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Hablemos sobre su personaje, la “Araña” Salazar, en “Delirio”...
Es un personaje de esta constelación de la vida del Midas y del hermano de Agustina. Tiene que ver mucho con la familia de Agustina desde el lado de la crianza de Joaco, su hermano. Y, justamente, se encarga de llevar a Midas a este universo porque están buscando socios para sus negocios de narcotráfico en altas esferas bogotanas. La Araña integra ese lado ilegal, pero muy bien constituido en la novela, de una sociedad bogotana muy compleja.
¿Cómo le fue trabajando con una adaptación literaria?
Lo primero que hice fue acercarme al libro. Cuando empecé a recibir los guiones, me di cuenta de que eran una primera escritura de la adaptación. Después, cuando llegué al set y empezó el rodaje, todo se convirtió en una suerte de segunda escritura: nosotros comenzamos a construir lo que estaba escrito en el texto de la adaptación. El resultado final sería la tercera escritura, que incluye el montaje y la decisión del adaptador, que en este caso es Netflix. Ahí es importante soltar el libro y dejar que el trabajo entre en la adaptación, aceptarla y entregarse a eso 100 %, dejando el libro como ese referente fundamental e importante, pero no como el ancla, porque estamos en un producto audiovisual y el libro no es un guión.
¿En qué momento supo que quería ser actor?
Decidí que quería ser actor en el momento en el que me sentí seguro en un escenario. Esto fue cuando era muy niño, cuando entré al grupo de teatro del colegio y encontré en él un espacio seguro para mí en el que me sentía muy tranquilo y con la posibilidad de expandir mi imaginación, de habitar, de jugar. El teatro se volvió un lugar muy importante para mí. Soy hijo único y recuerdo que cuando jugaba en mi infancia, creaba universos, personajes, pero una vez encontré eso en el espacio físico, descubrí algo que me dio mucha tranquilidad y me hizo sentir muy seguro.
¿Todavía tiene esa sensación de seguridad o se ha transformado?
Sigue siendo el lugar de mayor libertad y plenitud que he podido tener en mi vida. Es mi mejor momento y donde más me siento en paz. Se volvió ese lugar que siempre busco y al que afortunadamente he podido volver. Ha sido muy gratificante. Después empezaron a aparecer las personas que han resonado con mi trabajo y me saludaban en la calle, eso pasaba mucho cuando trabajaba en Disney, por ejemplo. Eso se volvió algo muy grande, algo para lo que no estaba del todo preparado y de lo que no era consciente. Sabía que tenía esa sensación de seguridad y libertad, pero nadie me preparó para lo que venía a partir del contacto con el público. Creo que es algo que tengo muy claro hoy en día: trabajo para poder sentirme bien y llevar adelante mi vocación para ser feliz.
¿Qué es lo que más le ha sorprendido del encuentro con la audiencia?
Mi primer contacto con la audiencia fue en 1999, cuando empecé a trabajar en Sin cédula, en City TV. En estos 26 años, el contacto con la audiencia ha sido distinto: no es lo mismo ser el niño que iba a trabajar en los colegios con City a ser el colombiano que trabajaba en Disney y podía ser una figura con la que la gente se identificaba. Ahí cambió el contacto con el público y ahora, por ejemplo, con un personaje como la Araña, muchas personas han entendido la diferencia entre persona y personaje. Lo que me ha pasado con Netflix, cuando pasé de ser un niño bueno de Disney a ser un villano en Delirio, es que ya hay una capacidad de identificar qué es un personaje de ficción y que la gente me reconozca como actor.
¿Cómo recuerda su primer trabajo en la actuación en “Sin cédula”?
