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La sal de la tierra: Sebastião Salgado y su empatía con la condición humana

Al pretender escribir sobre el documental La sal de la tierra, algunas cosas acuden rápido a la mente: una lección de fotografía; una cátedra (involuntaria) de humanismo y búsqueda de la verdad; un mensaje de tolerancia e igualdad.

Luis Carlos Muñoz Sarmiento*
02 de agosto de 2021 - 10:10 p. m.
"La sal de la tierra" se estrenó en 2014 en Francia.
"La sal de la tierra" se estrenó en 2014 en Francia.
Foto: Archivo Particular

¡Qué violenta la calma con la que los empachados nos dicen que agradezcamos las migajas! Nina Ferrari

Si matas una cucaracha eres un héroe. Si matas una hermosa mariposa, eres malo.

La moral tiene criterios estéticos. Friedrich Nietzsche

La honestidad es incompatible con amasar una fortuna. Mahatma Gandhi

El fotógrafo no es el único autor de la foto; se trata del trabajo de un polímata; su legado y el de su esposa es para toda la Humanidad. Sebastião Salgado (S. S.) es un ser humano, un artista, que se ha cuestionado su labor como fotógrafo social y testigo de la condición humana: con la que tiene una empatía difícil de emularse. Su obra como fotógrafo/reportero puede equipararse a la del polaco Kapuściński, protagonista del filme a caballo entre animación y actuación Un día más con vida. S. S. conoce más de la mitad de países de un planeta que se debate entre heridas, deterioro, maltrato. A lo que él y su esposa han contribuido a mermar con la creación del Instituto Terra.

Aun con el amor que su trabajo refleja, en 2001 recibió la crítica de Susan Sontag y de periodistas del NYT: nada justa, como se verá en este ensayo salido de la bóveda interdisciplinar de La Fábrica de Sueños. Obra que cubre desde el génesis, ver Sierra Pelada, hasta el actual y casi inminente fin de los tiempos, aun con la contradicción que encierra el último trabajo presentado en el documental: “Génesis”, foto/reportaje (2013). No en vano, exclama: “¡Cuántas veces tiré al suelo la cámara para llorar por lo que veía!” Y por lo que ha llorado no es propiamente un melodrama. “Un filme por Wim Wenders y Juliano Ribeiro Salgado” se inicia con la pregunta del primero: “¿Un filme sobre la vida de un fotógrafo?” Y enseguida recuerda la etimología: del griego ‘photo’, luz, y “graphein”, escribir o pintar. Así, fotógrafo es el que pinta/escribe con la luz. “Alguien que escribe y reescribe el mundo con luces y sombras”, dice W. W., lo que de paso aplica para su propio arte: el cine. Por eso, se dice que las artes son distintas formas de escritura. Y la fotografía es apenas una entre ellas.

Con Sierra Pelada, mina de oro, frente a él, S. S. dice que en segundos vio pasar la historia de la Humanidad: la construcción de las Pirámides; la torre de Babel; las minas del rey Salomón. Solo oía el murmullo de 50.000 personas dentro de un gran agujero. Lo que más impresiona de tales fotos es angulación, encuadre, composición. Si se toma un referente del cine sobre equilibrio de la imagen, distribución de seres y objetos, proporción áurea, ese sería Kubrick. Tal vez, S. S. lo aceptaría. Allí, volvió al génesis: “Casi podía escuchar el murmullo del oro en esas almas”. En picado, los hombres parecen hormigas; en contrapicado, gigantes, ‘héroes’. Nadie piensa en caer de las escaleras, pero ello no deja de ser un reto a la gravedad.

