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María Isabel De Lince: pintura de luz y color

Para celebrar la publicación de su libro, María Isabel De Lince: Pintora de la luz (Editorial Momentos, Bogotá, 2025), el cual reúne en textos e imágenes la trayectoria artística de esta pintora colombiana, exploramos en este ensayo las características más destacadas de su trabajo artístico.

Eduardo Márceles Daconte*
26 de abril de 2025 - 02:29 p. m.
María Isabel de Lince es una de las distinguidas artistas de la luz y poeta de la imagen. Lo primero que impresiona en sus pinturas es el color en tonalidades sutiles que incitan a la reflexión. Son composiciones silenciosas que inducen también a meditar sobre el momento histórico que atraviesa la humanidad.
María Isabel de Lince es una de las distinguidas artistas de la luz y poeta de la imagen. Lo primero que impresiona en sus pinturas es el color en tonalidades sutiles que incitan a la reflexión. Son composiciones silenciosas que inducen también a meditar sobre el momento histórico que atraviesa la humanidad.
Foto: Archivo particular
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Hemos vivido desde tiempo inmemorial en un mundo convulsionado por conflictos bélicos, regionales e internacionales, que amenazan con arrasar a la humanidad de esta pródiga tierra que hemos heredado de nuestros ancestros. En este sentido, se trata de una pintura de tendencia monocromática, rica en matices y sugerencias, que convoca a meditar sobre la paz y la tranquilidad, busca también comunicar conceptos y emociones que, sin duda, ejercen una positiva influencia en la razón con la lógica conclusión de que es necesario detener el rumbo hacia una hecatombe que sería el fin del mundo conocido.

Quizás, de manera inconsciente, la artista propone una visión donde el color es protagonista de sus argumentos de paz, justicia y libertad, en la medida que son obras armónicas donde se evidencia la intuitiva espontaneidad de quien conoce a fondo los secretos del color y sus implicaciones emocionales y psicológicas. Son atmósferas cromáticas donde predomina el sosiego, pero también se percibe una lucha por restablecer la naturaleza a sus valores esenciales.

María Isabel prefiere disolver la contundencia del color con matices intercalados de luces y sombras para recordar que también la naturaleza se rebela en ocasiones con manifestaciones explosivas, como puede ser la imagen de una intensa llamarada que, como erupción volcánica, brota de la tierra sin ánimo amenazador, como una interjección espontánea de la tierra.

En alguna de sus pinturas se observa una senda que se abre paso entre montañas difusas que proyectan su luminosidad hacia arriba, como buscando la esencia tranquilizadora del cielo. También prefiere introducir el estallido de una luz que recuerda un relámpago en la oscuridad y nos permite ver una noche de inquietantes premoniciones, pero también observar, en un segundo de intensa luminosidad, los perfiles montañosos de un paisaje abstracto. No siempre es el espacio celestial el que reclama su atención, sino esos fenómenos atmosféricos que recrean figuras algodonosas de nubes peregrinas que, a veces, se esconden de un sol discreto entre un crepúsculo rojizo o una aurora de tonalidades malva.

Así como el azul predomina en algunas de sus composiciones, también se funde con los matices del verde y el amarillo para sugerir una selva que se agita entre los vaivenes de un ventarrón amazónico. A veces nos sorprende con explosiones luminiscentes que emergen de masas oscuras como gritos de fuego o señales de vida, una luz de esperanza en medio de amplios campos de color, matizados por oscuros símbolos que dejan una sensación de misterio por la ambigüedad de sus presupuestas visuales. Pueden ser los restos de un naufragio o las ruinas de una milenaria ciudad después de un cataclismo. Es esta, de hecho, una de las características esenciales de una verdadera obra de arte, cuyo destino no se limita a proponer la visión detallada de una realidad, sino ofrecer una multiplicidad de interpretaciones diferentes para cada uno de sus observadores.

Algunas de sus pinturas son paisajes del alma que miran hacia el interior del ser humano, buscando esa elusiva paz interior tan difícil de alcanzar. En tales casos, la artista se concentra en domesticar los colores para traducirlos a enigmáticas formas que inducen a un estado de tranquilidad tan huidiza en estos tiempos de guerra y zozobra. No sería insensato argumentar que su obra es la mejor respuesta a la violencia que ha mantenido a Colombia por largo tiempo en la búsqueda inútil de una paz política con justicia social.

