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La película inicia con el llanto de la joven protagonista, Ellen, quien se muestra vehemente y devota al tratar de comunicarse con un ser celestial, pero, inadvertida, convoca a una entidad que la atormenta en sus sueños y la consume. Con apenas unos días de estreno, Nosferatu, de Robert Eggers, ha logrado superar los 100 millones de dólares en la taquilla mundial, convirtiéndose en la película más taquillera del director hasta la fecha.
Siendo una reinterpretación de la película alemana “Nosferatu: una sinfonía del horror” (1922), Eggers escribió y adaptó el guion explorando fábulas e historias folclóricas del este de Europa. Dentro de su repertorio filmográfico, el director tiene un amplio recorrido acercándose a temáticas del terror y el ocultismo, “La bruja” (2015), por ejemplo, es una exploración de la relación que históricamente se le ha dado a lo femenino con las fuerzas oscuras, la magia y la hechicería.
En entrevistas, Eggers ha mencionado que, en la cultura popular del siglo XXI, el vampiro como figura literaria se ha convertido en sinónimo de belleza y eternidad; un claro ejemplo de ello es Edward Cullen, de la saga Twilight. Esto llevó al director a recurrir a las historias folclóricas que retrataban las primeras figuras vampíricas, estrechamente vinculadas con la muerte, y la decadencia.
En esta entrega, Eggers retrata un mundo germánico en medio de un invierno gélido, relatando la vida atormentada de Ellen, esposa de Thomas Hutter, un agente inmobiliario a quien su jefe le encarga un viaje de negocios para cerrar un contrato con un importante cliente de abolengo. Al enterarse de esta noticia, Ellen trata de advertir a su marido lo que se avecina, pero este toma sus preocupaciones como hipérboles con poco sentido, dando así inicio a su travesía.
El contexto se sitúa en la región germánica de 1838, una época en la que los apetitos carnales eran considerados impuros, ya que se asociaban con enfermedades venéreas que podían llevar a la muerte. Como mujer de este entorno, Ellen enfrenta constantes ambivalencias, consciente de que expresar abiertamente sus pesadillas le traería un severo castigo social. Esto la lleva a buscar la posibilidad de llevar una vida “normal”. Sin embargo, además de ser atormentada por este espectro en sus sueños, Ellen siente una atracción hacia él, lo que la sumerge en un conflicto entre el miedo y el deseo. Es al conocer a su esposo cuando esos sueños desaparecen, devolviéndole la esperanza en un futuro más prometedor.
Al ocupar, la salud mental, un papel central en la película, la condición de Ellen, es presentada bajo el diagnóstico de melancolía, un término utilizado en el pasado para referirse a lo que hoy conocemos como depresión. Ellen vive una lucha interna constante, describiendo al Conde Orlok como una “sombra”.
En aquel entonces, la psiquiatría estaba tomando un importante desarrollo dentro de la medicina, y en particular tanto la histeria como la melancolía fueron enfermedades abordadas dentro de la psiquis femenina. Para el caso de la histeria, se consideraba que esta era causada por el útero, lo que generaba que las mujeres tuviesen desbalances emocionales radicales.
Aunque en la actualidad la histeria no es propiamente una enfermedad reconocida por la comunidad científica, esta de cierta manera logró perdurar su legado en arquetipos vinculados a lo femenino. Este legado también se estrecha hacia el trastorno mental conocido como la personalidad histriónica, un diagnóstico ampliamente reconocido por la comunidad científica actual.
Ellen, además de estar atormentada por sus visiones, es constantemente minimizada por quienes la rodean: su esposo, sus amigos e incluso su propio padre. Los adultos de su entorno tienden a infantilizarla, percibiéndola como excesivamente pasional, sensible y exagerada. La película explora la tensión entre lo científico y lo empírico: Ellen es rápidamente diagnosticada con melancolía, una etiqueta científica que busca explicar sus visiones y su sensibilidad. Sin embargo, lo que realmente poseía era una capacidad para conectarse con el más allá, una cualidad que, en esa época, podía condenarla al estigma de “bruja”, convirtiéndola en una figura marginal que desafiaba el orden establecido.
Ellen siempre ha sido incomprendida y diferente y en su matrimonio encontró una ventana de alivio para su tormento. A pesar de ser una mujer de una alta posición social, sin mucha dificultad se acomodó a las posibilidades económicas de su marido, un joven agente inmobiliario que apenas estaba iniciando a formar un capital. En contraste, nos encontramos con los Harding, quiénes contaban con mayor afluencia y poder. Esto se ve traducida en las ropas de los personajes y Linda Muir, diseñadora de vestuario, fue cuidadosa en reflejar estas realidades en cada uno de sus diseños. Por ejemplo, Ana y su esposo, Friederich Harding, portaban piezas brillantes, con olanes y apliques, mientras que Ellen y su esposo lucían prendas más opacas.
A medida que los episodios de Ellen se intensifican, aparece un personaje peculiar interpretado por Willem Dafoe: un antiguo académico respetado que, tras incursionar en la alquimia, es marginado por sus colegas. A través de la alquimia, el profesor encuentra explicaciones para lo inexplicable, y al tratar a Ellen con empatía y comprensión, logra descifrar las verdaderas intenciones del Conde Orlok. Su actitud de escucha y ausencia de juicio permite a Ellen revelar su más profundo secreto. En ese momento, Ellen describe al Conde Orlok como una sombra, lo que, desde una perspectiva psicológica, podría interpretarse como un punto ciego o una manifestación de su represión interna. Durante toda su vida, Ellen había temido explorar o exponer su oscuridad, y en una conversación crucial le pregunta al profesor Albin Eberhart (interpretado por Dafoe) si la maldad es algo externo o, por el contrario, nace desde dentro de nosotros.
Carl Jung, quien desarrolló la teoría de la sombra, la definió como un aspecto inconsciente y reprimido de nuestra psique. En la historia, queda claro que Ellen es la clave para derrotar a Nosferatu. El profesor la anima a enfrentar esa oscuridad, ya que solo confrontándola puede vencerla. En otras palabras, Nosferatu, como representación de la sombra, solo puede ser derrotado al hacerla consciente.
El esperado encuentro entre Ellen y el Conde Orlok es un momento catártico donde ella renuncia al control para enfrentarse a eso que tanto teme, que ha suprimido. Nosferatu hace parte de ella y su sacrificio (¿o suicidio?) es la culminación del autoconflicto.
Las pesadillas y el sueño son elementales en la narrativa de la cinta, pues es a través de estos que Ellen logra contactar y despertar a Nosferatu. La autora Susana Castellanos de Zubiría vincula la relación de las pesadillas con lo demoníaco y el sueño. Las pesadillas están plagadas de miedo, el cual muchas veces es fruto de la represión de los deseos sexuales. Ellen, al reprimir sus deseos eróticos, en sus sueños encontraba cercanía con un ser sobrehumano y desagradable. Encontrándose en conflicto, pues vacilaba entre el anhelo y el temor.
El personaje de Friedrich, quien frecuentemente se mostraba impaciente y odioso ante las dolencias de Ellen, encarna este temor visceral patriarcal a lo femenino, al sexo y a la muerte. Y en su momento de perdición y desespero, sucumbe a los tres para aliviar su ansiedad.
Esta entrega de Nosferatu es una sinfonía tenebrosa que explora el placer, las ambivalencias y la relación de lo femenino con lo oculto, la noche y la muerte. Explora y refleja el miedo de una cultura que guarda reticencia hacia todo aquello que se asocia con la feminidad, como la magia, la alquimia y todo lo que no sea racional.