
Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Sus sueldos han sido reducidos y muchas de sus minas, fábricas y negocios han tenido que cerrar. Mientras tanto, nuevas industrias, impulsadas por trabajadores de cuello blanco, han florecido en ciudades ajenas a la clase obrera. Núcleos urbanos como San Francisco, Boston y Washington llevan varios años contando con una participación cada vez más grande de la economía y concentrando la riqueza en las manos de los más pudientes.
Según el Washington Post, entre 1975 y 2014, el ingreso promedio de los hombres blancos de clase obrera sin título universitario, luego de ajustes inflacionarios, sufrió una caída mayor al 20%. En términos generales, el declive de la clase obrera estadounidense se puede explicar a través de tres factores: la automatización, la expansión de los tratados de libre comercio y un boom tecnológico que ha empujado el músculo de la economía de las industrias hacia los servicios. No se trata, claro está, de reclamar el retorno de las economías industriales, sino de resaltar que el triunfo de la economía de servicios ha sido a costa de la clase obrera.
Podría interesarle leer: En eterna prueba de fuego
Comparados con hombres de raza negra y con hombres blancos con diplomas universitarios, el hombre blanco de cuello azul sin título universitario es quien puede afirmar, con mayor certeza, que sus estándares de vida han decaído con respecto a los de sus padres. Arlie Russell Hochschild, socióloga de la universidad de Berkeley, nos invita a ver la situación del hombre blanco de cuello azul a través de la siguiente metáfora. Hay un grupo de personas esperando en una fila que se estira a lo largo de una montaña; y, en la punta, está el sueño americano. Los que están en la fila sienten que han trabajado muy duro y que merecen llegar a la cima. Pero la fila avanza cada vez más lento; y muchos, incluso, sienten que han retrocedido. De golpe, llega un grupo de personas que se empieza a colar: inmigrantes, refugiados, negros, mujeres y homosexuales. Hasta un pelícano bañado en petróleo tiene prioridad en la fila sobre el hombre blanco de cuello azul.
A lo lejos se ve a Barack Obama—cuando estaba de supervisor de la fila—quien parece estarles diciendo a los colados, en nombre de la discriminación positiva, que sigan sin problema. De nuevo, no se trata de poner en tela de juicio la discriminación positiva, sino de entender la narrativa que motiva, políticamente hablando, al hombre blanco de clase obrera. Los que están en la línea empiezan a quejarse; a decir que llevan mucho esperando y que no es justo que haya otros colándose. Mientras tanto, los sectores llamados ‘progresistas’, comienzan a gritarle a los que se quejan: ¡Ignorantes! ¡Rednecks! ¡Racistas! ¡Homofóbicos! ¡Sexistas! ¡Xenofóbicos! Incluso, llega Hilary Clinton quien, desde Nueva York, les grita: ¡deplorables!
La izquierda—y ni hablar del dócil centro—es mucho más intolerante que la derecha a la hora de aceptar posiciones políticas discrepantes. En los centros de las capitales estadounidenses, los progresistas se reúnen cada vez más con personas que piensan igual que ellos y profesan el respeto a la diversidad mientras que tachan de ‘ignorantes’ a los votantes de derecha. ¿Cómo puede el Partido Demócrata, cuyos orígenes radican precisamente en la defensa de la clase obrera, estar ahora tildándola de deplorable? El progresismo contemporáneo ha desarrollado una miopía severa al contemplar la posibilidad de que el hombre blanco de cuello azul pueda ser también victima de un sistema cada vez más opresor. Y es justamente ahí cuando llega Donald Trump.
En respuesta a las palabras de Clinton, Trump dijo: “Mientras que mi opositora los llama deplorables e irremediables, yo los llamo trabajadores estadounidenses que son patriotas, aman a su país y quieren un mejor futuro para todos nosotros.” En campaña, y luego como presidente, Donald Trump pasó mucho tiempo burlándose de las minorías, de las mujeres, de los discapacitados e incluso de los veteranos de guerra. Pero hay un grupo con el que nunca se metió: el hombre blanco de clase obrera. Trump fue el primero en hablarles directamente sobre sus angustias económicas y culturales. Por esta razón, hace cuatro años, se ganó el apoyo de este grupo al prometerles la restauración de la economía industrial y la deportación de los inmigrantes que se estaban colando en la fila. En definitiva, Trump capitalizó el voto de los hombres blancos de cuello azul al garantizarles el puesto que ellos sentían que merecían en la jerarquía nacional. En el 2016, el voto de blancos sin título universitario representó un tercio del electorado total; un grupo que Trump ganó con 39 puntos de ventaja. Aunque el triunfo del actual presidente no se puede explicar exclusivamente con este fenómeno, sí fue un factor determinante a la hora de inclinar la balanza.
Le sugerimos leer esta crónica: Me gusta volver
Por otro lado, el Colegio Electoral estadounidense es un sistema que favorece mayoritariamente a la clase obrera rural, un grupo que, por lo general, vota por el Partido Republicano. En resumidas cuentas, los estadounidenses no votan directamente por los candidatos a la presidencia, sino por un grupo de electores cuyo tamaño varía dependiendo del estado. El partido que reciba la mayoría de los votos en un estado se queda con todos los electores. Por lo tanto, teniendo en cuenta que el progresismo se concentra en las grandes ciudades, muchos de esos votos resultan irrelevantes porque conducen a una victoria que estaba, de todas maneras, cantada. De manera que el sistema electoral estadounidense tiene de positivo que juega a favor de la ruralidad, pero tiene de negativo que castiga al progresismo de las grandes ciudades.
Lo más factible es que, el próximo 3 de noviembre, Biden y Harris se impongan sobre sus adversarios. Además de que van punteando en las encuestas, los grupos poblacionales que normalmente apoyan a los republicanos han sufrido una caída drástica, mientras que los que apoyan a los demócratas han crecido exponencialmente. Según revela un artículo reciente del New York Times, la población blanca sin título universitario—coalición mayoritariamente republicana—cuenta con cinco millones de personas menos que hace cuatro años; mientras que, las ‘minorías’ y los blancos con título universitario—coalición mayoritariamente demócrata—cuentan con trece millones de personas más. En otras palabras, lo más probable es que, el próximo año, la Casa Blanca se vista de azul. Sin embargo, si los sectores progresistas mantienen el discurso que afirma que los votantes republicanos son ignorantes y deplorables—los blancos malos y las minorías buenas—los odios raciales, sexuales y de clase tan solo se exacerbarán. Es importante resaltar que, al impugnar al hombre blanco de cuello azul, el progresismo se convierte en cómplice de la derecha a la hora de incendiar la intolerancia política. Como dice Arlie Russell Hochschild, el hombre de clase obrera constituye un grupo social por el cual deberíamos trabajar, no trabajar en contra.
in the same period.