Es una incisiva metáfora que remplaza los marchitos argumentos del conflicto armado por la esperanza de un país cansado de ver el sufrimiento de sus víctimas. En este sentido, la pintura de María Isabel, quien ha merecido significativos reconocimientos alrededor del mundo desde la década del 90, es también terapéutica en la medida que ejerce un poder hipnótico que suaviza las asperezas para ofrecer en su lugar un bálsamo de tranquilidad que contrasta con el caos y la violencia de la vida cotidiana en las grandes ciudades del mundo.

En su obra también hay incendios nocturnos que amenazan la naturaleza, aunque en realidad remiten a la necesaria renovación de los ciclos vitales que utiliza la tierra para reverdecer y mantener viva la energía de nuestros bosques y selvas.

De igual modo, encontramos paisajes de montañas indómitas cuyos picos sobresalen de un manto nevado que esconde sus peligros, pero deja la opción de un camino escondido que invita a explorar los misterios de un mundo por descubrir. Para la artista, la felicidad es un paisaje entramado de matices luminosos que encienden las ganas de vivir, en tanto que recrea una danza con figuras rojas que se contorsionan al compás de rutilantes formas blancas de satinada textura.

La sensualidad de sus colores, en mágica fusión con la voluptuosidad de la luz, crean una relación simbiótica que se beneficia de los atributos de ambas pasiones para crear un equilibrio cuyo eje central es la libertad que otorga la artista para que cada persona pueda interpretar o divagar sobre las connotaciones visuales que observa en esos grandes formatos que estimulan su imaginación.

Adquirir esta difícil síntesis es fruto del talento de María Isabel para seleccionar los colores que luego trabaja en esas amplias vistas a través de veladuras y transparencias hasta conseguir la diversidad de tonos y matices que enriquecen su propuesta artística.

Sin embargo, más allá de esas exquisitas atmósferas poéticas, la artista ha incursionado en una pintura expresionista que evoca el mágico ritual de una danza con una coreografía abstracta donde se escucha el lejano rumor de una música carnavalera. De igual modo, para demostrar que nunca ha olvidado su pasado académico, se deja seducir por el dibujo preciosista de caballos con trazos que no dejan dudas de su extensa trayectoria artística.

Por sus naturalezas cambiantes e impredecibles, los fenómenos atmosféricos han sido fuente de admiración, zozobra o inspiración para los seres humanos, en especial para poetas y artistas visuales. En el caso de María Isabel, han sido instrumental para desarrollar en sus pinturas una reacción emocional que la distingue de los artistas que suelen incursionar en este género artístico. Los arreboles son un espectáculo frecuente en la región andina y en algunos de sus lienzos la artista imprime esa tonalidad rojiza entre las nubes iluminadas por los rayos solares para crear esas imágenes de fantasía que incitan a la meditación y a estados de ánimo de sosegada indulgencia.

Un fenómeno astronómico que ha seducido su interés en época reciente se manifiesta en esas imágenes de luz y color, que se desprenden del prodigio de la aurora boreal que sucede en regiones alrededor del círculo polar ártico en primavera y otoño. Es un tema que se presta para la fértil imaginación de la artista cuando saca a relucir su talento creativo en esas figuras fantasmagóricas de luces y sombras que combina con agudos filamentos, velos tornasolados, capas de nubes con pliegues ascendentes y algún halo de luz que enfatiza las ondulaciones que giran, se retuercen, crean espirales o esbozan diseños originales que sorprenden de manera especial a quienes nacimos y vivimos en el trópico.

La obra de María Isabel se proyecta como una de las obras artísticas que mejor ha sabido interpretar esta época de incertidumbre, con esa sensación de paz y esperanza que tanto necesita esta cansada humanidad que ha visto, en etapas sucesivas, la destrucción de sus más queridos tesoros e ilusiones.

*Escritor, periodista e investigador cultural, autor de ensayos y reseñas críticas sobre la plástica contemporánea desde 1975 y una docena de libros entre novela, cuentos, biografías, antologías e historia del arte colombiano. Su libro más reciente es Nereo López: Testigo de su tiempo, biografía ilustrada del destacado fotógrafo cartagenero (Pijao/Caza de Libros Editores, 2025).

Por Eduardo Márceles Daconte*

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