Leonardo Padura (La Habana, 1955) asiste a la entrevista en compañía de su esposa, Lucía, con quien está casado hace casi 40 años y quien además es su primera y más dura lectora. Se queja de un dolor de espalda, quizás por el cambio frecuente de camas al que ha tenido que someterse los últimos días. Se sienta como si se dispusiera a jugar dominó.
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El escritor cubano se ha convertido en un referente no solo de la literatura de su país, sino en un cronista de su sociedad, un punto de referencia para saber lo que está pasando en la isla a través de sus ficciones. Mario Conde, el detective protagonista de, como él mismo aclara, 8 novelas y media, que nos abre una ventana a lo que parece un país detenido en el tiempo. A veces este personaje recuerda a un Marlowe caribeño, un tipo solitario, viejo y frustrado que lucha contra el cambio del mundo. Sigue viviendo en Cuba, y es quizás por eso que sus relatos son tan fieles a la realidad.
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Padura pasa años, no solo escribiendo sus libros, sino haciendo una investigación histórica severa, lo que hace que sus ficciones sean tan verosímiles que parezcan las crónicas de una sociedad. Se toma su tiempo. “Antes de entrar le decía a Lucía que la semana que viene tenemos una reunión con unos editores que van a publicar mi libro de cuentos. Le pedí que les escribiera y les dijera que el domingo regresamos, pero que yo regreso a escribir, que voy a estar tres meses en Cuba escribiendo. Así que las reuniones que tengamos deben ser en la tarde y en la casa”, relata.
Hay mucha investigación histórica en sus novelas, ¿qué papel juega en las ficciones?
El novelista se acerca a la historia con un sentido no científico sino dramático. Es decir, yo busco en la historia los elementos que me van a apoyar en mi intención de desarrollar una historia novelesca en la cual hay determinados intereses conceptuales que se apoyan en esta investigación. Voy buscando lo que me interesa a mí como novelista. Siempre los conceptos de mis novelas tienen como premisa utilizar la historia como un posible espejo para entender el presente. Busco en la historia esos ciclos constantes, repeticiones que de alguna manera revelan que la condición humana ha sido la misma durante muchos siglos, que el hombre civilizado ha tenido comportamientos similares, y esto tiene ese sentido de apoyar la historia en ese desarrollo en el presente y siempre el pasado como una posibilidad de entenderlo mejor.
La crítica dice que sus libros recogen “el sentir de los cubanos”, ¿se siente así?
Yo no trato de ser el representante de nada. Soy un escritor individual que trata, desde mi perspectiva, de ver una realidad e interpretarla y reflejarla del modo literario o estético mejor posible. En mis libros (especialmente en las novelas de Conde) hay una intención que en un primer momento fue puramente casual o no consciente, y empezó a tener un sentido mucho más definido de escribir una crónica posible de la vida cubana contemporánea. Esa crónica sucede en las novelas de Conde, en La Novela de mi vida, El hombre que amaba a los perros, en Hereje y siempre está esa mirada que, aunque los argumentos vayan a otras geografías, a otras culturas, a otros momentos históricos, siempre se regresa al presente cubano, que es el punto de partida y el punto regreso. Está esa intención de hacer ese recorrido por lo que ha sido la vida cubana estos años, muy personal y muy generacional. Yo me siento muy satisfecho, por ejemplo, porque el año pasado gané en España un premio de novela histórica, y fue curioso porque la fundamentación del jurado decía que a través de mis libros se podía entender cómo era la vida en la Cuba contemporánea. Mira qué bonito que haya visto esta intención en un premio en que se valora el carácter histórico de las novelas.
¿Cree que los escritores tienen una responsabilidad política?
Pueden tenerla. De hecho, la literatura y el arte en general, al formar parte de una serie de manifestaciones de carácter intelectual, social, se acerca mucho a las valoraciones políticas. En la sociedad contemporánea, la política está en todo, y en la sociedad cubana. A lo mejor un australiano que vive en cualquier parte del mundo pueda tener una distancia con respecto a las posiciones políticas, lo que es impensable para un cubano. Vivimos inmersos en una sociedad muy politizada, en la que todas las decisiones pasan a través de la política. Por lo tanto, la política aparece en los libros de uno, así no lo quiera. Yo lo que he tratado es de que nunca sea el juicio político el que defina la obra, ni mucho menos un partido político.
Mario Conde ha sobrevivido a ocho novelas en casi 30 años y aun así no se repite, ¿cómo ha sido el proceso de hacerlo evolucionar?
Bueno, han sido en realidad ocho novelas y media porque Hereje es una novela “medio Conde” (risas). Evito repetirme con la evolución de una sociedad en la cual ocurren estos cambios, pero este personaje curiosamente es un tipo muy conservador en el sentido en que mantiene sus mismos gustos, sus mismas fidelidades, costumbres, su soledad, y eso hace que sea difícil escribir una nueva novela, crearle nuevas preocupaciones, porque son sus mismas preocupaciones, y lo que hago es crearle unas variaciones.
El mundo interior de Conde, el mundo cercano, apenas varía, lo que varía es su relación con el resto del contexto.
Yo lo creé para una primera novela que se llama Pasado perfecto y que se publicó en 1991. Ahí necesitaba crear un personaje que fuera el protagonista de una novela policíaca cubana, muy cubana, pero que no se pareciera a las novelas policíacas cubanas. Por esa época se le llamaba al movimiento de la novelística cubana “Novela Policial Revolucionaria”, y eran libros que tenían mucho de policial, mucho de revolucionario, pero poco de novela. Yo lo que quería era escribir una novela y eso implicaba la necesidad de crear un personaje capaz de romper con ese esquema del policía cumplidor del reglamento, con toda una serie de virtudes, a veces excepcionales. Entonces creé a un hombre que no sabe absolutamente nada de investigación criminal, que tiene gustos literarios, que se reúne con sus amigos a beber mucho ron, que quiso haber sido escritor y que su vida se ha torcido.
