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Carlos Franco Esguerra: “La lectura es uno de los actos más revolucionarios que puede haber”

Entrevista a Carlos Franco Esguerra, escritor premiado y guionista. Ángel eléctrico es su segundo libro de cuentos: seis historias cortas de notable belleza, herederas de la tradición del relato norteamericano. Publicado por Escarabajo Editorial.

Juan Sebastián Lozano

24 de diciembre de 2025 - 04:00 p. m.
En la actualidad, Carlos Franco Esguerra, autor de "Ángel Eléctrico", es director académico de la Maestría en Escrituras Audiovisuales de la Universidad del Magdalena.
Foto: Archivo particular
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Ángel Eléctrico es un libro de cuentos sobre gente del común: un cajero de banco, un empresario de dudosa moral, una ama de casa, que buscan y encuentran cómo sobrevivir en la selva de cemento, en el caos del mundo contemporáneo y en el orden que pretendemos darle.

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Los personajes del libro, al principio un poco confundidos, arrojados a la vida como todos, encuentran maestros insospechados que les enseñan puertas de escape a lo que los atormenta.

El libro está atravesado por la ternura; por una mirada crítica ante los problemas sociales y la desigualdad económica que nos aquejan, pero compasiva con los seres humanos, víctimas y victimarios de un mundo que los sobrepasa.

En Ángel Eléctrico hay un gran cuidado por el lenguaje, un encantamiento con las palabras y una búsqueda de precisión; no hay barroquismos innecesarios. El libro bebe de la tradición norteamericana: frases cortas y búsqueda de epifanías; Ernest Hemingway, Raymond Carver, John Cheever.

Carlos Franco Esguerra es escritor de cuentos cortos y guiones largos. Su primer libro de cuentos, Cazando Luciérnagas, obtuvo el Premio Nacional de Literatura; después escribió el guion de la película del mismo nombre. También es ganador del Premio Nacional de Cuento de la Fundación La Cueva. Ha escrito varias películas y series de ficción. En la actualidad es director académico de la Maestría en Escrituras Audiovisuales de la Universidad del Magdalena.

Háblenos del proceso de escritura de estos cuentos. ¿Los escribió en épocas distintas y los fue recopilando, o fueron pensados como conjunto?

Si mi memoria no me engaña, comencé la escritura de un nuevo libro de cuentos alrededor del año 2015 o 2016, con la intención de participar en un concurso literario que tenía a Bogotá como tema central. Para esa época habían pasado más o menos tres años desde la publicación de Cazando Luciérnagas, mi primer libro de cuentos, y, aunque anhelaba seguir escribiendo relatos cortos, no lograba encontrar una ruta hasta que surgió la idea de mi ciudad natal como escenario.

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Aunque la convocatoria sirvió como disparador para iniciar el proceso, con el tiempo me olvidé de ella. Desarrollé ocho cuentos nuevos, más dos que retomé de un pasado anterior. Así agrupé diez cuentos que arrastré, releyendo y reescribiendo incansablemente durante años. En 2024 surgieron de manera algo inesperada dos cuentos adicionales; uno de estos es “Oxímoron, con x”, el relato que da inicio al libro. De esta manera se conformó un cuerpo de doce cuentos, de los cuales Ángel Eléctrico contiene los seis primeros. Los restantes seis serán publicados en 2026 bajo el título Sorpresas Esperadas, también con la Editorial Escarabajo.

Los cuentos del libro son sobre gente del común, por decirlo así, no sobre escritores, cineastas o artistas...

Aunque creo que, en el fondo, de una u otra manera, el escritor siempre escribe acerca de sí mismo, la verdad es que no me interesa estar presente en mis historias. Hay muchos escritores que escriben acerca de sí mismos de manera frontal y lo hacen excelentemente. En mi caso prefiero hacerme invisible, que el lector se olvide de que existe un narrador. No me interesa que se escuche mi voz, ni lanzar ideas geniales, ni deslumbrar con mi poesía o mis reflexiones intelectuales. Tampoco me interesa airear mis tragedias o pesares. Solo me interesa la historia, el personaje. Tal vez se deba a cierto pudor que siento por la exposición pública o al hecho de que originalmente soy guionista de cine, un lenguaje en el que el punto de vista —es decir, la cámara— no debe hacerse evidente. Vaya uno a saber. Escuché el otro día a un autor decir que los escritores no escriben lo que quieren, sino lo que pueden, lo que les sale. Las historias lo buscan a uno y no uno a ellas. El caso es que persigo esa invisibilidad de manera consciente y decidida.