De una forma muy espontánea, de una forma muy libre, porque entré desde una búsqueda muy personal y muy honesta. No estaba entrando porque mis papás querían que yo trabajara en televisión. Estaba en mi colegio explorando artísticamente con lo que me ofrecían, entre grupo de rock y teatro. En un momento, “Sin cédula” fue a mi colegio y conocí a la mujer que era la productora del programa. Ella me invitó a un focus group en City TV y ahí empecé a tener una curiosidad muy honesta que me llevó a irme conectando con ese mundo. Me invitaron a un casting en el que había 200 niños y quedé. Ahí empezó todo. Fue un camino muy natural que no fue impuesto porque mis papás quisieran que hiciera esto. Todo se dio de forma muy fluida.
¿Alguna vez le ha costado diferenciar entre su identidad personal y un personaje?
No, porque tengo esas dos esferas muy claras. Hay una palabra, que funciona mejor en inglés que en español, “play”, cuando hablan de actuación, se habla de un juego. Por esto, para mí, entender un personaje es jugar a que está pasando algo y me gusta mucho ver la actuación desde ese lugar. Si bien puedo conectar con cosas de ese personaje, tengo que tener una técnica que me cuide y que me permita estar sano y no involucrarme tanto. Se mueve mucha energía cuando haces un personaje. Es un trabajo creativo importante, y más cuando lo haces de forma comprometida. Me costó más en los momentos en los que tuve que ser actor y conductor en Disney, porque ese Miguel González tenía mi nombre, pero era un personaje y ahí es más complejo porque aunque estaba mostrando algo a muchos niños en Latinoamérica de mí, no era del todo yo.
¿Cuál es un consejo que le habría gustado recibir cuando se inició en la actuación?
Me habría gustado tener más contención y más noción de cuidado. Cuando un niño comienza a trabajar necesita mucha más protección: así como hay proyectos que le pueden ayudar a crecer, también hay personas que pueden tener otros intereses. Creo que todo se ha dado bastante bien y lo que más he venido entendiendo es que la actuación es una carrera de resistencia, no de velocidad. He aprendido a aceptar lo que está sucediendo y que hay unos ciclos que tienen algo muy cercano a la naturaleza. Hay que entender que las cosas se construyen de a poco, cada vez es más difícil entender eso porque queremos todo rápido, pero el mundo no tiene esa misma velocidad.
¿Qué es lo que menos le gusta de ser actor?
Que a uno lo encasillen en un rol. Los actores también tenemos un rango y debemos poder jugar en diferentes tonos y energías. Lo que creo que más me cuesta es que quieran que yo resuene siempre en una sola energía, en un solo personaje, en una sola forma, y que no me permitan jugar a algo distinto.
¿Cómo diría que es su proceso para acercarse a un nuevo personaje?
Tengo que leer mucho y tengo que transcribir. Cuando estoy leyendo mis guiones suelo escribir a mano mucho, como un ejercicio para memorizar, pero también para empezar a incorporar lo que está pasando. Siento la necesidad de rayar, me hace falta el papel. Por ahí tengo todos mis guiones impresos. Cada personaje me trae diferentes retos. Por ejemplo, con La Araña sentí que tenía que ser muy físico, tenía con que concentrarme mucho en una creación del personaje desde el cuerpo, porque el personaje me exigía ese tipo de cosas. Necesitaba trabajar mucho la fuerza y el equilibrio para poder hacer escenas con caballos y utilizar otros elementos en escena. Trabajo mucho con los objetos, me gusta mucho tener muy claro lo que está pasando, eso me ancla mucho y me permite empezar a jugar en el universo que también plantea la dirección de arte, eso es algo que hago mucho para la construcción de personajes.
¿Cuál ha sido uno de sus momentos favoritos a lo largo de su carrera?
Tengo el privilegio de estar trabajando con personas que admiro mucho. Juan Pablo Urrego, Estefaní Piñeres, Julio Jorquera, han sido algunas de las personas con las que he trabajado que son impresionantes. Algo que me encanta es justamente llegar al ser y encontrarme con mis colegas a quienes tanto admiro, es mágico. Lo más bonito es poder encontrarme con tantos talentos todo el tiempo que siempre hacen que haya un antes y un después. Siempre hay un crecimiento, una evolución, un aprendizaje nuevo. Y creo que eso es muy valioso en mi carrera.
