Un sorbo con sabor a mandarina, un ápice de cacao al enfriarse, el paladar humectado con el néctar de una almendra; sí, estoy hablando de la misma taza de café.
En una época donde una experiencia se vende por 'social media', nuestras raíces parten de norte a sur, y de oriente a occidente del país, para desembocar en un zaguán de sabores, previo al ingreso a la puerta principal de nuestro producto de exportación.
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El azul que hay en la mente cuando un café castillo de Nariño roza las encías, abraza el paladar en un toque floral, o el verde vivo que salió de la tolva y penetró profundamente el olfato al atravesar el molino, mientras se calibra el espresso del día.
Simplemente, un espacio para sentir el país en las manos, para trasladar a las papilas gustativas a un espacio bohemio, maridado por Jazz, y un recurso humano dispuesto a explicar cada proceso.
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Un señuelo para los recuerdos, el palacio del reencuentro.