El Magazín Cultural

Los fragmentos de Rogelio Salmona

Una nueva muestra que recoge 12 obras del arquitecto se presentará en el marco de El Festival Malpensante 2010.

Angélica Gallón Salazar
01 de julio de 2010 - 10:32 p. m.

Cuando el arquitecto Rogelio Salmona terminó de construir el edificio de la 6ª con 26, en donde actualmente opera la Sociedad Colombiana de Arquitectos, la plata escaseaba y los dueños del proyecto no tenían con qué pagarle al prestigioso maestro. Él, sin embargo, algo enamorado del espacio que había construido, le propuso al constructor: “Págueme con aire”. —¿Con aire?, replicó desconcertado el dueño del edificio. Salmona explicó su petición: “Deme aire y déjeme construir un piso adicional en donde pueda crear mi propio estudio”. El trato se cerró y fue en ese veinteavo piso en donde uno de los arquitectos más importantes del país dibujó sus memorias.

Hoy, después de tres años de su muerte, el lugar no está vacío, su esposa, María Elvira Madriñán, trabaja diariamente en ese espacio amplio, de puerta encogida y mucha luz, acompañada de una vista impresionante de las Torres del Parque, ese par de edificios que su marido le dejó en frente como si fueran una extensión de sus ojos vigilantes.

Esta arquitecta, que desde que salió de la universidad fue la compañera fiel de Salmona, por estos días se ocupa de la coordinación de una nueva exposición sobre la obra del arquitecto para exhibirla en el marco del Festival Malpensante. Ella, que viene encargándose a través de la Fundación Salmona de mantener el legado del hombre que desde siempre luchó por el espacio público, decidió esta vez organizar algo diferente: “El sitio de la exposición será el vestíbulo del teatro William Shakespeare y partiendo del espacio se nos ocurrió mostrar la obra de Rogelio de una manera diferente, a través de fragmentos de fotografías que hicieran énfasis en temas que él utilizaba constantemente como los detalles del manejo del ladrillo, de la luz, los recorridos que proponía, la relación con la naturaleza, la geometría y las proporciones, en fin, escogimos en total 12 obras”, explica con su voz tenue Madriñán.

El punto de partida para esta muestra fueron las fotos que el mismo arquitecto le había tomado a sus obras. De alguna forma esas diapositivas de mala resolución y esas imágenes de calidad baja —Salmona nunca tuvo una buena cámara— le revelaron a su esposa su mirada, esas cosas que realmente lo conquistaban de sus edificios. La exposición es, además, en cierto sentido, la celebración del milagro de que esas tomas espontáneas hayan sobrevivido. “Rogelio no le ponía cuidado a sus  archivos, su interés era lo nuevo, siempre miraba adelante y por eso quizá no fue muy juicioso guardando cosas. Al contrario, él botaba todo lo que hacía”, recuerda María Elvira, que no puede olvidar cómo cuando él dibujaba miles de posibilidades hasta encontrar la que era, luego cogía todo el resto de papeles y lo botaba, desaparecía toda esa historia que lo había llevado a desarrollar esa idea que se convertiría en una biblioteca o en un centro cultural. “Yo evitaba que se arrojara todo, pero él no me entendía. Creo que a él le era difícil pensar que lo que hacía de forma tan desprevenida pudiera tener algún valor”, recuerda la artífice de esta nueva exposición, en la que además ha reparado de forma curiosa en la ventanas de Salmona, esas redondas, esas por donde confluían múltiples posibilidades visuales, esas en forma de calado que dejaban intuir el agua que el arquitecto había puesto tras una pared. “Las ventanas del vestíbulo serán tapadas por las ventas de Salmona”, añade Madriñán.

No obstante de ser pequeña, esta muestra es importante porque es la única que se ha articulado en torno a la obra del arquitecto desde la que se armó en 2001, cuando la canciller Carolina Barco le presentó la iniciativa a María Elvira y a Rogelio Salmona para exponer toda su obra en una muestra itinerante que viajaría por todo el mundo. “Esa exposición fue un proceso muy largo y enriquecedor, porque Rogelio no quería y no le gustaba que se hicieran exposiciones, decía que su obra no tenía por qué exponerse”, recuerda Madriñán, haciendo énfasis en ese cierto escepticismo que caracterizaba a su marido. “Él nos dejó trabajar porque pensó que nunca íbamos a salir con nada, nosotros en una esquina buscábamos qué íbamos a poner y cuando veía que habíamos conseguido un esquema importante lo rompía y lo botaba. ¡No pierdan tiempo, eso nunca se va a hacer!, así que todo tuve que hacerlo en secreto”.

Con esta nueva muestra, María Elvira no siente que esté traicionando ese sentir tan fuerte de su marido en torno a exhibir públicamente su obra; por el contrario, tiene una profunda certeza de que la primera exposición le gustó, y aunque ya no puede saber qué pensaría de ésta, sabe que nunca se molestaría por algo que ella ha hecho con tanto amor.

Por Angélica Gallón Salazar

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