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Migrar como las ballenas

El Museo Migrante busca que, a partir del reconocimiento del otro a través de expresiones artísticas, superemos los estereotipos con respecto a los migrantes.

Laura Camila Arévalo Domínguez

06 de mayo de 2021 - 09:00 p. m.
Ilustración de uno de los relatos de “Caminos de mujeres migrantes”, exposición del Museo Migrante.
Foto: Ilustración: Germán Benincore
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Habría que preguntarse a quiénes les sirven las fronteras. Habría que preguntarse también por qué nos disputamos la tierra y cuándo comenzamos a convencernos de que era nuestra. Habría que cuestionarse de dónde viene la aversión al diferente, al que llega de otro lugar buscando un horizonte en ese espacio al que yo llegué sin ningún mérito: el lugar en el que nacimos es aleatorio, fortuito. Llegamos por puro azar. Y esta es una obviedad que, al parecer, decidimos olvidar.

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El Museo Migrante es una iniciativa de Reconciliación Colombia y financiada por Usaid y Acdivoca. Con ella, o a través de ella, se profundiza sobre los prejuicios que los colombianos tenemos sobre el migrante, sobre el diferente por provenir de otra tierra o hablar con otro acento. Han pasado años desde que el país comenzó a recibir los masivos desplazamientos de venezolanos que decidieron salir de su país para atender un llamado que desvela a todos los seres humanos: la búsqueda de futuro. Por las innegables limitaciones que padece el país, la respuesta ante este fenómeno cada vez es menos positiva, y es por esto que hay una necesidad urgente de repensar las conductas y, sobre todo, las predisposiciones ante el hecho.

Para comenzar: la respuesta o conducta cambia dependiendo del origen del extranjero, es decir, no se recibe igual a un inglés que a un venezolano. Y este es solo el punto de partida para entender por qué el prejuicio es el principal problema. En el Museo Migrante, por ejemplo, hay una pregunta: ¿Qué palabra asocias al concepto de migración? Y cuatro opciones de respuesta: anomalía, natural, negativo o positivo. Un 38,52 % de las personas que han participado respondió “natural”, pero un 20,00 % eligió “negativo” y un 23,33 % se decidió por “anomalía”. Tanto el inglés como el venezolano pudieron quedarse en sus países de origen, pero en el momento de moverse, de mudarse, de cambiar su domicilio, tomaron una decisión natural: en el mundo nacimos y para el mundo estamos. ¿Por qué la tendencia a creer que es una anomalía? Si las ballenas, tortugas y mariposas migran, ¿cuándo fue que se convirtió en algo antinatural para los seres humanos?

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Las artes, por fortuna, incomodan y descolocan, y es por esto que para hablar de migración, Reconciliación Colombia eligió un museo: se convencieron de que la vía más efectiva para transformar las formas en las que nos representamos, pensamos y sentimos, es a través de las canciones, los textos y las exposiciones. Soñaron con una iniciativa presencial en la que las personas pudiesen reaccionar y conversar sobre lo que veían, pero por las actuales circunstancias la idea quedó convertida en una página interactiva que simula una galería: hay una exposición llamada Caminos de mujeres migrantes y después la maqueta del museo, de ese lugar físico (pero ficticio) en el que se alojarían estas muestras en caso de que fuese posible: “El Museo de la Migración queda entre Colombia y Venezuela (en ninguno de los dos países y a la vez en ambos). El Museo de la Migración es un puente: se puede entrar por Venezuela y salir por Colombia; se puede entrar por Colombia y salir por Venezuela. El Museo de la Migración se mueve: es un tren que recorre ambos países”.

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También hay crónicas dibujadas, pero esta es una de las paradas más duras del museo: la violencia que han padecido los migrantes que se decidieron a plasmar sus experiencias, es difícil de creer debido a su crudeza. Hay relatos de niños separados de sus familias, fusiles disparando, abusos de la fuerza pública de ambos países y mucha miseria. Es por esto que la iniciativa no solo fue diseñada para los colombianos que estén dispuestos a cuestionar sus prejuicios, sino también para los migrantes que hayan padecido las consecuencias de aquellas distorsiones. Se pretende que ellos, los que han salido de su país, encuentren un espacio de expresión y refugio. El Museo Migrante es, en conclusión, un espacio para reconocer al otro a partir de la superación de estereotipos que adoptamos de forma inconsciente y que han fracturado nuestro relacionamiento con el otro, que no es tan distinto ni distante ni ajeno.

Por Laura Camila Arévalo Domínguez

Periodista en el Magazín Cultural de El Espectador desde 2018 y editora de la sección desde 2023. Autora de "El refugio de los tocados", el pódcast de literatura de este periódico.@lauracamilaadlarevalo@elespectador.com
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