Lazos y desplazamientos

Guillermo Moncayo (“EchoChamber”, 2014). / Cortesía

“La gente me pregunta si fue difícil trabajar con prostitutas. Sólo que mis modelos no lo son. Una mujer de clase alta puede vestirse para seducir y ser fotografiada. ¿Una mujer de clase baja no puede hacerlo sin que se asuma que lo hace para un cliente?”.

De pie frente a su serie Ellas, Karen Biswell explica su trabajo. Luego de la imponente escultura en tejido Tensión de Juliana López, son sus retratos los que abren el recorrido para los visitantes de la exposición Attaches (Lazos). Biswell nació en la década del ochenta, se expresa fluidamente en francés para explicar su trabajo y lleva terciada una mochila indígena. Salvo alguna excepción, los artistas invitados a participar en el proyecto pertenecen a la generación ochentera y salvo alguna excepción, todos han vivido en Francia. Queda por sacarle las estadísticas a los propietarios de mochila, pero es probable que (salvo alguna excepción) todos tengan una o quizás un morral de marca Totto. Son 21, todos colombianos, y su trabajo alcanza para ocupar siete niveles de la Ciudad Internacional de las Artes de París para uno de los eventos culturales que han marcado el cierre del año Francia-Colombia.

“Teníamos esos tres criterios: nacidos en los ochenta, colombianos y residentes en Francia. Al comenzar a mirar su obra en conjunto fueron apareciendo una cantidad de ejes comunes que nacen no sólo porque vienen de la misma generación, sino porque han vivido la experiencia del desplazamiento”, explica la comisaria de la exposición, Claire Luna. 

La palabra des-pla-za-miento le sale con dificultad y tras decirla se obliga a explicarse. En francés, deplacement hace pensar en movimiento, pero Luna conoce bien la carga que el término tiene al otro lado del mundo (allá de donde vienen los artistas) y que, salvo una excepción, el exilio que los ha traído no ha sido voluntario. “El desplazamiento en Colombia es una de las caras de la migración, que es una de las grandes cuestiones de nuestra época a nivel mundial. Varios de los creadores que exponemos aquí nos muestran, teniendo como referentes los casos en Colombia, lo universal que es el abandono del lugar de origen y sus consecuencias en la identidad de los que se van”.

Es el caso de Cayuco, el trabajo en el que Marcos Ávila Forero arrastra una barca de yeso por la frontera del enclave español de Melilla, recogiendo testimonios de los migrantes bloqueados en el último punto del viaje (que no es el último porque esa Europa al otro lado también la van a encontrar llena de muros). El desgaste de la barca hasta casi desaparecer prefigura no sólo la tragedia de los migrantes en el Mediterráneo, sino la desaparición de eso que son en sus países para convertirse en recién llegados. 

Ese “doble yo” hecho de ausencia es uno de los cimientos sobre los que Luna imaginó la disposición espacial de la exposición y también hace pensar en las palmeras sin raíces de las obras de Hilda Caicedo y en los personajes sin rostro en los dibujos con una minucia que exige inclinarse ante ellos de Daniel Otero Torres. 

También en el regreso espectral de un muerto parrandero que no andaba de parranda sino que cometió ese pecado que era ser miembro de la UP, cuya historia nos cuenta Juan Soto en el mediometraje Parábola del retorno, presentado en una de las “Veladas de cine” celebradas durante la exposición, en las que además se incluyeron cintas de Chloé Belloc y Camilo Restrepo.

“La combinación de varios formatos en una exposición e incluso en el trabajo de un mismo artista es una característica del arte contemporáneo, pero además es muy marcada en la generación que reunimos aquí”, dice Luna para explicar coexistencia como de las casas hechas en cera, pétalos y cartón de Camila Salame con las ilustraciones de Alexandra Arango, las performances de Lilli García, Miguel Rojo y Gaëtan Brun-Picard, los videos de artistas como Guillermo Moncayo y Laura Huertas Millán y la escultura cinética y sonora de Violeta Cruz y Léo Lescop. 

Regresos a la tierrita 

El exilio lleva también a descubrir una nueva relación con la tierra y así queda claro en Jardín salvaje, la segunda gran parte de la exposición que abre con el trabajo de Angélica Lozano, una combinación de formatos, que a partir de la figura del colporteur, ese vendedor itinerante, invita a un redescubrimiento simultáneo de las plantas ancestrales y las propiedades de las plantas salvajes que crecen en la ciudades. El ascenso culmina, porque toda la exposición es subiendo, con Atrato, también de Marcos Ávila Forero, que recupera la tradición del tamboreo sobre el agua del río en el Chocó 

“Suena como balas”, dice uno de los asistentes. Un recuerdo de la violencia que no se menciona explícitamente, pero que subyace a lo largo de toda la exposición. 

A pesar del éxito de Attaches, marcado desde los cerca de mil asistentes a la inauguración el 7 de diciembre pasado, la prolongación es imposible, la Ciudadela de las Artes prepara desde ya su próxima exposición. Aunque Claire Luna busca qué hacer con los elementos de una escenografía que incluye una tonelada de gravilla, el futuro de las obras, en conjunto, como una muestra que se quiere a su vez como ruptura o fundadora, es menos incierto.

“Todavía estamos discutiendo con las instituciones que podrían recibirnos, pero es un hecho que Attaches estará en Colombia en el segundo semestre del 2018”, explica la curadora. “La idea es que junto a los 21 artistas que escogieron dejar el país, expongan 21 que decidieron quedarse”.

Entonces serán 42 voces hablando de desplazamientos. Así, en plural.