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Inclinado sobre un enorme cuaderno un hombre asienta números. Es lo que ha hecho durante 30 años. Es el factor de la Casa Medici en Sevilla. Está encargado de las provisiones de las expediciones a ultramar. Sabe cuanto vale el último clavo de los aparejos, una yarda de lona velera, una arroba de tocino o de galleta, una viga de roble de 80 pies, un barril de brea, un áncora, una brújula, un astrolabio, un sable, un cañón, un falconete, una esfera de hierro maciza, una arroba de pólvora, un par de botas, una camisa, una litera, una soga de sonda; sabe cuánta agua bebe un hombre en un mes; sabe cuánto vale un quintal de especias en las Islas Molucas, el confín oriental del mundo, y cuánto una onza en los salones de Europa. Sabe de cartografía y no le son ajenos los números de los astros. Va a cumplir los 50 años. Jamás ha navegado.
La habitación está llena de unas mercaderías de Oriente que debe despachar para Florencia junto con un informe dirigido a su patrón, un hijo de Lorenzo el Magnífico. Es una muestra. Hay perlas, oro y canela. El barco que los trajo demoró un año en el viaje de ida y vuelta. Los fardos huelen a mar y sol. De repente, los cansados ojos de Américo Vespucio se iluminan. Una idea loca le baila en el corazón.
Es una mañana de los primeros días del último año del siglo XV. A nadie sorprendió en Sevilla que el Factor de la Casa Medici abandonara su empleo y se hiciera aventurero. Sí: por años había sido un discreto y celoso funcionario, y era verdad que estaba entrado en años, pero ¿quién no perdía el seso escuchando a los que regresaban de Oriente y de Las Indias, relatos en que refulgían el oro y los frescos cuerpos de mujeres de delicioso color?
A mediados del año una flota española comandada por Alonso de Ojeda recorre la costa norte del Brasil. Encaramado en el castillo de proa, una mano calca la costa. Es Américo Vespucio, el astrónomo de la expedición. Ojeda ordena tomar rumbo al Darién. (Seguramente Fernando de Aragón le ha confiado la existencia de las minas de Veragua, en Panamá, descubiertas por Colón). Es una decisión desafortunada. El oro está al norte y al sur, pero no allí. Ojeda está en un punto intermedio, y lejano, de dos imperios dorados: el Inca y el Azteca. La empresa es un fiasco. Vespucio regresa a Sevilla pobre y sin empleo, pero sus mapas son los mejores que se hayan hecho de estas tierras y los capitanes se los disputarán.
Dos años después recibe una carta del rey de Portugal invitándolo a ser el cartógrafo de una expedición ambiciosa: la búsqueda en Las Indias de un paso hacia las Islas de las Especias. Realiza dos viajes con este fin bajo bandera portuguesa. Bordea Brasil, la tierra de Cabral, con rumbo Sur. La enorme desembocadura del Río de la Plata los engaña. Después de varios días de remontarla tienen que reconocer que no es este el anhelado paso y regresar. En la primavera de 1504 regresa a Lisboa e informa al rey el fracaso de la misión. «Esto –escribe en su informe– no es la India ni una isla que se interpone en el camino sino un nuevo mundo».
Así, con tristeza, Vespucio estampa la afirmación a la que debe su gloria. ¿Cómo llegó a la conclusión de que Las Indias Occidentales eran en realidad un continente y no un vasto archipiélago como entonces se pensaba? Por la extensión de las costas suramericanas. ¿Cómo pudo saber que esto no era La India? Lo ignoramos.
El "Novus Mundus" de un tal Americo Vespucio
Hasta aquí los hechos, el resto fue cosa de libros. En 1503 circularon unos cuantos ejemplares de un cuadernillo firmado por un tal Américo Vespucio. Novus mundus era su título. Originalmente había sido una carta dirigida a Lorenzo Pedro Francisco de Medicis, en la que Vespucio hacía a su antiguo patrón una relación de los viajes que había hecho a las tierras descubiertas por Colón. Eran usuales en la época estas epístolas de viaje donde los capitanes informaban a sus financiadores –reyes o banqueros– los resultados de las expediciones. Se guardaban celosamente porque contenían secretos comerciales: ubicación de minas y plantaciones, mapas de rutas y puertos de las tierras recién descubiertas. Funcionarios infidentes –piratas de oficina– hacían copias de estos documentos y los vendían por altas sumas a casas y reinos rivales. A veces una copia ya depreciada caía en manos de un impresor que la multiplicaba. Estos volantes circulaban de mano en mano, prefigurando los periódicos, y se vendían en las ferias junto con filtros, pócimas, recetas e indulgencias.