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Por otro lado, desde muy joven he sentido un gran afán por encontrar el propósito de la vida, el sentido de la existencia en un mundo que a veces resulta tan absurdo y vacío. Tal vez por ello mis esfuerzos como narrador se han centrado en descubrir lo que puede haber de extraordinario o sublime en lo cotidiano.

Como estudiante de cine, varias películas me impactaron profundamente: cintas como Smoke, de Paul Auster y Wayne Wang; El sol del membrillo, de Víctor Erice; o Coffee and Cigarettes, de Jim Jarmusch. Todas, obras magníficas con ese elemento en común de dar voz a lo que podríamos llamar los héroes anónimos o cotidianos.

Creo que la sociedad nos ha vendido la idea falsa de que, para que nuestra vida tenga valor, siempre deben estar sucediendo eventos excepcionales. No creo que sea cierto. Se trata de una falacia que nos mantiene en la rueda del hámster.

Lo que puede entregarnos esa paz que tanto perseguimos es el reconocimiento de que la vida, por sí misma, ya es un milagro. Creo que eso es lo que algunos de mis personajes empiezan a intuir por medio de sus vivencias. Y lo excepcional reside no tanto en los eventos en sí, sino en la perspectiva desde la cual se miran.

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En el libro se mete en la cabeza de personajes no virtuosos, narra desde personajes de dudosa moral como el rico del cuento “Ángel Eléctrico”.

Creo que son este tipo de personajes —aquellas y aquellos que se debaten en medio de dilemas morales y disyuntivas— el escenario donde surge lo más interesante del ser humano. Como bien dijo Joseph Campbell: “…solo se puede describir verídicamente a un ser humano describiendo sus imperfecciones. El ser humano perfecto no tiene interés... ya sabes, el Buda que abandona el mundo. Solo podemos amar las imperfecciones de la vida. Y cuando el escritor lanza el dardo de la verdad, duele. Pero lo lanza con amor".

También me parece interesante observarlo desde el punto de vista de Carl Jung y su teoría de la sombra. Jung denominó con el término de sombra todo aquello que los seres humanos mantenemos oculto en el inconsciente porque nos parece inadmisible, grotesco, inmoral o aterrador. Pero, como bien señalaba el famoso psicoanalista y sabio suizo, cuanto más tratamos de enterrar la sombra, más luchará esta por salir a flote y, solo por medio de su integración, se puede alcanzar la individuación.

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Algo que sucede en muchas grandes historias es precisamente que el personaje se ve confrontado de manera irrevocable con su sombra. ¿No es acaso ser testigos de dicho proceso de individuación lo que brinda al lector o espectador de un buen relato esa recompensa épica llamada catarsis por Aristóteles?

En el libro hay un gran cuidado del lenguaje, una búsqueda de la palabra justa, incluso una fascinación por las palabras y tal vez por su significado preciso.

Gracias por estas apreciaciones; significan mucho para mí. Creo que todo ello se lo debo a mi oficio como guionista. Lo tradicional es que los escritores de literatura se aventuren al cine, pero en mi caso fue al revés. Y lo que sucede es que el guion es el terreno de la economía y la eficiencia comunicativa. Es decir, hay que comunicar mundos enteros en unas pocas líneas. El iceberg de Hemingway. Dicha destreza, que desarrollé escribiendo decenas de guiones a lo largo de décadas, se convirtió con el tiempo en una de mis mejores herramientas literarias, creo yo.

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Por otra parte, creo firmemente que, como bien lo describió el filósofo alemán Wittgenstein, los límites de nuestras mentes están formados por nuestra capacidad comunicativa y los límites de nuestro lenguaje. Por eso creo que la lectura es uno de los actos más expansivos y revolucionarios que puede haber, y la palabra una palanca con la que podemos mover al mundo.

En el libro se contrapone, en mi opinión, la idea del ocio productivo, la contemplación, la reflexión profunda, versus el utilitarismo capitalista y el individualismo. ¿La lucha de clases, la lucha por tener más y mejor ocio, y por la equidad económica está perdida?

Como señala el escritor japonés Haruki Murakami en uno de sus cuentos —si no estoy equivocado, en Rana salva a Tokio—, las luchas verdaderas de los seres humanos se libran en el terreno de la imaginación. La sociedad infunde en los individuos la idea de que no tienen poder sobre sus destinos porque están sujetos a las fuerzas transpersonales de los grandes procesos históricos y sociales. Ello deriva en la creencia de que solo nos puede salvar, o condenar, un mesías o un líder político o religioso, el Estado. Por eso siempre estamos buscando un chivo expiatorio a quien achacar las desgracias de nuestras vidas, pero eso de nada sirve.

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En realidad, los únicos que podemos salvarnos somos nosotros mismos, por medio de nuestra propia consciencia. Es allí, por medio del pensamiento y la reflexión profunda, el punto de partida de una verdadera soberanía. De ahí que me interese mucho que el viaje de mis personajes sea de carácter interno: inicialmente en un sentido vertical, descendiendo hacia los parajes inhóspitos del inconsciente del ser, para luego emerger en espiral ascendente portando una antorcha en sus manos, incluso a expensas de la propia vida, como le sucede a cierto personaje que ya ha sido citado anteriormente.

¿Qué escritores y otros artistas lo han influenciado?

Muchos, por supuesto. Ya nombré algunos en el campo cinematográfico. Añadiría a estos otros directores autores como Wim Wenders, Yasujirō Ozu, Robert Bresson y Robert Altman, entre varios.

En el campo literario, en especial en el terreno del cuento corto, han sido una gran influencia e inspiración para mí los norteamericanos: Raymond Carver, John Cheever, Hemingway, por supuesto. Todos a su vez descendientes del gran Chéjov, uno de los padres del cuento moderno. Y por supuesto la gloriosa y nunca suficientemente reconocida, a mi parecer, novelista y cuentista Patricia Highsmith. Hablando de personajes de dudosa moral… qué maestra. También mencioné anteriormente a Murakami, cuyos cuentos me generan un placer sublime, me transportan a otro mundo como pocos otros. Ojo, no nombro a muchísimos grandes escritores, leídos y no leídos. Se trata solo de apreciaciones, un asunto de afinidad y gusto.

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Háblenos de la diferencia en el abordaje que hace de la escritura de cine y de literatura.

Aunque muchos guionistas defienden al guion como un texto autónomo, acabado y completo con un valor literario, yo no lo veo de esa manera. El guion está hecho no solo para ser interpretado, sino también reescrito, transformado, mutado por la mirada del director y su compañía de artistas audiovisuales. De no ser así, simplemente se publicarían los guiones para ser leídos como se lee la literatura. Pero lógicamente eso solo sucede en casos excepcionales. En ese sentido, el guión es un paso intermedio, una promesa de muchas posibles películas. De ahí que se considere al director como el autor definitivo de una obra audiovisual.

En cambio, un cuento corto, al igual que cualquier pieza literaria, ya está terminado, aunque su forma audiovisual se la da el lector. Lo anterior, de por sí, ya es una gran diferencia.

En lo personal, noto que cuando estoy en el terreno literario me permito ciertas libertades que no logro escribiendo las páginas de un guion. ¿Por qué será? No lo sé. Pero una y otra vez constato que mi imaginación pareciera tener un mayor alcance y la posibilidad de explorar recovecos insospechados cuando estoy escribiendo un cuento. Por eso, desde un tiempo para acá, intento escribir todo en forma de cuento, incluso lo que pretendo que tenga al audiovisual como destino final.

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Por Juan Sebastián Lozano

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