fernando Charry Lara, un referente de la poesía colombiana del siglo XX, publicó Nocturnos y otros sueños en 1949. Dos años después, gracias a un conocido y a una carta, entró en contacto con el joven Fernando Botero. El encuentro ocurrió en Bogotá, en donde el poeta le entregó al pintor un ejemplar del libro con una dedicatoria. Charry Lara tenía entonces 29 o 30 años; Botero, apenas 19. Una semana más tarde, el ejemplar regresó a sus manos, esta vez ilustrado y con una dedicatoria extra. Ese libro permaneció —nadie sabe si por un olvido involuntario— casi cuarenta años guardado en un cajón, hasta 1990. “Durante esas cuatro décadas él nunca tuvo afán de publicarlo de nuevo. Ya para entonces Botero era Botero, y en este país de oportunistas habría sido un gran negocio sacar ese material (…) luego salió en una especie de antología, un típico coffee table book con papel Kimberly. Impecable. Pero a él le daba lo mismo que apareciera en esa edición de lujo o en un cuadernillo departamental del Huila”, contó su nieto. Luego de eso, hubo una ausencia prolongada de la obra.
En estos últimos tres años, Luis Fernando Charry trabajó en un proyecto: volver a poner en circulación el libro de su abuelo. Tocó la puerta de dos editoriales locales. En la primera le dijeron que la situación era complicada y que, sin patrocinio, no había manera de publicar un libro de esas características. La segunda le dio una respuesta idéntica: necesitaba respaldo externo. “Y eso era algo que no iba a hacer, porque no soy el tipo de persona que puede ir de empresa en empresa buscando un patrocinio, para después, con ese cheque en blanco, llegar a la editorial y publicar”, contó. Entonces apareció el FCE (Fondo de Cultura Económica). Charry dijo que, gracias a su directora, Gabriela Roca, y al equipo editorial, la obra pudo “ver la luz” otra vez.
A propósito de las reediciones, opina que son parte esencial de la dinámica editorial, aunque a menudo se entienden solo desde un punto de vista comercial. Explicó que existen libros cuya permanencia está asegurada: manuales de lectura obligatoria en los colegios o clásicos que cada año siguen encontrando lectores: “Esos títulos se reeditan de manera casi automática, y está bien, porque muchas son obras maestras que deben seguir circulando”, señaló. Pero el problema, agregó, surge con aquellos libros que no entran en esa categoría: novelas extensas o de difícil acceso, volúmenes de cuentos y, sobre todo, poesía. Para él, Colombia y América Latina poseen una tradición poética de mucho peso, pero ese legado se diluye por falta de circulación. “Se entiende desde la perspectiva de la subsistencia de las editoriales, pero el resultado es que títulos fundamentales desaparecen”, afirmó.
Un mercado que prioriza las novedades
Ana María Aragón —directora de Casa Tomada y librera—, frente a la pantalla de su computador con los lentes puestos sobre la cabeza, como suele ubicarlos cuando habla de temas más serios o que la emocionan, comenzó a construir una especie de radiografía del mercado editorial. En ella, insistió, hay una enorme cantidad de literatura publicada hace años que hoy resulta muy difícil de encontrar; lo que sí hay es un terreno que las editoriales deberían reconsiderar con seriedad: el de las reediciones bien pensadas. “Las editoriales grandes a veces imprimen miles de ejemplares de un mismo título que no se mueve. Tú miras la bodega y hay siete mil ejemplares de un libro nuevo, mientras que de Las estrellas son negras, de Arnoldo Palacios, no hay ninguno”, dijo.
Además de las dificultades propias del mercado, están las restricciones o políticas de las editoriales. Como diríamos coloquialmente: para la muestra, un botón. Al pedir libros, contó, es casi que obligatorio reportar al menos un 10 % de ventas del catálogo. Si en 180 días un título no se mueve, lo retiran. En estas condiciones, ha repetido una y otra vez que no todos los libros son novedades, que no tienen fecha de vencimiento, que no se puede medir su vida útil con reglas meramente económicas: “En una librería pequeña se vende lo que uno se ha leído y lo que a uno le gusta. En una cadena es distinto: se mueve lo que sale en medios, lo que está en torres de exhibición”.
