El Magazín Cultural
Publicidad

Para una filosofía de las ruinas

La ruina muestra el devenir del tiempo, el paso de la historia. Ella misma es un retazo de pasado, un fragmento de la aventura humana, de su conflictiva historia. La ruina es una síntesis compleja, una especie de “entre”, donde coexisten la muerte y la vida.

Damián Pachón Soto
22 de septiembre de 2022 - 01:30 p. m.
Imagen de referencia. Colina de la Ciudadela de Ammán, Jordania.
Imagen de referencia. Colina de la Ciudadela de Ammán, Jordania.
Foto: Unsplash

Una de las imágenes más potentes de las ruinas es la que nos legó el filósofo alemán Walter Benjamin. En su crítica del progreso vio el pasado como un inmenso cúmulo de ruinas, de desastres que iban creciendo “hasta llegar al cielo”, todas ellas producto de la misma historia humana. Esta imagen de la ruina muestra una historia trágica, trágica por ser la vida con todos sus lados una síntesis no clausurada de lo bueno y de lo malo, de las alegrías y las tristezas, de la dialéctica de la vida y de la muerte, en fin, del carácter desgarrado y ambivalente de la existencia, esa misma donde la felicidad está atada a la infelicidad.

Pero todas las ruinas aparecen desde un presente, desde un ahora, donde se nos presentan, donde aparecen en un espacio y en un tiempo. Ellas mismas son eso, un heraldo del pasado, una memoria, un tiempo cristalizado, pero actuante. Ellas son el testimonio, son testigos, de lo que fue, de todo aquello vencido, truncado, fracasado y destruido en el devenir de la historia misma. Muchas veces, como una biblioteca quemada por la barbarie, como un museo destruido por la guerra, como un viejo edificio de tortura nazi, o como esos instrumentos de tortura de la iglesia usados en la inquisición, una ruina parece ser “el resto de un crimen”, o, mejor, un testimonio viviente de él.

Si le interesa seguir leyendo sobre El Magazín Cultural, puede ingresar aquí 🎭🎨🎻📚📖

La ruina muestra el devenir del tiempo, el paso de la historia. Ella misma es un retazo de pasado, un fragmento de la aventura humana, de su conflictiva historia. Es una compleja articulación donde el presente en el que la contemplamos nos remite, por oposición dialéctica, al pasado que la produjo, la articuló, la hizo posible. Pero la ruina no puede verse solo como pasado, pues ella guarda secretos, transporta en el tiempo que la sostiene algo ido, pero que aún vive, algo que se resiste a hundirse en el pozo del tiempo, algo que se niega a desaparecer. La ruina por eso es una síntesis compleja, una especie de “entre”, donde coexisten la muerte y la vida. Como ha dicho María Zambrano en El hombre y lo divino: “También las cosas gastadas muestran el paso del tiempo y en el caso de un objeto usado por el hombre algo más: la huella, siempre misteriosa, de una vida humana grabada en su materia […] Porque ruina es solamente la traza de algo humano vencido y luego vencedor del paso del tiempo”. Por eso es que “las ruinas son lo más viviente de la historia, pues sólo vive históricamente lo que ha sobrevivido a su destrucción, lo que ha quedado en ruinas”.

Las ruinas, al ser vivientes, también nos muestran “un futuro que nunca fue; caído en el ayer y que lo trasciende”. Y esta imagen que nos deja Zambrano, nos llevan a la idea de Benjamin y de la Escuela de Frankfurt de actualizar ese pasado, de rescatar lo que no pudo ser para actualizarlo en el presente: nos permite derivar el deber-ser de lo que no fue, nos permite pensar en un futuro derivado de lo que aún no es, pero que alienta como potencialidad, como virtualidad. Las derrotas del pasado, el sufrimiento, las batallas perdidas, los ideales invisibilizados, las ideas vencidas por los regímenes intelectuales hegemónicos, etc., tienen un espacio para su emergencia, para su resurrección. De hecho, las luchas colectivas y el pensamiento crítico, el pensamiento utópico, las visibilizan permanentemente, pues en el mundo de las ideas nada muere de manera definitiva, hay renaceres y nuevos futuros anudados entre las necesidades del pasado y las urgencias del hoy.

