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“El teatro bogotano está surgiendo con la fuerza de un volcán”: Ernesto Martínez Correa

El actor contó detalles de su obra, cuyas últimas funciones serán este 5 y 6 de diciembre en Teatro de Garaje (Cra 10 #54a - 27). Además, expresó su perspectiva sobre el futuro del teatro independiente.

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05 de diciembre de 2025 - 12:11 p. m.
Ernesto Martínez es director artístico de la compañía Kyu Teatro de Buenos Aires.
Ernesto Martínez es director artístico de la compañía Kyu Teatro de Buenos Aires.
Foto: Cortesía de Ernesto Martínez
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¿Cómo fue su primer acercamiento al mundo artístico?

En un taller de teatro con Alfonso Ortiz, quien ya falleció y fue un actor y maestro muy reconocido en Colombia. También en el Teatro Popular de Bogotá, uno de los espacios más importantes de la época, dirigido por Jorge Alí Triana y Carlos José Reyes. Llegué allí para acompañar a un amigo a una audición, terminé haciendo la prueba y en ese momento me cambió la vida.

Usted es docente especializado en el método Suzuki y en la técnica Viewpoint, ¿en qué consiste cada uno y por qué son importantes en la formación actoral?

El primero fue desarrollado por el maestro japonés Tadashi Suzuki. Este método busca revitalizar la energía original del ser humano y que se va atrofiando a lo largo de la vida. Su propósito es recuperar ese poder esencial para que el intérprete pueda estar fuerte y presente en el escenario. El otro entrenamiento, Viewpoints, proviene de la danza, y fue desarrollado por la directora estadounidense Anne Bogart. Esta técnica propone una codificación de elementos del tiempo y del espacio, para que tanto actores como bailarines sean conscientes de ellos, los aprovechen en su interpretación y los perciban como otros “intérpretes” que contribuyen al desarrollo de las escenas.

¿De qué manera ha influido su labor como docente en su trabajo de actor?

La docencia me hizo crecer más como actor y director que la academia y la práctica actoral. Enseñar te obliga a enfrentarte a cuestionamientos cuya respuesta a veces ni siquiera conoces, o que sabes, pero no eres consciente de que la sabes. Toda esa información inconsciente que tenemos aparece cuando un estudiante o alguien en un taller te pregunta algo. Por eso, la docencia impulsa un crecimiento artístico enorme.

A lo largo de su trayectoria, su residencia ha variado entre Colombia y Argentina. ¿Cómo puede contribuir la escena teatral colombiana con la argentina y viceversa?

Argentina y Colombia son países que, aunque históricamente han estado conectados, son muy diferentes, por lo que el intercambio es muy enriquecedor. En Buenos Aires, el realismo está muy arraigado; acá no tanto. En Colombia, al ser una escena teatral más joven, se explora mucho y hay un gran deseo de aprender y crecer. En Buenos Aires también existe ese deseo, pero como el teatro lleva más de cien años de desarrollo, la dinámica es menos pasional.

También influyen las historias de cada país: en Colombia vivimos en un contexto marcado por la guerra y la delincuencia, lo que hace que nuestra comunicación sea más externa y expresiva. El argentino, por sus raíces europeas, suele ser menos expresivo emocionalmente, y esa diferencia es absoluta. La obra que estamos presentando en Bogotá fue montada en Argentina, pero al traerla aquí, la creación y el comportamiento de los personajes adquieren una expresividad distinta.

“En el olvido de mis padres” está basado en el argumento de la obra “Locos de amor”, de Sam Shepard. ¿Cómo surgió la idea de adaptar esta obra y qué nuevas apuestas propone su versión?

