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Cada vez más se cae la versión de la Historia moldeada únicamente por los hombres y la Segunda Guerra Mundial es un caso ejemplar de esto. Desde hace más de ochenta años, la humanidad ha tratado de reconstruir lo que se considera uno de los episodios más violentos de nuestra historia reciente con el fin no solo de entender, sino de garantizar la no repetición de un hecho como este. En ese proceso, ya es inconcebible asumir que las mujeres no jugaron un papel preponderante.
Fueron víctimas. Víctimas de crímenes de guerra muy distintos a aquellos que tuvieron que enfrentar los hombres durante el combate. Sin embargo, también se han encontrado testimonios de sobrevivientes, de luchadoras e incluso de asesinas despiadadas en ambos bandos. Entender el papel que jugó el género femenino durante la Segunda Guerra Mundial implica también analizar su rol desde el otro lado del espectro, ya no desde quienes sufren la violencia, sino desde quienes la ejercen.
Es por eso que ahora, durante la conmemoración de los ochenta años del fin de la guerra europea, recordamos los perfiles de tres mujeres que, desde distintos campos, llegaron a ser parte de los libros de historia, para bien y para mal.
Josephine Baker: la espía que cantaba para la Resistencia
La artista afroamericana Josephine Baker primero ganó su reconocimiento como cantante y bailarina, pero un giro en su carrera la llevó a ser reconocida como una de las agentes secretas más inesperadas durante la ocupación nazi. El capitán Jacques Abtey de la inteligencia francesa vio en ella una oportunidad para obtener información del bando enemigo y ella, que había sido fuertemente rechazada en su país natal debido al racismo de principios del siglo XX, aceptó entregarle su vida al que se había convertido en el país de su corazón.
“Francia es el país que me adoptó sin reservas. Estoy dispuesta a dar mi vida por ella”, afirmó la artista cuando asumió su rol de espía.
Con la excusa de realizar presentaciones por Europa, Baker se infiltraba en eventos oficiales y residencias de importantes agentes del Eje y salía con información que comunicaba en cartas escritas con tinta invisible. Por su labor de espionaje, fue condecorada con la Croix de Guerre y la Legión de Honor por el gobierno francés, una distinción reservada a quienes arriesgaron la vida en favor de la liberación del país.
En los años siguientes, Baker siguió desarrollando su carrera como artista e incluso ganó el reconocimiento que se le había negado por tanto tiempo en EE. UU. Sin embargo, también quedó para la historia como una de las mujeres importantes de la resistencia.
Martha Gellhorn: la cronista en las playas de Normandía
Martha Gellhorn hoy es reconocida como una de las corresponsales de guerra más destacadas del siglo XX y la única que estuvo presente en el desembarco en Normandía el 6 de junio de 1944. Antes de esto había sido testigo de otros conflictos en países como Finlandia, Singapur, Birmania y España, pero esta sin duda sería una de las hazañas que marcarían su carrera para siempre. Para lograrla, la reportera se escondió en el baño de uno de los buques hospital que acompañaban a la tropa y, una vez allí, pretendió ser uno de los camilleros para pasar desapercibida.
“Adelante, siempre adelante” era su lema y fue con esa actitud que presenció de primera mano el combate que desencadenó el final de la Segunda Guerra Mundial. Sus reportajes no se centraron en la estrategia militar, sino en los testimonios de los soldados y, sobre todo, en el sufrimiento de los civiles atrapados en el conflicto.
Ahora, esto también representó un obstáculo para ella, pues al decidir mostrar una cara distinta a la de la propaganda estadounidense, Gellhorn se enfrentó a la censura. Muchas de sus crónicas tuvieron que ser autopublicadas porque los medios de comunicación simplemente no les daban espacio. En una entrevista para la versión en español del Huffington Post, Rosario Raro, autora del libro “Prohibida en Normandía” que relata la historia de esta periodista, afirmó que la periodista llegó incluso a ser tildada de “antipatriota” por mostrar también la versión más violenta de los aliados.
“Por ejemplo, habló de los bombardeos aliados sobre la población francesa en los que llegaron a morir más de 30.000 personas o destacó las violaciones de los soldados estadounidenses a mujeres francesas. Eran temas tabúes que no convenían y ella narró esos aspectos muy incómodos”, afirmó Raro.
Aún así, hoy Gellhorn es recordada por su importante papel en el cubrimiento de uno de los hechos bélicos que marcaron la historia del mundo entero.
Pauline Kneissler: la enfermera que se convirtió en verdugo
En el extremo opuesto se encuentra Pauline Kneissler, una enfermera que fue reclutada por el nazismo y llegó a convertirse en la responsable de cientos de asesinatos en varias instituciones de salud mental de Alemania. Ella era la encargada de suministrar inyecciones letales a pacientes con discapacidades físicas y mentales como parte de uno de los programas de exterminio masivo impulsados por su partido. Se le conocía como “Programa de eutanasia” o “Proyecto T4″.
Desde 1939, Kneissler colaboró con el régimen y llegó a ser la responsable de la muerte principalmente de alemanes a quienes el gobierno no veía como “útiles” o que contribuyeran de alguna manera a su proyecto de crear una “raza superior”. Es por eso que también participó en campañas para eliminar soldados alemanes heridos durante el combate o que presentaran secuelas severas de traumas mentales a causa de la guerra.
Tras el fin del conflicto, Kneissler fue juzgada en los procesos de Núremberg, donde sobrevivientes dieron testimonio de sus crímenes y fue encontrada culpable. Allí incluso detalló que sus actos no los hizo en contra de su voluntad, sino por una profunda convicción y afinidad con los ideales del nazismo. Fue hallada culpable y sentenciada a cuatro años de prisión. Sin embargo, tras cumplir con su condena, se reincorporó al mundo de la enfermería e incluso llegó a ser pensionada del Gobierno hasta su muerte en 1989.
A diferencia de otras mujeres que fueron víctimas de la maquinaria nazi, Kneissler encarnó el rol de victimaria y evidenció cómo la ideología del régimen no solo instrumentalizó a las mujeres, sino que también las convirtió en agentes activos de la violencia.