Le recomendamos: Un viaje al taller de los dioses

Una visión positiva de la ruina implica pensar y crear desde los desechos que nos ha dejado el capitalismo; desde los futuros cerrados, las vidas dañadas, la destrucción ambiental en curso, los anhelos frustrados, la autoculpabilización lanzada sobre los sujetos por sus fracasos. En fin, pensar y avizorar caminos desde esa expropiación del porvenir que nos enrostra el desánimo, el conformismo, la resignación. Siempre estamos pensando y actuando desde el presente- pasado sedimentado y extendido, futuro en potencia-, por eso, sin caer en el catastrofismo, es posible buscar brechas desde el tiempo que nos atraviesa con sus circunstancias, con sus residuos y utopías vencidas. Me parece que es el llamado que hace la filósofa colombiana Laura Quintana en su magnífico libro Rabia. Afectos, violencia. Inmunidad (2021). En este libro nos dice: “creo que resulta más consecuente con la contingencia pensar que la vida puede emerger no de la catástrofe, sino en las ruinas que los desastres y el agotamiento del mundo, por cuenta del capitalismo, van dejando”. Es decir, pensar y crear, articular voluntades, hacer proyectos, generar opciones, al interior de las grietas, los intersticios, las fracturas, etc., que el capitalismo posee. Pues éste no es una estructura totalmente clausurada, cerrada, sino es un “régimen heterogéneo”, contradictorio, con tensiones y fisuras.

Así como en las ruinas históricas la vida sobrepuja y asciende por las grietas, vale, análogamente, en las ruinas actuales producidas por la forma-vida-frenesí del neurocapital y sus múltiples relaciones. Dice María Zambrano: “No hay ruina sin vida vegetal; sin yedra, musgo o jaramago que brote en la rendija de la piedra, confundida con el lagarto, como un delirio de la vida que nace de la muerte”. Pues bien, como dice Laura Quintana, en medio de las ruinas del capital, aparecen “sujetos organizados en movimientos igualitarios que confrontan formas de desposesión y sujeciones que padecen; colectivos que vinculan los daños medioambientales con las formas de explotación que sufren los cuerpos […]; asociaciones que contrarrestan los daños padecidos creando formas de vida que se fugan, de cierto modo, de las exigidas por los mandatos de productividad del capitalismo contemporáneo; existencias que simplemente se resisten a ser borradas y persisten en forma de sobrevivencias disidentes”. Todas estas manifestaciones, y muchísimas más, entre ellas, las formas de cooperación de los “combites” o las mingas con las cuales muchos campesinos de Colombia hacen frente a la insolidaridad neoliberal o a la ineficiencia de los gobiernos locales, o proyectos culturales diversos, son formas de convivialidad alternas que emergen desde los márgenes de la forma de vida hegemónica.

Le sugerimos: El abastecimiento del poeta

Reconocer la realidad y potencialidad de estas prácticas contrahegemónicas implica, desde nuestro punto de vista, desfatalizar el ser y atender a la utopía como movilizadora de afectos, animadora de articulaciones, como luz para la praxis colectiva, como negación explicita del presente y descontento frente a la fealdad de nuestro mundo. Todo esto en medio de las ruinas, pues también la habitamos. Por ello, hay que tener en cuenta que- como dice Quintana- “aprender a rehacer la vida en medio de las ruinas no es simplemente seguir reproduciendo el sistema que ha generado la devastación, es ir perforándola, trastocándola desde adentro, aunque no necesariamente con éxito”. O, también, pensar que es posible edificar o surgir de entre las ruinas, sin claudicar ante la dadidad, ante lo dado.

Por Damián Pachón Soto

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar