Todo comenzó con una pérdida. Antes de montar “Threshold”, Giovanni Paolo Randazzo vio desaparecer 10 años de trabajo. Le robaron el disco duro donde guardaba los registros de su vida entera: imágenes, fotos, documentales y proyectos. Lo que parecía una catástrofe se convirtió en un punto de partida. Sin archivos, sin acumulación, el artista decidió construir la exposición en tiempo real con lo que quedaba, con lo que podía surgir del vacío. De ese accidente nació la que considera una de las muestras más coherentes y frescas de su carrera, presentada en la galería Vertigo Contemporary, en el barrio San Felipe de Bogotá, abierta hasta el 15 de noviembre de 2025.
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La tensión entre el accidente y la posibilidad de empezar de nuevo se convirtió en la guía para una exposición que no solo presentó objetos o pinturas, sino un discurso sobre el límite, el punto donde la pintura se abre hacia lo submediático, la forma se vuelve porosa, y la luz y la oscuridad se enfrentan.
Resistencia en el umbral del arte
Las luciérnagas atravesaron la muestra como un hilo luminoso. Randazzo retomó la metáfora de Pasolini, quien comparó esas luces diminutas con una forma de resistencia frente al poder. Para el artista, la cuestión era ética más que política.
Las luciérnagas representaban esas pequeñas luces que no se someten al reflector central, que iluminan desde la periferia con una energía discreta, pero constante. En la galería, las transparencias, los materiales de construcción y las luces tenues hablaron de esa resistencia mínima, un gesto que no busca el espectáculo, sino la persistencia.
En contraste con el resplandor mediático que todo lo devora, Randazzo quiso mostrar la fuerza de lo tenue, la potencia de lo que se enciende sin aplauso.
La propuesta apuntaba al corazón de la cuestión ética: ¿qué puede hacer un artista en tiempos de saturación de imágenes y abuso de poder? Randazzo lo plantea sin ambigüedades: “Es una exposición sobre la necesidad de tomar posición. No ser pasivos ante lo que sucede en el mundo”.
Su investigación de casi una década abordó temas de poder, arquitectura, imágenes e insectos, buscando una conciencia crítica. Concibió “Threshold” como una pintura expandida: “Todo aquí es pintura: pintar con luz, con espacio, con materiales”.
La transformación no aparece como estallido, sino como acto persistente, la revolución silenciosa de las luciérnagas que siguen brillando cuando los reflectores se apagan. Incluso los materiales del brutalismo fueron reutilizados para mostrar la ambigüedad entre esperanza y control.
Así, la ética del gesto se volvió el verdadero soporte: decidir qué iluminar, cómo hacerlo y desde dónde mirar. En una esquina, una lámpara temblaba sobre el concreto, recordando que la belleza también podía ser frágil.
La pintura como tránsito
El título “Threshold” (“Umbral”) ya anunciaba una frontera. La muestra exploraba ese límite donde la pintura se transformaba en instalación, donde el arte se convertía en conversación.
El visitante era invitado a situarse en ese umbral, a no ser espectador, sino alguien que camina entre luces y sombras, entre materiales frágiles que revelan su historia. En esa vulnerabilidad residía la potencia. La luciérnaga, pequeña, pero insistente, encarnaba esa ética: iluminar sin imponerse.
En el contexto colombiano, esa luz discreta adquiría un sentido profundo. Randazzo transformó lo cotidiano en un discurso político y ético sobre la creación y la resistencia. No se trataba solo de exponer, sino de preguntarse qué significa hoy estar vivo, crear, tomar posición.
Caminar entre materiales
Quien visite “Threshold” puede recorrer la galería sin prisa, dejar que la luz tenue atraviese los “collages” y las proyecciones, observar los materiales de construcción convertidos en soportes, o detenerse ante la polilla atrapada en la caja de cristal bajo la luz roja: metáfora del poder aprisionando la vida. Más que ver pintura, se trata de participar en una instalación que exige presencia, que interpela y propone un pequeño acto de resistencia.
La chispa es la luz mínima de las luciérnagas. En un mundo que privilegia lo espectacular, Randazzo apuesta por lo modesto y persistente. Esa insistencia es su ética y su revolución silenciosa.
Al final, la imagen del disco duro robado cerró el círculo: la pérdida lo liberó.