Innumerables son aquellos que terminan sus cursos obligatorios de Filosofía en el colegio y nunca más vuelven a abrir un libro de esos. Ese primer encuentro con el lenguaje oscuro y enredado de algunos de los pensadores más importantes de nuestra era es suficiente para que muchos simplemente asuman con resignación que eso no es para ellos. Esto sin contar que algunos de los cuestionamientos de esta disciplina pueden parecer, a primera vista, absurdos, como cuando Descartes se pregunta si puede confiar en la realidad que tiene ante sus ojos o si se trata acaso de la obra de un genio malvado cuyo único propósito es engañarlo.
Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO
¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar
Mientras tanto, quienes deciden dedicarse a la filosofía tienden a adoptar una jerga que espanta a los impacientes y condena a su valioso conocimiento a vivir encerrado en su pequeño nicho universitario. “En la academia persiste cierto esnobismo intelectual, un código especializado que solo entienden quienes estudiaron dentro del mismo sistema”, afirmó Matilde Orlando, divulgadora de filosofía. Para ella, en estos círculos universitarios reina “la creencia de que lo profundo debe ser necesariamente difícil”, por lo que todo lo que se produce allí “termina siendo autorreferencial tanto en su lenguaje como en su público, y deja la sensación de que se trata de una conversación que circula sin llegar a nadie”.
Así, de un lado y del otro, se refuerza la idea de que la filosofía es un campo cerrado, abstracto y desconectado con los problemas del día a día, lo que a su vez genera la sensación —alimentada constantemente por el afán positivista del capitalismo tardío— de que no sirve para nada. Sin embargo, hay quienes se han puesto a la tarea de cambiar eso y demostrar que se trata de una disciplina que tiene mucho menos que ver con citar autores y escribir frases complejas, y mucho más con tener un rol activo en nuestra forma de llevar la vida.
“Pensamos que solo lo útil es importante cuando es justamente al contrario”, opinó Roberto Palacio —filósofo, ensayista y divulgador— y, citando al científico británico Michael Faraday, agregó: “¿Qué hay más inútil que un bebé recién nacido? Y, sin embargo, ¿qué hay más importante que un bebé recién nacido? Muchas cosas que son inútiles las tenemos en muy alta estima: el fútbol, el amor e incluso los vicios. La filosofía es una inutilidad, pero una inutilidad importante”.
Tanto Orlando como Palacio, entonces, se han puesto a la tarea de sacar a esta disciplina de su letargo en las aulas de clase y acercarla a gente que incluso ya se había dado por vencida con ella. La primera lo hace a través de Filoparchar, una comunidad digital en la que se abordan temas cotidianos a través del lente filosófico. De allí se desprendieron los “filoparches”, que son espacios de diálogo en los que se discute sobre estos temas en un ambiente lejos de lo académico. Este proyecto le ha permitido ver el impacto que puede tener la filosofía en personas que normalmente no tendrían nada que ver con ella. “La filosofía no es —como a menudo nos hacen creer— la simple historia de pensadores y teorías, sino un ejercicio vivo de pensamiento crítico. Filosofar es dialogar, cuestionar, problematizar, plantear preguntas incluso cuando parecen ridículas, obvias o inútiles”, afirmó.
Palacio, por su parte, ha hecho lo suyo con libros como La era de la ansiedad (Ariel, 2023) y Consumidores de atención (Debate, 2025), en los que analiza los problemas de nuestra sociedad apoyándose en el trabajo de quienes se han sentado a pensarla. Él, además, tiene una serie en El Magazín Cultural de El Espectador llamada “Sobrepensadores”, donde recupera algunos de los temas de su obra y demuestra, con ejercicios de pensamiento crítico, cómo algunas estructuras sociales que creemos inamovibles en realidad se tambalean cuando nos sentamos a examinarlas con detenimiento.
Y también está Lu Beccassino, creadora de contenido y autora del libro Si nos enseñaran a amar: lecciones estoicas de amor (y desamor). Allí, a través de pensadores como Séneca, Marco Aurelio y Epicteto, analiza las etapas del amor y cómo podemos comprenderlas desde la sabiduría y la templanza. Ella, además, comparte constantemente reflexiones apoyadas en filósofos como Pierre Bourdieu, Byung Chul-Han y Michel Foucault (entre muchos otros), que tocan temas como la infidelidad de pareja, el agotamiento en el trabajo, el machismo o la inteligencia artificial.
Todos ellos tienen dos cosas en común. La primera es que están convencidos de que la filosofía no solo puede ser de gran valor para todas las personas que se quieran acercar a ella, sino que debe desatarse de las trabas que la academia ha querido imponerle para cumplir con su tarea de ser una herramienta de transformación de la sociedad. Como afirmó Orlando: “Es comprensible y muy conveniente para el sistema que la filosofía siga siendo percibida como algo distante y poco relevante: así resulta inofensiva, no transforma nada, no altera el orden existente. Convertida en erudición, pierde su potencia política y su capacidad de cuestionar, de incomodar, de intervenir en la cotidianidad de la gente”. Y, por eso, su trabajo como divulgadores se ha vuelto urgente.
Y la segunda es que los tres estarán participando en la próxima edición de “Los diálogos del Magazín”, un evento organizado por el diario El Espectador y que se realizará el próximo viernes 5 de diciembre a las 7:00 p. m. en la biblioteca del Gimnasio Moderno (cra. 9 n.° 74-99). En esta ocasión, ahondaremos aún más en sus reflexiones sobre cómo la filosofía puede ser un antídoto contra la inercia de la vida cotidiana, cómo pueden acercarse a ella quienes lo hacen por primera vez y, sobre todo, cuál es su potencial con respecto a nuestro desarrollo individual y colectivo. El evento es de entrada libre e invita a curiosos y experimentados a sumergirse en este tema, que les permitirá ver la vida con otros lentes.