Igual pudo ser el camino que siguieron los informes de Vespucio. En un estilo fácil y grato, el florentino contaba las peripecias de sus viajes, la ruta, los vientos, el cielo del Sur, las costumbres de los americanos. Había también dibujos de flores y animales, y de nuestras costas.
Inspirado por la armonía social imperante en las comunidades indígenas, soñaba utopías y escribía sobre lo que Rousseau llamaría el buen salvaje. ¿Era el hombre bueno por naturaleza? La pregunta preocupaba a los pensadores de esa época antropocéntrica que no se resignaba al Destino fatal de los Antiguos ni podía comprender el contradictorio Liber arbitrium de San Agustín. El carácter vario y polémico de los temas tratados, el estilo grato y la fortuna del título, hicieron de estas cartas unas de las más leídas entre las muchas que circulaban entonces.
En 1507 un editor italiano compiló algunas de las cartas de los capitanes más relevantes de la época: Cadamosto, Vasco da Gama, Cabral, Colón y Vespucio. El volumen se titulaba Paesi nuovamente retrovati da Americo Vespucio, florentino. La taquillera lista de navegantes vendió muchos ejemplares. El nombre de Vespucio corrió por las academias navales, los salones de las cortes y las tabernas de los puertos. El título lo destacaba entre los más gloriosos capitanes, y parecía señalarlo como el descubridor de las Indias Occidentales. (Tras el fracaso comercial de sus expediciones, el nombre de Colón se estaba desdibujando; la cronología de los viajes a estas tierras no tenía la precisión que tiene ahora. En esa, como en todas las épocas, la historia contemporánea era una materia confusa).
En ese mismo año el rey Renato II, que ostentaba los títulos de Rey de Jerusalén y de Sicilia, y Conde de Provenza aunque en realidad era sólo duque del minúsculo país de Lorena, reunió un grupo de eruditos y les encargó la composición del nuevo Atlas que navegantes y humanistas estaban reclamando. El equipo se reunió en la capital del ducado, la pequeña población de Saint-die.1
A finales de 1507 los eruditos entregaron al duque la Cosmografia introductio, una reedición de la geografía de Ptolomeo actualizada con los últimos descubrimientos de los navegantes portugueses y españoles.2 En un apéndice del libro venían las cartas de Vespucio.
El libro no menciona a Colón –acaso por simple ignorancia–. Señala a Vespucio como el descubridor de estas tierras y propone su nombre para designarlas. Las Indias se representan como dos grandes islas. En la del sur, y en la región correspondiente al Brasil, el dibujante escribió América, palabra inventada por un poeta de apellido Ringman que estaba a cargo de la redacción de la obra. El libro alcanzó gran difusión y la palabra pegó, quizá por su potencia fonética; quizá porque encajaba como anillo al dedo en la secuencia de los nombres de las tierras que se estaban descubriendo: Asia, África, América. Cuando se descubrió en posteriores expediciones que las dos «islas» estaban unidas por un largo istmo, Mercator dibujó su famoso Atlas y escribió AME en la del norte y RICA en la del sur. Fue el bautizo definitivo.
1 Un siglo atrás se había imprimido allí mismo Imago mundi del Obispo D’ Ailly, el libro que Colón siempre llevaba consigo y que influyó de manera decisiva, junto con las cartas de Toscanelli, en las ideas del Almirante sobre la forma del planeta.
2Allí se lee que Vespucio había pisado la Tierra de la Santa Cruz (Brasil) en 1497, es decir un año antes de que Colón pisara continente americano. La fecha pudo haber sido alterada a propósito por los editores italianos de las cartas del florentino para reclamar para Italia la paternidad del Descubrimiento, y reproducida luego por los incautos editores de la Cosmographiæ. Pero este razonamiento resulta suspicaz y anacrónico si recordamos que la polémica sobre la paternidad del Descubrimiento comenzó años después de la publicación de estos libros. Más factible es pensar en un error de la memoria o de las transcripciones. Hay que descartar también la hipótesis que propone que fue el mismo Vespucio quien alteró la fecha, porque de haber sido así Colón no lo habría distinguido hasta el final, como lo hizo, con su amistad.
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