Tomamos la estructura de Locos de amor, de Sam Shepard y, a partir de esas situaciones, comenzamos a desmontarlas y reconstruirlas con textos no solo dramáticos, sino también provenientes de la literatura, la novela y conceptos científicos y sociales. Ahora, en cuanto a la puesta en escena, exploramos lenguajes de otras artes, como el cine, y nos preguntamos como un primer plano, un paneo o un contrapicado pueden realizarse desde el cuerpo del actor. También influye el trabajo de la danza. Eso nos acerca a un teatro físico, aunque uno en el que la palabra está siempre presente. Lo que proponemos como una alternativa es esa yuxtaposición entre la palabra y la dimensión física proveniente de la danza, junto con la parte visual del teatro.

¿Cuáles fueron los principales retos al montar la obra?

Tanto en Argentina como en Colombia, esta propuesta es novedosa, y eso implica un desafío: encontrar cómo contar la obra desde lo físico, dejando que el cuerpo exprese lo que la palabra no dice. También fue un reto lograr que ese lenguaje resultara comprensible y aceptado por el público. En Bogotá, lo difícil fue que trabajamos por Zoom y, como el trabajo es muy físico, fue complejo abordarlo. Otro desafío importante fue la puesta en escena tal como se hizo en Argentina, pero sin perder la idiosincrasia colombiana. Además, trabajamos con actores muy jóvenes y el texto, la exigencia física y la carga emocional de la obra son muy grandes; sin embargo, el elenco está muy bien entrenado, lo cual fue una ventaja enorme para el proceso en Colombia.

¿Cuál es la lección más importante que debe aprender un actor al momento de ingresar al mundo escénico?

La humildad, en el sentido de aquello que decía algún filósofo: “yo solo sé que nada sé”. Creo que es fundamental trabajar esa humildad, porque a los actores nos gusta que nos vean, y nos reconozcan. Si eres bueno y el universo te acompaña, vas a recibir grandes glorias y aplausos, pero si no cuidas tu humildad, si no recuerdas que simplemente eres un ser humano, eso puede dañar el corazón, y ese daño puede llegar a la cabeza. Como actor podrás seguir, pero como persona puedes lastimarte.

Si tuviera la oportunidad de dirigir su obra soñada, ¿cuál sería y por qué?

Mi obra soñada es Ricardo III, de Shakespeare, y la trabajo desde hace más de diez años, investigándola y explorándola. ¿Por qué? Primero, porque es una de las obras más polémicas de Shakespeare: Ricardo III existió, y la historia que él presenta no es tan fiel como parece. Hoy existe información más precisa sobre quién fue en realidad, y eso me parece muy importante.

Pero, además, porque estamos viviendo una época muy Ricardo III: tenemos a un Trump, a un Milei, a la ultraderecha, un montón de situaciones y un antipensamiento social que impide equilibrar la sociedad. Tenemos personajes oscuros que llegan al poder y empiezan a actuar. Por eso creo que Ricardo III es tan importante. Por otra parte, artísticamente es un reto para el lenguaje que trabajamos, y para mí, de manera personal, es un desafío enorme, porque no quiero solo dirigirla: quiero actuarla. Ahí estoy, en esa dualidad: si solo dirijo, me voy a frustrar, y si solo actúo, también.

¿Cómo cree que se proyecta el futuro del teatro independiente en Latinoamérica?

Creo que en estas épocas hay un buen panorama para el teatro independiente. En Argentina, este sector está muy desarrollado desde hace un siglo. Allí existe una asociación de actores y una asociación de teatro independiente que respalda al sector frente al Gobierno, las leyes y los derechos que debe tener un artista y un ciudadano. En Colombia, desde hace una o dos décadas, han empezado a surgir grupos teatrales formados por estudiantes.

Lo positivo es que las artes escénicas ingresaron a las universidades y hay muchas instituciones con facultades dedicadas a esta área. Esto permite que el actor salga con una base sólida y cierta protección. Surgen colectivos muy unidos, lo cual es distinto a lo que ocurría en mi generación. Aquí en Bogotá está ocurriendo algo nuevo con su teatro, que surge con la fuerza de un volcán, y eso es genial.

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