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Le dijeron que su nombre era imponente. Sus padres dicen que Alejandro fue creado por los dioses. Alejandro en relación a Alejandro Magno, Alejandro el grande o Alejandro a secas.
Ese domingo, Alejandro se dirigía a ver a su novia al sur de la ciudad. Una hora de trayecto se demoró en un bus particular, hasta llegar al barrio Paleta. Antes de verse con su amada, se dirigió a la tienda mas cercana a comprarse un cigarrillo de esos nuevos que tienen pepas mentoladas y saborizadas.
A mitad de la fumada, volteó a pagar cuando de repente sintió que dos sombras se le acercan lentamente y al girar se encontró de frente con dos ladrones. Uno empuñaba una navaja semi oxidada, que si no te mata el corte lo hará la infección. El otro empuñaba un arma de fuego; un revólver calibre 38.
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-Si quieres vivir entrega todo lo que tengas- dijo el primero de los asaltantes, mientras el otro ¡sssuin! se escuchaba al mover su navaja de izquierda a derecha.
Alejandro tenía en sus bolsillos unos cien mil pesos colombianos que pensaba usar para invitar a su novia a salir. Estaban cumpliendo dos años de relación, pero los ladrones se salieron con la suya.
Alejandro se quedó viendo a los asaltantes retirarse con su dinero con cara de pendejo por no haber podido hacer nada y pensando que lo mejor era que no haber perdido la vida en un asalto, como ocurre seguido en Cali. Continuó su camino rumbo a la casa de su novia y al momento de llegar, ella le peleó por no haberse defendido y decidió terminar con él por cobarde. Ella decía que sino se defendía él mismo, como la iba a defender a ella.
Con decepción Alejo se retiró. Se sentía menospreciado e indignado por no ser tan valiente como lo eran los demás. Al llegar a su casa con el corazón roto, la decepción era mayor y no sabía qué hacer, le habían robado no solo dinero sino la confianza en él y en el amor.
Antes de llegar a casa, Alejandro fue directo al estanco de la esquina, compró una botella de Whiskey y un cigarrillo de esos que te dan risa, para olvidar todo lo malo que le había pasado en el trascurso del día. Después de tres horas tomando tragos, solo, deprimido, cruzó la puerta del apartamento donde vivía y dejó de pensar en lo malo.
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Con ayuda del alcohol y sustancias psicoactivas, Alejandro tenía un equilibro poco recto, se balanceaba de un lado a otro y en un momento tuvo un accidente. Al momento de acostarse en la cama se tropezó y ¡cataplas! se escuchó en la habitación. Su mano derecha fue a dar con uno de los filos de la cama ocasionándole una cortada. El dolor era tanto que no derramó una lágrima y prometió no volver a retroceder por muy peligrosa que se viera la situación, no iba a retroceder, a las 23:00 se acostó bastante mareado y con la mano cortada.
Capítulo II
Piel de lobo.
A la mañana siguiente al abrir los ojos, entre medio dormido y enguayabado, Alejandro se sentía raro. Se levantó del suelo y no podía controlar su equilibrio. Trataba de gritar y se escuchaban rugidos. Se asustó tanto que al ver a su alrededor no veía sino la pradera y pensó “que descontrol el de anoche, dónde estoy, en qué lugar me encuentro”.
Miró sus manos, vio que tenía pelo, que no eran manos de humano sino patas de lobo. Se había transformado en un animal que vive en manada, tiene pelo de principio a fin y se alimenta de la carne. Alejandro era ahora un lobo y fue tanta su conmoción, que trató de salir corriendo pero el suelo lo recibió y ¡PUM! se escuchó un golpe seco que lo mandó al piso una y otra vez.
Alejandro no entendía nada, pensaba que estaba aun bajo los efectos de las drogas y el alcohol.
Pasaron seis horas y el nuevo lobo se la pasó tratando de aprender a caminar en cuatro patas. Sin entender que estaba pasando, si era un sueño o una pesadilla, asustado y con hambre, Alejandro el lobo, salió de su cueva oscura con una estatura de un metro de alto, lomo plateado brillante y torso grueso. Tenía ahora la apariencia de macho alfa que siempre quiso tener pero en el cuerpo de un animal.
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Cada hora que pasaba en aquel extraño lugar, sus movimientos y agilidad iban mejorando. Al paso de cinco horas, Alejandro ya podía trotar sin sentirse cansado ni jadear por el cansancio; saltaba distancias muy largas, avanzaba cinco metros aproximadamente por cada salto, tenía un agudo oído con el que podía escuchar la caída de un alfiler a largas distancias, incluso si el sonido estaba en otra vereda.
Se acercaba la noche y cada vez que el reloj se acercaba al alba, el lobo nuevo se sentía más frío y más oscuro. Alejandro no entendía por qué a pesar de que fuese de noche, él podía ver en la oscuridad claramente como si en sus ojos tuviese luz propia. La bestia pasó todo el día en tierra mágica y no había podido ver otro ser vivo, eso le fastidiaba porque él quería lucir sus nuevos dotes a otros seres para que vieran su nueva apariencia imponente que comenzaba a gustarle.
En la mañana siguiente, al salir de su cueva, el animal tenía mucha hambre. No había comido nada mas que bayas en el bosque y nada de carne; su estómago estaba chillando y crugía. En un momento Alejandro se concentró para ver si oía algo, algún conejito u otro ser que saciara su hambre. De un momento a otro, escuchó ¡trick, track, stick, stack!. Parecían ser huellas y el lobo comenzó a moverse despacio, con sigilo para no espantar a su presa.