Recordó que, cuando murió Gabriel García Márquez, “no había un solo libro suyo en las librerías del país”. “Lo que hice fue traer ediciones desde España, donde Penguin tenía los derechos. Importé todas las de bolsillo y las vendí”, recordó. Ese mismo año, Penguin adquirió los derechos de las obras del Nobel para todo el mundo hispano y, desde entonces, sus libros volvieron a estar disponibles en Colombia de manera permanente, con ediciones en tapa dura, rústica con solapa, de bolsillo e, incluso, ilustradas.
A su juicio, y frente a la recirculación del libro de Fernando Charry Lara, sin reediciones resulta imposible que un público nuevo se acerque no solo a la poesía, sino a cualquier otro género literario. Mencionó entonces a Ursula K. Le Guin, cuya obra permaneció años fuera de catálogo y solo volvió a circular cuando los debates sobre género y ecología la hicieron de nuevo relevante: “Ahora se vende todo el tiempo”.
Según contó, la ciencia ficción latinoamericana enfrenta un problema similar, con libros como El tercer mundo después del sol, que puede pasar meses sin reimprimirse a pesar de la demanda constante. Reconoció que a veces las demoras están ligadas a los derechos editoriales, pero insistió en que también se trata de una falta de cuidado en programar las reimpresiones. “Últimamente me preguntan mucho por El nombre de la rosa, de Umberto Eco, y no hay edición normal disponible, solo la ilustrada. Esas versiones ayudan mucho, pero es a lo que me refiero con la demanda”, señaló. Algo semejante ocurre con Cien años de soledad y con la novela gráfica de El olvido que seremos: ediciones especiales que permiten que la obra circule, aunque otras versiones permanezcan ausentes.
Cuidar la tradición desde una editorial independiente
Existen proyectos que trabajan activamente por mantener viva una tradición literaria y, a su vez, rescatar títulos difíciles de encontrar. Al inicio, la editorial independiente Laguna comenzó con reediciones de ficción colombiana. Ana Lucía Barros, coordinadora editorial y editora de no ficción, explicó que el interés principal siempre ha sido atender a los lectores: por un lado, publicar autores colombianos, latinoamericanos, y obras nuevas de literatura que consideran valiosas; por otro, evaluar cuidadosamente la calidad literaria y las perspectivas novedosas en estilo, estética y un trabajo de reedición.
A partir de estos criterios, desarrollaron la línea de clásicos de la editorial, incluyendo autores extranjeros como Margo Glantz y Sara Gallardo. Según Barros, no siempre buscan que los libros sean un éxito de ventas, sino que sean títulos que les hubiera gustado encontrar en los estantes de las librerías: “Nos generan esa sensación de ‘¿por qué no lo habíamos publicado antes?’. Y todo parte de la curiosidad, ¿no? De tener un ojo mirando hacia la tradición y otro hacia la actualidad”.
María José Ojeda, editora de ficción del mismo sello, explicó que en Laguna existen dos ramas frente a las reediciones: una corresponde a libros que ya tienen en el catálogo y requieren un nuevo trabajo, como Memoria por correspondencia, de Emma Reyes. Esto, por el interés en revisar el manuscrito original y repensar una nueva curaduría de las cartas. Por otra parte, están los textos más clásicos o poco difundidos a los que deciden dar una primera edición, independientemente de que se tenga un panorama fijo sobre la venta. En ambos casos, el objetivo es mantener la vida de los libros: que sigan circulando.
Las reediciones funcionan como un termómetro del ecosistema editorial. Por un lado, muestran que ciertos títulos se mantienen vivos gracias a su presencia constante en colegios, librerías o debates culturales; por otro, que muchos corren el riesgo de desaparecer si no existe una mirada crítica del catálogo. La experiencia con Nocturnos y otros sueños nos plantea preguntas: cómo un título puede permanecer décadas fuera del radar y de qué forma la intervención de editoriales independientes o instituciones como el FCE puede devolverlo al público.
Ese equilibrio entre tradición y novedad que plantean permite que la literatura siga cumpliendo su función: conectar lectores, integrarse a las conversaciones y asegurar que la memoria literaria no quede relegada frente al impulso comercial de la industria.