¿Cómo fue la curaduría de estos textos y cómo se pensó la compilación del libro?
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Muy buena parte de estos textos fueron publicados inicialmente en El Espectador, donde fui columnista por varios años, y por lo cual estoy muy agradecida por el espacio. Digamos que lo que hemos querido hacer acá es pensar, más que en columnas, en ensayos cortos.
Creo que lo que se rescata en este libro son textos que van más allá de lo coyuntural, que nos permiten pensar en el estado de ánimo colectivo de momentos específicos de los últimos ocho años.
Siento que tenemos tal bombardeo constante de información, que hay poco espacio para sentarnos a reflexionar sobre el efecto de toda esa información en nosotros mismos, en nuestras vidas cotidianas, en nuestra realidad. Aquí lo que se busca es tomar esas instantáneas de momentos, sobre todo del país, y procesarlas, darles una vuelta más para permitirnos entender qué significado y qué repercusiones tienen sobre nosotros como colectivo y como ciudadanos del común.
Las primeras columnas tienen varias reflexiones sobre las palabras, el lenguaje. En una de ellas dice: “Nuevamente las palabras lograban acercarnos en tiempos de medir distancias”.
Si uno se pone a pensar, no tenemos nada más allá de las palabras. Es decir, nada que no se pueda nombrar existe. Es así de trascendental: lo que existe tiene un nombre y lo que no existe no lo tiene. Por ejemplo, cuando pensamos en ese eslogan famoso que dice: “No hay un planeta B”, la gran Brigitte Baptiste —que presentó mi libro hace unos días— señalaba: “El planeta B somos nosotros mismos; el planeta B nos corresponde crearlo a nosotros como humanidad”.
Y pienso que las grandes cosas que se han podido crear como humanidad han nacido de las palabras. No hay que pensar más que en la Biblia, que crea toda una religión, una forma de habitar el mundo, una cultura, una identidad; o el psicoanálisis de Freud: la palabra de alguna manera inaugura una realidad. Estamos en un mundo donde la palabra ha tomado matices muy violentos, donde no somos responsables con ella, donde decimos cualquier cosa y nos parece que no importa. Creo que ese honor de la palabra —desde cumplir con lo que se dice, tanto a niveles políticos como en redes sociales— ha perdido su halo de importancia, de compromiso. Entonces, lo que uno busca aquí es pensar qué poder tiene la palabra para transformarnos también.
Hay una columna donde habla del español y parte de destacar la letra “ñ”. Cada vez hay una mayor cantidad de extranjerismos, se habla mucho en “spanglish”, por decirlo coloquialmente. ¿Qué piensa de eso?
También peleo contra esos anglicismos que me parecen muy invasivos. Es relevante lo que dices, porque este libro busca justamente reflexionar sobre quiénes somos, cuál es esa identidad latinoamericana que nos define.
En efecto, la letra “ñ” es un patrimonio del castellano: no existe en ningún otro idioma. Somos la “ñ” y, de alguna manera, aunque es cierto lo que dices, el español tiene hoy una relevancia indiscutible. Somos más de 600 millones de hispanohablantes en el mundo. Tenemos un poder y una riqueza cultural innegables. Creo que este es un momento en el que Latinoamérica está marcando la pauta en muchas cosas: música, literatura, arte, cine, etcétera. Ojalá sigamos empoderándonos desde nuestra lengua para seguir expandiéndonos y creciendo juntos.
Hay varios momentos donde se habla de la incertidumbre. Más que preguntarle por ella, le voy a preguntar por dos fragmentos que destaqué. En uno dice: “Saber que hay alguien que escucha es un alivio en tiempos de incertidumbre”. Quisiera preguntar por esa importancia de escuchar.
Estamos en una época en la que todos queremos hablar al mismo tiempo, y es un poco lo que pasa en X, ¿no? Todos estamos hablando, no hay tiempo de escuchar, no hay tiempo de leer. Es quien habla más fuerte, más rápido y primero. Y a veces nos sentimos muy solos porque justamente nadie está escuchando.
Creo que es importante pensar en un periodismo de las preguntas más que de las respuestas; un periodismo que sepa mirar y escuchar a la gente, sus temores, sus necesidades y sus esperanzas, más que estar siempre dictaminando la realidad.
“La incertidumbre encarna al duelo, lo define, entraña su ADN. Vivir un duelo es estar al acecho de un pálpito, una pulsada”. Quisiera preguntarle por esa relación entre la incertidumbre y el duelo.
Es bonito que lo menciones. No había vuelto a pensar en eso. El duelo es como cuando tienes un ser querido siempre contigo. De alguna manera, la persona que ha sido importante y se va, se queda para siempre. Es otra forma de presencia. Se parece a la memoria: tenemos recuerdos que siempre están ahí, aunque haya pasado el tiempo.
Y la incertidumbre es entender finalmente que no hay absolutos, que podemos vivir en paz sin tener certezas, sin dictaminar una verdad única o a un ganador. A veces la opinión pública parece como hinchadas de fútbol, barras bravas, cada uno viendo cómo patea al oponente. Pero, en realidad, no importa quién es mejor o peor, sino cómo habitar el presente desde lugares que hemos perdido: el afecto, la esperanza, la noción de lo colectivo. Porque todas esas cosas que sufrimos las sufrimos como país, como sociedad, pero en medio de la polarización se nos olvida que estamos juntos también.