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Los trabajadores y él estaban para extraer sacos y sacar fotos, en su orden. Subían 50 o 60 veces al día por la escarpada/resbaladiza superficie. Un mundo muy organizado, “pero en una completa locura”, dice S. S. en francés, su segunda lengua: también es ciudadano francés. Y aparece el símbolo de la codicia entre los obreros, el revólver. Podrían parecer esclavos, pero no había uno solo, aclara: “Si existía alguna esclavitud allí, era el afán de ser rico”. Había de todo: intelectuales, licenciados, empleados de granjas, obreros de ciudad, todos en busca de un chance. Cuando se descubría un filón, todos tenían derecho a un saco. Pero, ese saco contenía la esclavitud, porque podía haber un kl de oro o nada. Ahí se jugaba cada uno la independencia. Cuando los hombres empiezan a tocar el oro, “ya no vuelven”, señala S. S.

W. W. vio la foto de un joven con los brazos cruzados, la espalda contra un palo y hombres bajando y subiendo la mina, por primera vez en una galería c. 1994. Pensó: “Debía ser un gran fotógrafo y un aventurero”. Traía sello y firma de S. S. La compró. El galerista sacó más fotos suyas. Lo visto lo emocionó, en especial una mujer tuareg ciega. Siempre que la ve, así sea cada día, llora. El poder de las imágenes. De ahí que países musulmanes las prohíban. Ya sabía algo de S. S., a quien le importan las personas, lo que significa mucho para W. W.: “Al fin y al cabo, las personas son la sal de la tierra”. De ahí el título. Pasó mucho tiempo para que se conociera con S. S. Habló con él de su vida, de su obra, de dónde provenía todo. Eso se nota en el filme: el profesionalismo del cineasta y el del polímata. La sal de la tierra

S.S. panea sobre su infancia. Puede haber muchos fotógrafos en un mismo sitio y siempre serán fotos muy diferentes. Como un libro leído por mil lectores, mil lecturas distintas. Porque esos fotógrafos provienen de sitios “muy muy diferentes”, señala. Cada uno con su manera de ver, con su propia historia. Y S. S. la aprendió ahí, en el lugar donde está: “Aquí tengo un ideal del planeta”. Producto de largas caminatas con el padre, adonde iban a mirar. Detrás de cada montaña, algo que ver: “Aquí he soñado mucho”. Y en un plano/contraplano, las cámaras del fotógrafo y del cineasta se encuentran para denotar el estudio que cada uno hace del otro y, ante todo, cómo ambos se enriquecen. S. S. quería ir más allá de las montañas, saber qué había detrás de ellas, intuyendo quizás, de contera, la dialéctica de Heráclito: “Una subida es al mismo tiempo una bajada”. Y a fe que lo logró. Un viaje con Sebastião Salgado

La avioneta aterriza en la cordillera de Papúa Occidental, Indonesia, en suelo del pueblo Yalí, en 2011. Panorámicas. Ascensos por la montaña. Fotos de detalle. Aborígenes que juegan con la cámara. La tribu aprueba. Juegos, bailes, comidas comunitarias. Ubuntu: “Soy porque somos”. El sentido de cooperación en estado puro, en un mundo destruido/deteriorado cada día más por el prurito de acumulación del capitalismo. Mujeres con flores en sus cabezas, con su cuerpo desnudo, sin vergüenza alguna: no hay razón para que la haya. Se trata del mundo de la inocencia, sí, en pleno siglo XXI. De la pureza, así suene cursi hoy. Porque hoy todo apena: la decencia, el buen gusto, la honestidad. Los filisteos/falsarios/filibusteros han vuelto. El tapabocas del virus/negocio/apartheidista no es gratuito. Eso lo ha comprobado S. S. Casas en las montañas, como si de arhuacos se tratara. Se siente nostalgia, porque allá los están matando. Aquí, en Fosa Común, también “Nos están matando”, dice el eslogan que ya está hasta en los edificios del barrio donde quien escribe vive en Bogotá. No se cita para que no me busque Luis Carlos Vélez, de la FM. Quien, a propósito, hace poco entrevistó a la alemana Rebecca Linda Marlene Sprößer (Sprösser), una amante de la salsa que pasó a quedarse en Cali y hoy integra la Primera Línea, estigmatizada por la ‘gente de bien’. El 22.jul.2021 un sicario al atentar contra ella disparó en su lugar al joven que, por lealtad, le sirvió de escudo: por cuenta de la ajena lápida al cuello, recibió 13 tiros y hoy agoniza. (1)