- Te voy a comer- decía en su mente con el hocico lleno de babas por el festín que se imaginaba.
De nuevo sonó el ¡zurf, zurf, shict shict! con este sonido sigiloso que dejaba para no espantar a su futura presa, Alejandro subió a la cima de una montaña para observar a su carnada e idear un mejor plan para capturarla.
Cuando llegó al barranco se dio cuenta que no se trataba de la silueta de ningún animal, sino de un ser humano. Por un momento recordó que hace unas horas él también era humano y se recordó así mismo flaquito, con miedos y pérdidas amorosas. Pero esta vez estaba del otro lado de la cadena alimenticia, era todo lo contrario. Pegó un brinco y un sonido desgarrador partió el viento mientras se escuchó un ¡Gruuaggg!
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Capítulo III
El rugido veloz.
Al escuchar semejante rugido, el mortal en medio de los arbustos se asustó al ver del cielo caer tan feroz bestia y solo pensó en correr, correr y correr. Con el miedo a cuestas, corrió y corrió sin rumbo alguno durante cinco minutos hasta llegar a una cueva donde los rayos de luz no entraban. Pensó en que ese sería su refugio y se fue metiendo hasta lo más profundo del laberinto oscuro buscando una esperanza de vida.
Lentamente Alejandro, el lobo, llegó también a la entrada de la cueva, giró su cabeza de izquierda a derecha y agarró el segundo camino. Su presa, el humano, al creer que el monstruo se había alejado dijo: “carajo me salvé por poquito de esta bestia”.
- ¿Te salvaste? no me hagas reír, dijo el lobo desde la espalda del chico.
-Ahhhh- Ahhhhhh- Se escucharon los gritos en el interior de la cueva.
Pasaron tres minutos.
El chico que no era lobo sino un humano cualquiera cargado de miedo, salió por el frente de la cueva con una herida de garra en su hombro derecho. Detrás venía Alejandro que sí era bestia, diciendo “tengo tanta hambre que te comeré despacito porque no sabré cuando volveré a comer”.
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-¿Puedes hablar? ¿Cómo es posible si eres una bestia? Le respondió el hombre mientras corría a la velocidad de sus piernas.
Por un segundo el lobo se detuvo y pensó que los seres humanos lo podían escuchar y entender.
-¿Cómo es posible que me puedas entender? se preguntó el lobo en voz alta.
- No sé pero si tienes hambre yo puedo conseguirte comida, pero no me devores. Le respondió la presa todavía en movimiento.
De un bolsito que tenía quien sabe dónde, el chico sacó dos conejos que había cazado. Estiró la mano y se los ofreció al enemigo. “No es mucho”, le dijo a la bestia hambrienta estirándole a los animalitos y suplicando para que no se lo comiera a él.
El lobo consternado por la atípica escena que presenció desde que despertó, prefirió conversar con el joven que ya no era presa sino un desconocido al que ahora quería conocer.
¿Chico, cómo te llamas? Preguntó el lobo ya sin prisa.
- No soy un chico, soy una chica y me llamo Betsa.
El lobo sorprendido por la aparente confusión sobre el sexo de su antigua presa, prefirió continuar con otro interrogante.
-¿Qué lugar es éste Betsa?
- Se dice que todo este valle está repleto de la magia que los dioses crearon para poder observar la humanidad. Se llama la Sucursal del cielo, una tierra santa y tú podrías ser su protector.
Betsa era una chica de un pueblo vecino que había venido a la tierra santa en busca de un amigo celestial para poder emprender un viaje y recorrer el mundo. Era dulce, con el cabello recogido para no mostrarse como una mujer, ágil para correr y muy inteligente para resolver problemas.
-¿Qué hay de ti? ¿Cuál es tu nombre? Ahora preguntó ella.
Alejandro o el lobo o el lobo y Alejandro. Frunció el ceño y dijo finalmente Rugido Veloz, pero me llamo Alejandro.
-¿Eres un protector de este lugar? Insistió Betsa.
-No. Hace muy poco llegué por acá y apenas me estaba acostumbrando, pero no había comido nada y tu ibas hacer mi cena.
-¿Qué vas hacer Rugido Veloz? Volvió a preguntar la chica al recordar que conversaba con una bestia hambrienta.
-No sé, aun no tengo pensado qué hacer, tendré que recorrer el lugar para poder entender las cosas porque estoy acá y qué tengo que hacer.
-¿Por qué no vienes conmigo? Me serviría tu ayuda cuando tenga problemas y yo te ayudaré a encontrar respuestas y procuraré tener tu estómago lleno.
Esa noche todo fue extraño, utópico, confuso. El lobo se fue detrás de Betsa y de alguna manera su hambre se atenuó. Se sintió entre bestia y humano, como el mar en la madrugada: enfuresido, tormentoso, caudaloso. Pero la bestia, que cuando era humana prefería pensar en los amaneceres en época de tormentas, se concentró en la mañana. En la idea de despertar en la Sucursal del Cielo, con el estomago lleno, la compañía eterna de una presa que siempre lo vería valiente. Con las garras filosas y puntiagudas listas para enfrentar las noches más bestiales.