Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.

Las ventajas de cojear: los estoicos, el dolor y la felicidad

Una cojera inesperada llevó a recordar que la vida no es una carrera de triunfos ininterrumpidos, sino una trama de pérdidas y hallazgos donde, como enseñaban los estoicos, lo único que nos pertenece de verdad es la manera en que afrontamos el papel que nos toca representar. Tercera entrega de “Sobrepensadores”.

Roberto Palacio

02 de septiembre de 2025 - 02:06 p. m.
El estoicismo fue fundado por Zenón de Citio a principios del siglo III a.C. en Atenas. Zenón.
Foto: Getty Images/iStockphoto - fcscafeine
PUBLICIDAD

Tuve un accidente en el pie derecho hace unos meses. Desde entonces, camino con dificultad. Por días, aparte de la cojera, me fustigué con la idea de que el destino se había ensañado conmigo. Cuando enfermamos, tendemos a vernos como las víctimas de una conflagración cósmica. Es difícil recordar que habitualmente convivimos con la dificultad, que la vida no ha de verse como una autopista ascendente de éxitos que nos eluden, que el mundo no está moldeado por mis deseos.

Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO

¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar

Somos una peculiar mezcla de éxito y fracaso, a veces ladeados hacia un lado, a veces escoriados hacia el otro. La idea de que estamos divididos entre ganadores que siempre consiguen lo que quieren versus los perdedores que a menudo fracasan, ha tomado fuerza en un mundo de millonarios con poder para quienes los que no hemos amasado fortunas somos unos fracasados. Pero “ganador” y “perdedor” son categorías muy cortas para calificar una vida compleja, vivida con acierto y al tiempo con error.

Suelo poner el ejemplo de Van Gogh: ¿fue un ganador o un perdedor? Su vida se escenificó sobre un entramado que oscilaba entre la enfermedad mental, el daño “auto-propiciado” y la dificultad económica. Considérese, sin embargo, su legado artístico. Lo mismo aplica en nuestras vidas, con o sin orejas “auto-cercenadas” o girasoles.

Los antiguos filósofos estoicos reconocieron esto. Hay mil factores que no controlamos. Epicteto, uno de los estoicos más famosos de la antigua Roma, poseedor de una historia tan bella como asombrosa, fue un esclavo al que su amo le enseñó filosofía, y quien se convertiría en uno de los filósofos más reputados de la antigüedad. Daba en su Manual de Vida uno de los consejos más valiosos para evitar esa sensación ominosa de ser un “looser”: “distingue lo que controlas de lo que no controlas; por lo primero preocúpate, por lo segundo no sufras”.

Depende de nosotros, según este estoico, el juicio que hacemos sobre los demás y las cosas, controlar el deseo y manejar el rechazo. En cambio, no dependen de nosotros: el cuerpo (en mi caso, lo aprendí pronto, era inútil intentar no cojear), la hacienda (es posible salir a trabajar todos los días y no aumentar el pecunio) y la forma en que los demás nos ven. A menudo no nos queda más que aprender a vivir con una dosis de lo que no hemos elegido.

Read more!

Hay asuntos, cómo negarlo, que se nos salen de las manos. La vida bien vivida no depende exclusivamente de una actitud positiva. El pensamiento “positivo” actual parece desconocerlo. La insensatez es creer que podemos alejar el mal a punta de un acto de voluntad. En Colombia, de hecho, hemos ido un paso más allá al pensar que siquiera mencionar la posibilidad de lo indeseable atrae lo indeseable.

Pero la sabiduría de los estoicos se muestra especialmente robusta acá. No somos víctimas del mal destino. La buena y la mala fortuna están distribuidas por igual entre el malvado y el bondadoso, dijo Marco Aurelio en sus Meditaciones. La desgracia nos puede tocar a la puerta sin importar toda la buena actitud que le hayamos puesto a la existencia. El pensamiento positivo ha enseñado que todo fracaso, dolencia, enfermedad es, en últimas, autopropiciado; el resultado de mi falta de proactividad, de mi dieta o mi estrés. El estoico, por el contrario, enseña cómo convivir con la dificultad y no enloquecer por la sorpresa que nos trae: “anticipa su posibilidad”. Por un momento imagina que el contrato no te sale.

Read more!

Epicteto fue mucho más allá, con un tema que es el inmencionable entre los inmencionables: la muerte. “Cuando acuestes a tus hijos en la noche, imagina por un momento que puede que te falten”. Nadie la desea, pero la muerte no depende de nosotros; no sólo convivimos con ella, es la inevitabilidad final… Una que le da sentido a la vida. Basta imaginar una vida que se prolonga sin término: ¿habría propósitos, metas, tiempos? “Somos seres para la muerte”, dijo Heidegger. Al reconocer que pereceremos y que los que amamos lo harán, no asociaremos el sentimiento de esa pérdida con la sentencia" ¿por qué a mí?“.

Los estoicos creen que el Cosmos es armónico. Incluso la muerte, al fundirnos de nuevo con los elementos, juega un rol. Esta, y la enfermedad, no han de verse como una afrenta del mundo, sino como parte de ese todo que los griegos llamaron Cosmos (orden). En las bellas palabras de Marco Aurelio:

“El tiempo de la vida humana, un punto; su sustancia, fluyente; su sensación, turbia; la composición del conjunto del cuerpo, fácilmente corruptible; su alma, una peonza; su fortuna, algo difícil de conjeturar; su fama, indescifrable. En pocas palabras: todo lo que pertenece al cuerpo, un río; sueño y vapor, lo que es propio del alma; la vida, guerra y estancia en tierra extraña; la fama póstuma, olvido. ¿Qué, pues, puede darnos compañía? Única y exclusivamente la filosofía. Y esta consiste en preservar una fuerza interior…"

No ad for you

¿Cómo lograr esa fortaleza? En mi caso, la filosofía ha sido una verdadera compañía y consuelo. Pero hay una sentencia estoica que me repito a menudo: “nuestra vida es una obra de teatro que nosotros actuamos, pero que no dirigimos”, recordó Epicteto. Es el director quien decide el papel que tendremos que encarnar “si quiere que representes a un pobre o a un gobernante, así como a un cojo. […] eso es lo tuyo”. Concluyó: “representa bien el papel que se te ha dado”. En mi caso, durante parte de mi vida, debía encarar este libreto actuado sobre el escenario del mundo con un paso disparejo.

Pero el mayor consuelo y admiración que me brindaron los estoicos no fue a través de las palabras, sino del ejemplo. Epicteto, vine a descubrirlo mucho después de mi propio accidente, cojeó durante toda su vida. Y convirtió su padecimiento en un fuego interior que nos llega al día de hoy. Como bien lo decía el ensayista George Steiner: “los verdaderos maestros enseñan existiendo”.

Por Roberto Palacio

Conoce más

Temas recomendados:

Ver todas las noticias
Read more!
Read more!
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.