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“Parir” por la patria: la reciente campaña de la bancada cristiana del Congreso

Los regímenes totalitarios del siglo XX convirtieron la maternidad y la paternidad en políticas de Estado. Las distopías imaginaron los riesgos de ese control y hoy, en pleno Congreso colombiano, vuelven a presentarse como soluciones a un problema nacional.

Paula Andrea Baracaldo Barón

26 de septiembre de 2025 - 05:13 p. m.
A la luz de "El cuento de la criada", de Margaret Atwood, las políticas natalistas del fascismo, la instrumentalización de la maternidad y los discursos actuales aparecen como distintas versiones de una misma lógica de control.
Foto: Paula Andrea Baracaldo Barón
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Ya hemos hablado de las adaptaciones literarias, de cómo esas historias escritas encuentran un nuevo cuerpo en la gran pantalla. De la reescritura del guion, del proceso de casting para encontrar a los personajes perfectos, del intento de que todo lo que está en las páginas pueda, de alguna manera, cobrar vida frente a nuestros ojos.

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Pero hay una adaptación un poco más difícil de reconocer. Una en la que no participamos como espectadores, sino como protagonistas, y que ocurre cuando los libros, las películas o las obras de arte nos han advertido que podríamos terminar viviendo sus ficciones. Cuando este, nuestro mundo tangible, el que habitamos a diario, se convierte en una puesta en escena. Cuando la película es nuestra cotidianidad.

Hace unas semanas, en toda la fachada visible del Congreso, colgaba —casi suspendido del cielo— un pendón del tamaño de sus columnas. En él aparecía una mujer embarazada, sonriente, con los brazos rodeando su vientre. En grandes letras se leía: “Salva a Colombia, ¡ten hijos!”. Todo eso como parte de una campaña “provida” impulsada por la bancada cristiana, con base en la idea de que la baja tasa de natalidad representa uno de los mayores problemas del país.

Hoy, en tiempos de redes sociales, un comentario, un eslogan o una frase pueden replicarse en cuestión de horas y convertirse en una campaña que involucra a miles de ciudadanos y sus derechos. Pero la historia, la cultura y la ficción ya nos hablaron de esto antes.

La maternidad como territorio ideológico

Durante el período de entreguerras, el cine se convirtió en una herramienta de propaganda en los regímenes totalitarios. En Italia, el Cinegiornale Luce fue el principal instrumento audiovisual del fascismo: desde 1926, la proyección de estos noticiarios fue obligatoria en todas las salas de cine. A través de ellos, el régimen de Mussolini difundió sus valores ideológicos e impulsó una política demográfica destinada a aumentar la natalidad y a “re-instaurar” el modelo tradicional de esposa y madre. Lo que promovía el régimen era un modelo femenino conservador: nada de vida pública y mucho menos aspiraciones profesionales o artísticas, pues la familia era el centro de aquel proyecto político. Debía ser numerosa y jerárquica.

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En los noticiarios, las madres aparecían siempre acompañadas por sus hijos o maridos y, en las ceremonias públicas, premiaban a las familias “prolíficas” con ayudas económicas y reconocimiento estatal. Pero la exaltación de la maternidad era también una exaltación de la virilidad masculina; tener muchos hijos era símbolo de fuerza, de cumplimiento con el régimen, mientras que el soltero, por ejemplo, era considerado “menos hombre”: la idea de tener muchos hijos era un deber nacional para ambos.

Tiempo después, durante la Alemania nazi –y casi que tomando inspiración–, la maternidad, además de ser un deber patriótico, fue premiada por el Estado. A finales de 1938, se instituyó la “Cruz de Honor de la Madre Alemana” (originalmente llamado Ehrenkreuz der Deutschen Mutter), una distinción pública que “glorificaba” a las mujeres que aportaran al proyecto del Reich desde las cunas. La idea siempre fue asegurar el futuro del pueblo alemán a través de los discursos que desembocaron en nacimientos, en bebés que salvaban la patria.

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Para otorgar el premio, el Estado clasificaba la maternidad en grados de mérito: las mujeres con cuatro o cinco hijos recibían la cruz de bronce; las que tenían seis o siete, la de plata; y las de ocho o más eran galardonadas con la cruz de oro. No bastaba, sin embargo, con parir. Las candidatas debían ser de “sangre alemana”, exhibir “conducta moral intachable” y encarnar el ideal femenino nazi: devota, disciplinada, dedicada exclusivamente al hogar y a la crianza.

Este sistema de premios funcionaba como un engranaje más de la maquinaria ideológica del Tercer Reich. Convertía el cuerpo de las mujeres en un recurso del Estado. Criar hijos era fabricar soldados, trabajadores y futuros miembros de la nación aria; era “luchar desde el hogar” por la grandeza del pueblo.

