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Soy Muhammad Najem, tengo 15 años y soy sirio. En mis redes sociales muestro la situación que estamos viviendo a causa de una guerra que lleva más de siete años y que ha dejado más de 400.000 muertos. Una guerra que nos obligó a pensar y comportarnos como adultos.
Creo que estamos siendo asesinados por nuestro silencio. Nuestro presidente, Bashar al-Ásad; el presidente de Rusia, Vladimir Putin; y el líder supremo de Irán, Alí Jamenei, han acabado con nuestra infancia. Les comparto lo que sucede porque quiero que nos salven. Somos más de trece millones de personas, entre esas, cinco millones de niños y niñas que necesitamos ayuda humanitaria.
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La guerra siria comenzó en marzo de 2011 con una sangrienta represión a las manifestaciones que pedían reformas al régimen del presidente Bashar al-Ásad, quien gobierna desde el 2000, cuando sucedió a su padre, Háfez al-Ásad. Con los años, las potencias mundiales se han involucrado y grupos terroristas como el Estado Islámico y Al Qaeda combaten en nuestro territorio.
He vivido esta situación la mitad de mi vida. Millones de niños no recuerdan cómo era Siria antes de la guerra; lo que sí recuerdan, una y otra vez, es el momento cuando vieron morir a sus padres. Por los ataques, las muertes y la falta de alimentos, medicamentos y recursos tenemos traumas psicológicos y físicos que nos tomará décadas superar. Antes de la guerra quería ser futbolista, me gustaba patear la pelota y jugar con mis amigos, pero mis pasiones cambiaron. Ahora quiero ser periodista, desde que empecé a documentar los bombardeos. Perdí mi niñez a la fuerza, la tuve que hacer a un lado para autograbarme, y llevar un diario virtual que quiero que llegue a todos los rincones del mundo.
Desde diciembre de 2017 he sido testigo y he contado cómo han matado a mis familiares y amigos, quienes entraron en la lista de los 1.000 niños que murieron o quedaron heridos entre enero y febrero de 2018. Les he mostrado lo que me quitó la guerra: a mi padre, mi hogar en Guta oriental, Damasco; mi pupitre, el tablero y las paredes; el balón, las canchas y los juguetes, porque ¿cómo jugar en medio de la guerra?
Hago parte de los más de dos millones de niños que no pueden ir a la escuela porque una de cada tres está destruida o se utiliza como refugio. La mía fue destruida por aviones de combate. Aunque aún soy un niño, en ocasiones debo ir en busca de leña para que mi mamá pueda cocinar. Quiero que todos los niños sirios podamos volver a la escuela.
También les cuento las historias de otros niños que he conocido y que han sido víctimas del conflicto, como Fátima, una niña de nueve años, de Alepo, quien perdió a sus padres y una extremidad en un ataque. Las redes sociales se han convertido en una herramienta que me ha permitido dar a conocer imágenes de niños y adultos afectados. Algunas fotos son fuertes, pero es la manera que he encontrado para que entiendan que esta guerra debe terminar antes de que sea muy tarde.
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El mundo ha conocido nuestras voces, nuestros rostros. Han visto nuestras miradas pérdidas y han escuchado nuestros sollozos. Nuestros ojos sin brillo reflejan las experiencias que hemos vivido y que nadie debería vivir. Estamos rodeados de frío, hambre y muerte. Muchos infantes han quedado separados de sus familias, siendo más vulnerables a torturas, secuestros, violaciones o a ser reclutados por los grupos armados. Otros tienen que trabajar porque son los que responden por sus hogares.
Sé que algunos se abruman de nuestras sangrientas imágenes. Sé que han visto videos de cómo nos matan. Sé que han visto los paisajes nublados, el humo blanco, la cal, los escombros, las imágenes de la destrucción provocadas por los ataques. Pero seguiremos apelando a ustedes, seguiremos pidiendo que pare la guerra. Para que Leith, Ahmad, Samir, Fátima, Noor, Alaa y yo sintamos que ustedes están con nosotros, creamos que existe un futuro y que no somos una generación perdida.