“El impulso que movía a Alejandro, la razón de su energía desbordante, capaz de lanzarlo a una expedición de conquista de 25.000 kilómetros, era la sed de fama y admiración”, cuenta Irene Vallejo sobre Alejandro Magno, que se dormía con una copia de “La iliada” debajo de la almohada. Así como esta, muchas de las motivaciones de los seres humanos para ganar guerras, conquistar pueblos, matar a los que se opusieron o enamorarse, se registraron en libros.
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Fueron experiencias escritas por sus protagonistas, que juntaron palabras sobre sus confusiones para tratar de entenderlas, olvidarlas o inmortalizarlas. O fueron vivencias que se convirtieron en la historia que alguien tuvo el valor de contar porque lo conmovió o porque simplemente se la inventó. Y ese invento, seguramente, tuvo mucho de verdad. De su verdad. De lo que anheló cuando fue un niño, pero jamás se atrevió a confesar, así que puso a otro que no existió a que fuese él quien lo anhelara y quien, tal vez, cumpliera su deseo frustrado…
Sobre cómo llegamos a leer esas experiencias, cómo fue que se escribieron, cómo fue que comenzamos a trazar lo que solo decíamos a través de la voz, es El infinito en un junco.
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La historia de la primera biblioteca, que se construyó en Alejandría y no tuvo nada que ver con los recintos que ahora visitamos; la historia de cómo se creó el primer museo y qué pensaban los griegos sobre lo que ahí se guardaba. Sobre cómo fue que, después de que solo usáramos las manos para dibujar figuras que nos ayudaran a contar las vacas o la madera o lo que sea que tuviésemos que inventariar, pasamos a anotar ideas o contar historias. Las mismas que solo se contaban oralmente y que iban cambiando cada vez que se contaban: no estaban escritas, así que eran susceptibles de ser modificadas. Sobre por qué muchos, como Sócrates, pensaron que la escritura sería nociva para la memoria y la inteligencia: creía que nos confiaríamos y, entonces, ya no haríamos ningún esfuerzo por recordar ni reflexionar pues todo quedaría en los libros.
Son más de 400 páginas en las que, con una habilidad dulce, porque no es pretenciosa, pero sí muy astuta, Irene Vallejo cuenta cómo antes, hace milenios, los sabios o intelectuales o los que simplemente sabían leer (todo un lujo) tenían que hacer un proceso similar al que nosotros, los que nos somos sabios ni intelectuales, pero sí sabemos leer, debemos hacer con las redes: elegir a qué obras y autores dedicamos nuestros esfuerzo, y por obras me refiero a las literarias, pero también a la oferta que tenemos a través de la pantalla, y por autores, claro, me refiero a los escritores, pero también a los cerebros que hay detrás de que nos convirtamos en “seguidores”.
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Hace miles de años, unos cuantos tenían acceso a la Gran Biblioteca; ahora somos muchos los que podemos “gozar” de la red. Este libro podría ser un portal hacia la antigüedad, hacia un pasado que, gracias a Vallejo, no se ve tan distante ni lejano ni arcaico. Se ve, pensándolo bien, fascinante y hasta contemporáneo.
Ángela María Robledo lo eligió para que fuese el libro con el que, a través de su lectura, se pudiese escarbar en su vida. La conversación se llevó a cabo en El refugio de los tocados, el pódcast de literatura de El Espectador: el invitado elige un libro y, por medio de esas páginas, se busca hurgar en sus miedos, gustos y aficiones.
Le invitamos a escuchar: El Infinito en un Junco: una charla con Ángela María Robledo | Pódcast
Robledo, a partir de las palabras de Vallejo, contó por qué acudía a la literatura cada vez que tenía que resolver asuntos, al parecer, irresolubles del Congreso; o si le había pasado lo mismo que a Alejandro Magno cuando dormía o cuando debía fortalecerse con ayuda de algún referente o una obra. Contó por qué, después de tantos años en política, decidió dedicarse a otra cosa que la acercara a su parte más íntima y reflexiva.
Y a pesar de que este es un ensayo sobre el origen de los libros, sus revelaciones sobre el pasado o anécdotas sobre Aquiles y Homero, conectan el surgimiento de la palabra escrita con cada suceso importante en la historia de la humanidad, o en la historia humana y particular de quien tiene el libro en las manos. Se reflexiona sobre el poder de la creación, que convierte en un dios a quien se adueña de ese poder, o suscita preguntas sobre la importancia de la memoria no solo de un país, sino de cualquier ser humano que quiera entender, a través de sus raíces, quién es y porqué es así y no de otra forma.
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La escritura es un símbolo de poder, dice Vallejo, quien también, en este libro, le habla al lector directamente y lo intenta concientizar sobre el gran privilegio de estar leyendo estas páginas, o del poder que tendría si, además de leer, se atreve a escribir las suyas.