Un aparente discurso inofensivo

Durante una entrevista para la BBC, Margaret Atwood habló sobre el origen de su libro “El cuento de la criada. Dijo que lo escribió para preguntarse cómo sería si Estados Unidos se convirtiera en una dictadura o en un régimen totalitario. Si sería comunista o tal vez fascista. Pero su respuesta fue que sería religioso. Y no, no religioso en el sentido de las instituciones que conocemos —ni cristianismo, ni catolicismo, ni ninguno de los “ismos” heredados—, sino bajo lo que ella definió como un “programa fundamentalista puritano”.

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Recordó que a lo largo de la historia no ha importado si el nombre fue Mussolini, Hitler o Franco: en todos los casos los derechos de las mujeres fueron los primeros en ponerse en riesgo. Por eso, afirmó: “Lo interesante de este libro es que, cualquiera que sea el país al que vayas, encontrarás mujeres que piensan que se habla de su país”.

En la República de Gilead, el país en donde se desarrolla la novela de Atwood, las mujeres son despojadas de todos sus derechos y divididas en castas según su función. Las pocas fértiles son convertidas en “criadas”: esclavas sexuales obligadas a concebir hijos para las élites políticas.

Basta con ver el primer capítulo de la serie para entenderlo. Cuando un nuevo grupo de mujeres entra al salón de clases, la institutriz —sí, una mujer— pronuncia un discurso que ya hemos escuchado antes en campañas, debates políticos, discursos de videos en TikTok y hasta conversaciones cotidianas en algún café: “La tasa de natalidad disminuyó y las cosas empeoraron. Anticonceptivos, pastillas del día siguiente, asesinatos de bebés… todo solo para que pudieran tener sus orgías”.

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Si nos detenemos un momento en esa historia de mujeres vestidas con largas túnicas rojas y una cofia blanca en forma de capucha que les cubre el rostro lateralmente, una historia que primero fue libro y luego serie, descubrimos que hoy se siente menos como una ficción distópica y más como un golpe de aire frío.

La autora lo reconoció en la entrevista, cuando habló de lo que ocurrió con la serie al estrenarse: “En abril de 2017 estrenamos ‘El cuento de la criada’ y mucha gente pensó: ‘Así es como lo harán, aunque quizá sin el vestuario’”.

Cuando el remedio es peor que la enfermedad

Según cifras del DANE, en 2024 Colombia registró la cifra más baja de nacimientos de la última década: apenas 453.901. La tendencia continúa este año, pues durante el primer semestre, los nacimientos siguieron disminuyendo. Pero, ¿por qué la baja natalidad es presentada como un riesgo? Algunos argumentos apuntan, sobre todo, a razones económicas: si en el futuro hay menos personas trabajando, habrá también menos aportes al sistema pensional y, por lo tanto, menos recursos para sostener a las generaciones mayores. Otros, a argumentos religiosos y morales, como la pérdida de los valores tradicionales.

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Y es que para apelar a las emociones no hace falta una gran tarima ni hablar frente a las multitudes. Solemos pensar que, cuando hablamos de Hitler o del fascismo, estamos exagerando o llevando el argumento demasiado lejos. Pero olvidamos que las ideas no nacen enormes: crecen. Y para que puedan crecer, primero necesitan ese terreno aparentemente inocente donde comienzan a normalizarse, a repetirse y a circular.

Como lo explicó Jacques Ellul, filósofo y sociólogo de origen francés, la clave de la propaganda moderna está en “el reconocimiento de la importancia del fenómeno psicológico en las acciones políticas y económicas” y “no intenta llegar sólo hasta ciertos individuos particularmente importantes o situados en lugares clave”, sino que busca operar directamente sobre la colectividad: moldear percepciones y conductas y favorecer la propaganda.

Esa lógica permite que ciertos discursos, como el que asocia la baja natalidad con una amenaza para el país, se presenten no solo como políticas públicas, sino como “verdades” que apelan al miedo o a un supuesto deber. Y es también la que explica por qué, incluso en contextos democráticos, ideas que parecen marginales o inofensivas pueden volverse hegemónicas cuando logran instalarse emocionalmente.

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Lo dijo Atwood: “Cuando la gente está asustada y se siente amenazada, se vuelve conservadora y dispuesta a ceder derechos civiles a cambio de seguridad. Eso es lo que creen”. Y esa es, probablemente, la advertencia más incómoda de su obra: que lo que parece una distopía no es más que una versión amplificada de nuestras realidades.

Por Paula Andrea Baracaldo Barón

Comunicadora social y periodista de último semestre de la Universidad Externado de Colombia.@conbdebaracaldopbaracaldo@elespectador.com
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