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Para el padre su hijo era muy bohemio y siempre estaba de viaje, como nadie. El abuelo de S. S. también: “Era como una lanzadera. Así era Tião”, señala. Era dejado para el estudio: dio brega. Pero, estudió economía. Cursó un año de derecho, como quería el papá, pero no… Pasó a economía y le fue muy bien. Juliano dice que su padre se benefició de lo que el abuelo le obligó a cursar. La economía lo dotó de sólido saber sobre mercado/comercio e industria: “Por eso sabía lo que regía al mundo”. Todo comenzó para él en Aimorés, MG, donde nació en1944. Ahí estaba la finca con vastas selvas atlánticas; también, el río. Por allí pasaban trenes interminables pues se trata de la mayor reserva minera del planeta. Allí creció S. S. el único niño entre siete hermanas más. En el verano, jugaba en el Rio Doce o ‘Río Dulce’.

S. S. no se queda quieto, dice W. W., haciendo de sí mismo: de fotógrafo. Por deformación profesional, reacciona/responde a los aparentes retos del cineasta alemán, usando su arma preferida, la cámara de fotos. “Wim, tengo una foto tuya muy bonita”, dice. “Yo también, y no te lo digo”, responde W. W. En este caso, fotografiaba no solo a una, sino a dos personas: a aquél y a su hijo Juliano, codirector del filme. Quien ya había acompañado a su padre en varios viajes: como a Papúa, Nueva Guinea, 2011. O, como ahora, a una isla remota al norte del mar de Siberia Oriental, viaje del cual W. W. dice que no pudo disfrutar. Padre e hijo invitaron a W. W. a hacer parte de La sal de la tierra, quizás para agregar una óptica externa sobre su aventura, recuerda W. W. mismo. No dudó un segundo: “¿Qué más podía pedir?”

Como seguro pensará el espectador. Haber podido asistir a dos horas de cátedra (libre) fotográfica, de preocupación por el destino del planeta, de empatía con la Humanidad. Por fin, podría llegar a conocer a S. S., sus móviles, por qué su trabajo lo había impactado tanto. W. W. ignoraba lo que había detrás del artista. S. S., tenía solo 15 años cuando tomó el tren y se marchó para siempre de Aimorés para ir al Instituto en Vitória, capital de ES, sudeste de Brasil. A la que el suscrito ha sido invitado desde 2014 por la UFES. Tan joven, no sabía qué hacer con el dinero, ya que hasta entonces no lo había usado. Vivía en un lugar donde lo tenía todo. Al llegar, pasó a no tener nada. En la granja, producían lo necesario para vivir. Así que, al inicio, pasó hambre por miedo a tener que ir a un negocio a pedir algo. W. W., por su lado, asegura que se ignora qué habría sido de S. S. de no haber aparecido Lélia Wanick en su vida.

Tenía 17 años, estudiaba música, luego arquitectura (que es ‘música congelada’) y era “increíblemente bella. Fue amor a primera vista”. Cuando S. S. ganó una beca para hacer un máster en economía en la U. de São Paulo, se mudaron allí y se casaron. Eran los años 60 y ambos hacían parte de movimientos de izquierda, como otros estudiantes lo hacían en París, Berlín o Chicago. Brasil estaba bajo la brutal dictadura militar, la de “el día que duró 21 años” (1964-1985). Así, el riesgo de ser detenido/deportado y torturado era constante. En agosto de 1969 (la época de Garrastazu Médici), Lélia y S. S. salieron en un barco para Francia. Mientras él seguía economía, ella estudiaba arquitectura: un día, compró una cámara para su trabajo. El que la disfrutó fue Sebastião: la primera foto que sacó fue de Lélia, claro.

Entró en la Organización Internacional del Café (OIC) y se mudaron a Londres. Con la idea de hacer carrera en el Banco Mundial (BM), a menudo iba a África para estudiar proyectos de desarrollo. Llevaba la cámara de Lélia y volvía siempre con muchas fotos: como los satisfacían mucho más que los informes económicos, ambos tomaron la decisión de que S. S. abandonara economía para, cual Sísifo, empezar de cero. Volvieron a París e invirtieron todo su capital en un costoso equipo fotográfico. Durante un tiempo S. S. probó fotografiando deportes, hizo retratos, bodas y hasta desnudos, antes de hallar su vocación. Níger (1973)

Mujer negra con tinaja de agua, sonríe. Empatía con S. S. Son sus “primeras fotos”. ¿Lugar?: Tahoua. Otra mujer negra, con su hijo a la espalda. “Dos jóvenes madres que hacían cola para recibir alimentos. Época de gran sequía en Níger. Para Lélia fue más difícil porque estaba embarazada”. La vida privada, siempre, hombro a hombro con su vida de fotógrafo. Y cuenta sobre el morabito que invitó a Lélia a sentarse en sus piernas, por lo que él le salió al corte para decirle que estaba en embarazo: así, terminó por reconocer su falta de ‘sincronía’ en ese momento. Luego se llevaría un kl de azúcar, “tan contento como si se hubiera ido con Lélia”. Cuando alguien moleste a su mujer, dele un kl de azúcar, o menos…, y lío resuelto.

Su hijo Juliano nació en París en 1974. “Ahí está mi futuro colega y codirector”, dice W. W. “Lélia seguía apoyando a S. S. en todo como joven madre”. Trabajó mucho en su propio oficio y en presentar el trabajo de su compañero en todas partes. En revistas, periódicos y agencias. Tras el éxito de algunos trabajos relevantes, hallaron el valor de concebir su primer gran proyecto fotográfico: “Otras Américas”. Que, si se mira bien, contiene una ironía sobre la manera como los gringos designaban (o designan aún) a su país cual si fuera un hemisferio. El mismo proyecto que lo llevó por toda Suramérica e incluso Centroamérica. Juliano se fue acostumbrando a las largas ausencias del padre. Otras Américas (1977-1984).

Foto dividida: a la derecha, arriba, una mujer se asoma por una ventana; a la izquierda, abajo, una niña con bandeja de manzanas con caramelo en su cabeza, come otra de ellas. También, le sonríe al fotógrafo. Lo que insinúa algo que ya sostuvo el propio S. S.: la foto no es solo del autor. Al dejar Brasil en 1969 empezó a “echar mucho de menos a Latinoamérica”. Así decide ir a países vecinos: Ecuador, Perú, Bolivia. Soñaba también con ver Los Andes. Época de profunda agitación social, producto del descontento popular… como ahora, como siempre, a causa de la tiranía comandada por… Simón Bolívar: “Los EEUU parecen destinados por la Providencia a plagar la América de miserias, en nombre de la libertad”. Era la época de la Teología de la Liberación: Camilo Torres, Helder Cámara, Pedro Casaldáliga, entre otros. (2)

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En Ecuador, S. S. conoce a Gabicho, sacerdote de su misma edad: “Él era el que llevaba la palabra de Dios”, dice, como quien confiesa su ateísmo. Gabicho unía a campesinos en cooperativas, introducía la solidaridad y, con las comodidades a su alcance, pudo realizar viajes que lo impresionaron mucho. S. S. aparece con aquellos a más de 3.000 m de altura. A veces, durante el día, subían a desniveles de 600 o 700 m. Disfrutaba mucho de vivir entre esas comunidades. Y muestra a los Saraguros, etnia del sur de Ecuador. Creyentes/borrachos por igual. El fin de semana, hombres/mujeres están ebrios por completo. Mientras habla, unos niños miran a un hombre que parece muerto, pero solo está ‘perdido de la perra’. Sorprende que su cabello se funde con un tapete que lo cubre y que parece no haberse lavado desde el génesis. Lo que, bueno, no importa porque está por fuera del tiempo. Por eso parece muerto.

Además, de su pecho brota una hierba que parece hervir, quizás por el fuego del alcohol ingerido. Para terminar, el rictus de su boca deja ver el placer del beber cumplido: no del deber… porque alcoholizarse no es ninguna obligación, salvo para el que está harto del otro yugo, el del trabajo. Un claroscuro, a la Rembrandt, muestra tres figuras: dos hombres y una monja, con un grueso libro abierto, especie de Biblia ampliada. El campesino de la izquierda es Guadalupe, ‘Lupe’, gran amigo de S. S. cuando llevaba el pelo y la barba rubios/pelirrojos muy largos. Un día, en la montaña, le dijo: “Mira, Sebastião, yo sé que te han enviado del cielo”. S. S. añade: “Porque según la leyenda de Saraguros, los dioses, a la imagen de Cristo, volverían a la tierra para verlos, para observarlos y notar quiénes merecían el cielo”.

‘Lupe’ en su pieza de adobe cuarteado, sentado en la cama de madera, con su cobija (apenas) dos tigres, con la virgen y otras imágenes en la pared y al lado cuatro sombreros, aparte del que lleva puesto. Cubierto por la típica ruana que le ayuda a soportar el frío de Los Andes. ‘Lupe’, dice S. S.: “Creía firmemente que yo estaba allí para observarlos”. Frase dotada de cierto mesianismo: obvio, del propio S. S. Quien relata que nunca había visto a un pueblo, como el de los Saraguros, “con otro ritmo del tiempo”. El que pasó con ellos, “me parecieron cien años”. Lo que habla de las diferencias entre tiempo natural y cronológico, el de los relojes, el interesado, el del Capitalismo. En suma, el que se corresponde con la frase infeliz de B. Franklin que arrastra el símbolo de la esclavitud para la Humanidad: “El tiempo es oro”. Algo inmaterial, eterno, imposible de asir, vuelto por arte de ma(f)ia quintaesencia de lo material, finito, deleznable. Lo que, de todas formas, se convierte en ruina. Lo que, en todo caso, tarde o temprano, lleva a la ruina, como lo confirma Celia cuando, al fin, se pudre.

Para confirmar lo dicho, S. S. añade: “Todo era tan lento. Era otra manera de pensar, otra velocidad”. Había fatalismo en sus caras. Lo que ilustra la foto del hombre que mira a la cámara y parece revelar las mismas sensaciones que el fotógrafo a su vez ilustra con palabras. Y del Ecuador a México, a Oaxaca o ‘Uajaca’, como dicen los manitos, para mostrar a los campesinos ‘mixes’. Allí, donde todo es medieval, hasta el arado. América Latina profunda. De dicha comunidad, lo más relevante, la música. Gente que la adoraba. El hijo mira al padre y al lado su clarinete. La enseñanza/ilustración por el ejemplo. Todos sus miembros que sabían tocar un instrumento, no necesitaban trabajar. Lo hacían como músicos. La diferencia en la percepción de la cultura. Durante cuánto tiempo, v. gr., en Fosa Común, se ha considerado a la música un oficio de vagos, de quien no sabrá cómo ganarse la vida, como si de partida hacer música fuera igual a perderla. Al respecto, Nietzsche: “La vida sin música es sencillamente un error, una fatiga, un exilio”. Casi siempre citada “La vida sin música sería un error”, he ahí la frase completa tal cual la escribió a su amigo y confesor Peter Gast.

A fin de probarlo, los Saraguros le ofrecieron una pieza fría, de cemento, “para ver si resistía, si quería quedarme de verdad”. Como resistió, lo sacaron de allí y lo llevaron a una casa. “Nos hicimos amigos y conviví en armonía con la comunidad”, dice S. S. Dos fotos seguidas, lo muestran junto a ‘Lupe’: en la primera, éste sonríe con una cerveza en la mano, mientras aquél parece interrogarse sobre su futuro, no tanto mesiánico, jeje, sino concreto, terrígeno; en la segunda, ambos de espaldas sobre una roca guardan equilibrio frente al porvenir. Luego, va al norte de México para mostrar a los Tarahumaras, esos excelsos corredores de fondo, tanto como lo son etíopes o kenianos. “Caminan corriendo”. Era un reto seguirlos porque no andaban, sino que volaban. Y aquí viene la observación sobre quién es el autor de una foto.