Ya que habla de la esperanza, quiero preguntarle por esa urgencia de la utopía. ¿Por qué es tan importante seguir construyendo relatos que nos den esperanza o que nos hagan soñar?
Creo que, volviendo a lo que decía antes, más allá del lenguaje no tenemos nada. Y en esa medida, mientras más nos empeñemos en las narrativas apocalípticas —la idea de no futuro, de que el mundo se va a acabar—, casi que lo estamos dictaminando. Tenemos que aprender también a construir narrativas que nos llenen de esperanza y que nos permitan girar hacia otro destino, porque el destino lo estamos construyendo, no se construye solo. En otro texto habla de la catarsis, de “relatos liberadores”.
¿A qué se refiere con eso y por qué los necesitamos?
Creo que es esa sensación de sentencia que está en el ánimo de los tiempos que vivimos, como si estuviéramos sentenciados al fin. Cuando hablo de relatos liberadores, me refiero a poder salir de ahí, imaginar otros mundos posibles que vayan más allá de lo apocalíptico. Creo que eso nos daría mucha libertad: creer que no todo está destinado a salir mal.
En “La virtud de lo cotidiano” hace varias preguntas: “¿Somos a nivel doméstico un reflejo de lo que vemos a nivel público o somos a nivel público un reflejo de nuestra cotidianidad?” Y me preguntaba: si en la familia, en esos entornos más cercanos, hay unas virtudes cotidianas, ¿en qué momento esas virtudes se pierden? Porque ya en lo público no se ven.
Es que en el núcleo no lo tenemos, o al menos no en muchos casos de nuestro país. Si te fijas, somos un país muy violento, pero no solo por las bombas o la lucha armada: también por la violencia familiar, los casos de maltrato, abusos, pedofilia, etcétera. Todo está conectado. La violencia puede ser doméstica o pública, pero necesitamos crear una sociedad donde tanto lo privado como lo público nos provean herramientas para ser seres más pacíficos.
En otro texto habla del viaje que hizo con una pareja en 2001, en la época del Caguán, y dice: “Por eso hoy pienso que celebrar la paz es una tarea moral de todos”. Me pareció muy poderosa esa idea de celebrar la paz como una tarea moral.
Es complejo e interesante que escojas ese fragmento, porque son instantáneas, una vez más, de momentos que han cambiado y que desde hoy se ven distintos. Se trata de conversar con ese pasado a través de estos textos. Yo insisto: no hay que dejar de creer. Estamos en un momento donde es muy difícil hacerlo, más en días como los que vivimos, tan crueles con el orden público en lugares como Cali o Amatía, o en conflictos como el de Etiopía. Pero hay que mantener la idea de que la paz es posible, más allá de la coyuntura o del gobierno de turno.
Hay otra serie de ensayos sobre ser mujer y el feminismo. En uno de ellos escribió: “Ser feminista, a mi entender, es ser un poco más humana”. Hablemos de esa afirmación.
Más allá de eso —y lo he dicho en algún lugar—, para mí, más que hombres o mujeres, o trans, o no binarios, somos seres humanos. El mundo debería aspirar a que esa sea la única categoría. Lo demás, sí: cada quien que se vista o viva como quiera. Pero no puede ser que el género sea un corsé que nos fuerce a tener ciertas actitudes, creencias, oportunidades o derechos. Pensar el género como algo determinado, pero que no debería limitarnos ni forzarnos a un modo de vida, es un poco eso.
“Ahora que veo las luces de diciembre, reitero el deseo de procurar una relación amable, franca y colaborativa entre todas las que soy, en función de esa que he elegido para liderar a la manada. Quizá entonces consiga, cuando me acerque al ocaso de mi vida, sentirme satisfecha con el camino andado”. Me llamó la atención esa reconciliación con sus propias identidades, esa idea de sentirte satisfecha.
Sí, creo que parte del problema que tenemos es querer que las cosas sean de una única manera: creer en el bien y el mal, en la derecha y la izquierda, en el machismo y el feminismo... Todo desde una lógica binaria. Entender que no hay absolutos —y que no los necesitamos— nos permite un bienestar que no le hemos dado la oportunidad de descubrir. No todos los días somos buenos, ni todos los días somos malos. Y eso no está mal. Es una invitación a habitar la incertidumbre, a aceptar que hay miedo, horror, esperanza, y que no necesitamos estar siempre en conflicto con ello.
¿El presente tiene que ver con eso que me decía al principio, con esos textos que no responden a una coyuntura, sino a temas quizá más trascendentales? ¿Por qué “huir al presente”?
Sí. Con el paso de los años, y con la premura del tiempo que implican las columnas, he entendido que lo que mejor se me da es partir de la experiencia personal y de lo vivido para hacer una reflexión más universal. Esos son los textos que sobrevivieron y que entraron en el libro. “Huir al presente” significa entender que estamos aquí y ahora, y que no hay nada más. Es todo lo que tenemos. Pero estamos tan bombardeados, tan exhaustos, con tanta información y tanto ruido alrededor, que realmente no tenemos la oportunidad de vivir el presente. Estos textos son una invitación a habitar ese presente desde otro lugar.