Y ya se le salió de las manos…
Terminó siendo un antipolicía, un policía imposible en una realidad cubana, pero un policía posible en una novela policial cubana. A partir de la segunda novela este personaje comienza a tener más densidad dramática, biográfica, conceptual, y empieza este proceso de acompañamiento que me ha llevado ya 29 años, desde Pasado perfecto hasta La transparencia del tiempo, lapso en el que el personaje ha envejecido. Eso significa cambio físico, cambio de percepción, que también tienen que ver con los cambios de la sociedad cubana. Siempre se dice que en Cuba no cambia nada, y como la estructura económica y política del país no ha cambiado, da esa sensación, pero la sociedad cubana sí ha cambiado mucho, y Mario Conde ha registrado esos cambios acercándose a determinados sectores que son agente o resultados de ese cambio. El personaje ha tenido esa perspectiva desde la que yo he mirado ese proceso de evolución o involución o detenimiento. Ha sido muy útil porque es un personaje muy cercano a mí, no solo por la generación, que es la misma que la mía, ni porque estudió en la misma escuela que yo o vivió en el mismo barrio que yo, sino porque yo he tratado de que Mario Conde sea mis ojos.
Dice que Mario Conde es muy cercano a usted, pero ¿qué tanto lo conoce?, es decir ¿qué tanto maneja su vida o qué tanto va saliendo sola su evolución?
Como tiene su propio carácter, que se ha ido forjando y profundizando de novela en novela, pues a veces hace cosas para las que yo no le he dado permiso. De pronto yo siento que necesita hacer determinadas cosas, como ocurrió hace muchos años, cuando yo insistía en que Conde fuera policía y en una novela me dijo “ya, no soy más policía. Me voy de la policía”. Y ha ocurrido con determinadas reacciones que ha tenido, como en Hereje, cuando yo decido que Conde se tiene que casar con Tamara, quien lo ha acompañado durante muchos años, pero luego me di cuenta de que Conde no quería casarse, yo era el que quería que se casara, y entonces tuve que buscarle una solución satisfactoria para que no fuera un problema entre él y Tamara y pudiera salir ileso de ese compromiso que había establecido. Es un personaje que todavía me sorprende.
¿Qué es lo que mantiene a Mario Conde en Cuba? Ya varios de sus amigos se fueron o quieren irse de la isla…
Andrés se fue (en la novela Paisaje de toño) y ellos lo evocan mucho en Adiós Hemingway, el Conejo ahora quiere viajar, y utilicé todo esto para representar que el mundo de Conde se puede resquebrajar. Conde ha tratado de levantar unas murallas y crear un recinto en el cual él, sus amigos y su mundo mantengan todo igual. Por eso digo que es un personaje muy conservador. Por eso también hay señales muy evidentes de que ese mundo apenas cambia, porque por ejemplo siempre oyen la misma música, tienen los mismos rituales de reunión con el ron, la comida, las conversaciones, y siempre van tratando de establecer esa complicidad profunda que hay.
¿Cuánta vida le queda a Mario Conde?
Yo creo que tanta como a mí. Espero, igual que él, vivir por lo menos 20 años más, no más que eso. Y en esos años, escribir unas cuatro o cinco novelas más, al menos dos de ellas con él como protagonista. Conde me va a seguir siendo útil para poder acercarme a la realidad cubana, a tratar de entenderla, porque yo creo que la realidad cubana no la entiende ni Dios. Con sus investigaciones y pesquisas me obliga a establecer una relación mucho más cercana con esa realidad que vivo.
Autores como Poe, Chandler, Marlowe ya sentaron un precedente en sus libros sobre personajes detectivescos, ¿cómo evita la tentación de caer en esta fórmula ya tan repetida?
Yo creo que depende mucho del origen cultural de los personajes. Conde no puede actuar como un personaje de Chandler o de Marlowe, ni siquiera puede actuar como el Pepe Carvalho de Vázquez Montalbán, porque Conde viene de una formación, de unas circunstancias, de un contexto, y sobre todo de una cultura muy peculiar que es la cubana. Eso hace que tenga sus propias marcas, características que lo identifican, porque responde a una manera de ver y entender el mundo que es muy personal y muy nacional.
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Decía que se desmarcó fácilmente del movimiento Novela Policial Revolucionaria, pero ¿qué tanto hay de Cabrera Infante, Carpentier, Lezama Lima y otros escritores cubanos en sus libros?
Soy el resultado de una tradición literaria. Yo sería más discípulo de Cabrera Infante y de Carpentier porque creo que todos tenemos una relación con esa literatura que nos antecede, y esos escritores son los maestros que nos presentaron y nos develaron maneras de entender la literatura y el mundo. En el caso de Carpentier, hay una concepción de la historia y de la cultura propia, en este caso cubana, caribeña y latinoamericana, que es muy importante y que desarrolla a través de su carrera; en el caso de Cabrera Infante hay una utilización del lenguaje, una construcción literaria de La Habana que yo también he utilizado y heredado.
¿Para qué escribe?
Dentro de un mes va a circular un libro con ensayos que se llama Agua por todas partes, y allí hay un ensayo titulado ¿Para qué se escribe una novela? En él respondo, pero te voy a adelantar algo: yo no concibo comenzar a escribir un libro, dedicar dos, tres o cuatro años de mi vida, si no tengo una intención. Yo escribo para decir algo, para entender y tratar de expresar ese entendimiento de una realidad, una circunstancia, una idea, una obsesión. Eso es lo que hace que me levante todos los días a la misma hora.