“La fuerza de una foto es que, en esa fracción de segundo, entendemos un poco la vida de la persona que fotografiamos. Los ojos dicen mucho, la expresión de la cara. Cuando haces un retrato, no eres tú solo el que saca la foto. La persona te ofrece la foto”, concluye S. S. Y el campesino con ruana, fotografiado, parece hacerlo con sus brazos y manos. Los viajes, por Otras Américas, fueron claves para él. Poder volver a Brasil, tras años sin pisarlo. “La esencia era la misma, era un continente, estábamos muy cerca”. Con lo que alude a la igualdad, a la convivencia, a la unidad, en fin, a la necesidad de permanecer como unión de países libres que se oponen a la represión, explotación, intervención, violencia y muerte. Al abordar la cercanía, sonríe mientras una niña toca la barba del “enviado del cielo”, como le dijo ‘Lupe’.

Juliano crecía con un padre ausente. Lélia y S. S. se carteaban. Obvio, previo a las actuales formas de ‘comunicación’: más bien, de incomunicación/desinformación. Cada vez que volvía, a su hijo le parecía: “Un superhéroe, más que un fotógrafo”, narra W. W., mientras Juliano exhibe a un supermán/plástico cogido por las piernas, como en un gesto de victoria y a la vez en un acto de nostalgia por la ausencia del padre. “¡Y corten!”, exclama W. W. para que Juliano salte y se presente: “¡Soy yo, 30 años después!”, cuando por fin se une al padre en una de sus misiones. A Wrangel, isla desierta en el Ártico. S. S. esperaba fotografiar la última gran congregación de morsas. Juliano quería descubrir quién era aquél al que conocía apenas como padre. Quería descubrir al fotógrafo, al aventurero, por primera vez.

El oso polar, su mayor predador, impide fotografiar a las morsas. Contrario a lo que haría Treadwell, S. S. no sabe si está bien devenir intruso, para dar rienda suelta a su pasión por registrarlas. “En la duda, abstente”, dijo Confucio, pero Tim no lo oyó, no sabía de su certeza sobre la duda. S. S. piensa que es distinto cuando el oso está cerca, para hacer una foto así. Panorama poco apto: “Tenemos un documento del oso, pero […] ni una foto. Aquí no está bien. No hay nada detrás. […] para encuadrar la foto, embellecer el panorama. No tenemos acción, […] nada”. Ese punto de vista documentado no envidia al que hizo Vigo para revelar que no se trata de descubrir el cine/documental social, sino de buscar despertar la necesidad de ver a menudo buenos filmes sobre la sociedad y sus relaciones con sujetos y objetos. (3)

Los tres observan al oso, hasta que cae dormido. Lo mismo que S. S. El cansancio ha vencido a los combatientes. Ojalá éstos se cansaran más a menudo, para que hubiera menos combates: hasta que se acaben. Los tres cazadores de fotos con morsas se desplazan a ras de suelo, como en una ‘guerra convencional’: de las que ya no hay. Ahora son las guerras por la alimentación, la del hambre, la del agua, todas tras bambalinas del virus/negocio apartheidista y sus vacunas divisionistas que les impiden a los que recibieron determinada marca entrar a otros países en los que la marca es distinta. Pero, pocos lo notan. Solo que aquí, el ir a ras de suelo, es para que el oso que se revuelca no advierta su presencia mientras buscan el modo de fotografiar, por fin, a las morsas. La espalda de Juliano sirve de soporte, para que su padre haga su trabajo.

Las morsas pelean entre sí. La foto en b/n, con su cámara Leica preferida, permite ver el mar plateado por el sol al fondo, mientras aquellas en primer plano muestran sus grandes colmillos, los que les sirven para impulsarse al salir del mar y llegar a tierra firme. Colmillos de entre 50 cm y un m que soportan el peso de entre una Ton y 1.700 kl en determinado momento. Los héroes de la jornada, padre e hijo, en señal de logro, chocan sus manos. Otra vez, el amor cumplido, no el deber cumplido: y sin beber. Y el tercero también choca sus manos con las de Juliano. “La imagen que tenía en el objetivo, son los dientes saliendo; no se podían discernir las formas de las cabezas, ¡impresionante! Parecía que estábamos en el infierno de Dante, con todos esos dientes, todas esas formas… ¡increíble!”, dice S. S.

Al tomar agua pura del Ártico, parece recordarles a los humanos el valor del precioso líquido, por la cual no solo hay guerras y la entrada del ‘oro azul’ en el mercado de ‘valores’; sino, más allá, la privatización de un DDHH, a través de su sectorización/parcelación, para ser cobrado por m3 y según sea la talla del agricultor, como ya pasa en Europa. Juliano le pregunta al padre por el año 1979. Lélia en embarazo espera su segundo hijo, Rodrigo. Nace y todo indica que será ‘Down’, ser al que solo falta descubrirle sus cualidades comunicativas. Eso hace la familia. Cuando el médico confirma el temor, S. S. explota en llanto. Para Juliano, nunca iba a poder estudiar/leer/escribir como él. Rodrigo cual ente de un mundo aparte. De pronto algo pasó: “Gracias al amor, Rodrigo creó su propio lenguaje”. Poco después, viajaron a Brasil. La Dictadura, fuera. De cinco años, Rodrigo no entendía bien el valor de ese viaje.

“El 31 de dic volvía al Brasil”, dice S. S., después de diez años y medio lejos. Pero, Lélia no encontró la Vitória que había dejado. Todo había cambiado. Minas Gerais, también. El reencuentro filial, duro: los había dejado jóvenes/fuertes y ahora estaban viejos/débiles. S.S. deseaba conocer Brasil más a fondo. Para ello, una de sus hermanas le prestó un carro y viajó seis meses por una de las zonas más deprimidas: el Nordeste. Lugar donde se ubica la historia de una novela clave de la literatura brasileña: Vidas secas, de G. Ramos, llevada al cine por Pereira dos Santos. Zona donde la mortalidad infantil es una de las más altas de América Latina. Niños muertos antes del bautismo. Por los oscuros manejos de la Iglesia, a través de los tiempos, se cree que los niños no bautizados que mueren no van al cielo, sino al ‘limbo’.

En esa época, relata S.S., la Iglesia, qué curioso, alquilaba los ataúdes cientos de veces: recuérdese que ella inventó el paraíso para que los empobrecidos (no pobres) se ilusionen con una vida mejor, mientras sobreviven en la miseria. Una zona del orbe donde vida y muerte están muy cerca: como en Fosa Común, desde 2002. Un grupo reza y a la par hace trabajo político. Aquí, mientras los grupos hacen política, rezan para que nadie advierta el timo. Si alguien lo nota, corre el riesgo de desaparecer en ese ‘limbo’ al que van los niños no bautizados. Brasil tiene un gran movimiento de campesinos sin tierra; la mayoría, del Nordeste. Tienen gran fuerza moral y física, pese a su fragilidad porque comen mal. Tierras muy áridas: así, tienen un pedazo de Sahel. Granja Salgado, Minas Gerais, Brasil.

El abuelo Salgado habla de la larga sequía en su región. Tenían mucho ganado, había muchos pájaros, muchas aves: todo, se acabó. Y en lo alto de la montaña, “una mata muy buena”: la Mata Atlántica. Él fue feliz en la hacienda porque sacó adelante a sus hijos: educó a las siete mujeres (seis con carrera) y a ‘Tião’. A todos, con dificultad. En cualquier caso, criados con buena alimentación y buena ropa. Juliano cuenta que desde que llegó al Brasil, las tierras del abuelo son así: yermas/secas. Cuando S. S. a su vez regresó, más que eso le preocupaba otra cosa: el sufrimiento de la gente. Eso lo cambió, al decir de su hijo. Su rol como fotógrafo adquirió un nuevo sentido. De ahí se infiere lo esencial que era para él marcharse: “Le echaba muchísimo de menos, pero lo entendí”, dice Juliano. Sahel, el final del camino (1984-1986)

S. S. comienza a trabajar con Médicos sin Fronteras: Etiopía (1984) Luego, por todo el Sahel en el 85 y 86: un reportaje sobre el hambre. Campo de refugiados. El mayor de la Humanidad hasta entonces. Para él gran parte de ella estaba en la miseria. Un problema de inequidad antes que un asunto de ‘catástrofes naturales’, expresión hija del oportunismo. Región copta, cristiana y humilde. El hambre acabó con millones; el cólera los diezmaba. Jóvenes que no paraban de sufrir. Vacíos, los ojos envejecen primero. El frío mata montones. Allí, la gente se acostumbra a morir: lo que quieren gobiernos indolentes. “Cada persona que muere es un pedazo del mundo que muere”, sentencia S. S. Sobre la retención de alimentos por el Gobierno, señala: “Fue una deshonestidad política brutal”. “Región Tigray – Etiopía 1984”

Notas:

(1) https://pluralidadz.com/tendencias/luis-carlos-velez-el-periodista-mas-lame-botas-que-ha-parido-colombia/

https://www.elespectador.com/colombia/atentan-contra-la-alemana-que-respalda-la-protesta-social-en-cali/?fbclid=IwAR2oxPJ4OJaKN-RogQhiL0CJZysvgKafec8Hgq34FT68H3S_Rmi-1xKH9F8

https://www.youtube.com/watch?v=MCeyFA7hshc

(2) http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0188-25032007000300002

(3) http://www.catedras.fsoc.uba.ar/decarli/textos/Vigo.htm

FICHA TÉCNICA: Título original: The Salt of the Earth. En español: La sal de la tierra. País: Francia / Brasil / Italia. Año: 2014. Formato: DVD; color / B/N; 105 min. Género: Documental. Dir.: Wim Wenders / Juliano Ribeiro Salgado. Guion: W. W. / J. R. S. / David Rosier. Fot.: Hugo Barbier / J. R. S. Mús.: Laurent Petitgand. Mon.: Maxine Goedicke / Rob Myers. Narración: W. W. / J. R. S. Prod.: David Rosier. Productora: Decia Films. Dist.: Le Pacte. Premios: Premio Especial del Jurado en Cannes/2014, categoría Un Certain Regard al Mejor Documental (MD). Premio César a MD. Premio del Público en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián. Premio de la Audiencia en el Festival Internacional de Cine de Tromsø/2015, Noruega. Premio Platino a MD 2015. Idiomas: Francés / Inglés / Portugués.

*(Bogotá, Colombia, 1957) Padre de Santiago & Valentina. Escritor, periodista, crítico literario, de cine y de jazz, catedrático, conferencista, corrector de estilo, traductor y, por encima de todo, lector. Colaborador de El Magazín de EE, 2012, y columnista, 23/mar/2018. Su libro Ocho minutos y otros cuentos, Colección 50 libros de Cuento Colombiano Contemporáneo, fue lanzado en la XXX FILBO (Pijao Editores, 2017). Mención de Honor por Martin Luther King: Todo cambio personal/interior hace progresar al mundo, en el XV Premio Int. de Ensayo Pensar a Contracorriente, La Habana, Cuba (2018). Siete ensayos sobre los imperialismos – Literatura y biopolítica, en coautoría con Luís E. Soares, fue publicado por UFES, Vitória (Edufes, 2020). El libro El estatuto (contra)colonial de la Humanidad, producto del III Congreso Int. Literatura y Revolución fue lanzado por UFES, el 20/feb/2021. Autor, traductor y coautor, con Luis E. Soares, en el portal Rebelión. E-mail: lucasmusar@yahoo.com

Por Luis Carlos Muñoz Sarmiento*

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