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¿Por qué no lo denuncié aquella vez? Reflexiones sobre el acoso a las mujeres (Opinión)

Tradicionalmente, el miedo y la culpa han sido transversales en la construcción de la identidad de muchas mujeres. Este tipo de sentimientos dificultan superar los traumas que surgen ante situaciones de acoso y violación, pues condenan a las mujeres a refugiarse en el silencio y el tormento.

Andrea Liñán/ @ancalidu
17 de julio de 2020 - 04:39 p. m.
El miedo que muchas mujeres sienten hacia algunos hombres no siempre se debe a experiencias traumáticas, sino que obedece a una construcción social.
El miedo que muchas mujeres sienten hacia algunos hombres no siempre se debe a experiencias traumáticas, sino que obedece a una construcción social.
Foto: Istock

El miedo que muchas mujeres sienten hacia algunos hombres no siempre se debe a experiencias traumáticas, sino que obedece a una construcción social en la que, casi que por “naturaleza”, se teme a ciertos tipos de masculinidad. Desde pequeñas nos educan —y cuando digo esto me refiero a la educación familiar, a la influencia de los vecinos, a la escuela, a la televisión, etc.— para que asumamos un rol de subordinación frente al mandato masculino.

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Este mandato masculino está basado en un orden social en el que un individuo se comporta de manera impositiva, dominante, agresiva, y subordina a otro. Es una conducta que suele asociarse al “ser hombre” —en ocasiones, algunas mujeres también la asumen—. Tal mandato cultural es interiorizado inconscientemente desde la infancia y sus principales víctimas suelen ser las mujeres.

La educación que recibimos y que nos mantiene dentro de las dinámicas del mandato masculino es directa e indirecta. En el primer caso, frases como “los niños no lloran” o “no sea niña”, por exteriorizar sentimientos, ejemplifican un mandato directo. La formación indirecta, por su parte, sucede cuando, por ejemplo, la decoración de un baby shower es color azul porque la criatura será un niño, y los asistentes asumen esto como algo natural; o en casos de violencia, cuando la mujer evita “enojar” al esposo o confrontarlo por alguna infidelidad por miedo a su reacción. Esas conductas evidencian la lógica con la que operamos y con base en la que damos por sentado que existen “cosas de hombres” y “cosas de mujeres” que, a su vez, legitiman, como parte de un tipo de masculinidad, los piropos y otros tipos de acoso, e incluso el maltrato físico.

Este orden social genera en muchas mujeres un temor “irracional” que se ha convertido en uno de los principales enemigos por vencer en la lucha contra la violencia de género. Con esto no pretendo justificar al agresor, que en la mayoría de los casos es un hombre; quiero, sí, hacer un llamado a las mujeres para que identifiquen este gran temor y logren vencerlo.

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Otro sentimiento que impide denunciar y superar el temor es la culpa que sienten muchas mujeres al enfrentar este tipo de experiencias traumáticas. ¿Por qué me dejé intimidar? ¿Por qué, ingenuamente, lo alojé aquella vez? ¿Por qué no lo denuncié? Son algunos de los interrogantes que acechan psicológicamente a muchas mujeres. Superar la culpa y el miedo no es fácil. Es necesario deconstruir parte de nuestra identidad y deshacer los imaginarios que nos llevan a encerrarnos en estos sentimientos, y que son los que muchas veces nos impiden denunciar y enfrentar a los agresores de manera directa y sin escondernos en el anonimato, como sucede en algunas denuncias.

Gran parte de los acosadores y violadores son conscientes del poder que ejercen sobre la víctima. Si tuvieran la certeza de que las mujeres tendrán la valentía de denunciarlos, se lo pensarían dos veces. Con esto no insinúo que la responsabilidad de las agresiones recaiga sobre la víctima, al contrario. Concientizar a la colectividad masculina para que comprenda e interiorice qué acciones intimidan o violan los derechos de las mujeres es un proceso arduo, pues los abusos suceden a diario. Más importante aún es realizar un proceso pedagógico y cultural para que ellos identifiquen las agresiones que este tipo de conductas representan y para que se percaten, además, de que el machismo también afecta a los hombres.

La denuncia realizada por la niña embera violada por siete miembros del Ejército Nacional es el más reciente ejemplo de valentía. Temblando y llorando, le dijo a su hermana que sería capaz de identificar a sus victimarios. Así lo hizo. Estos depredadores enfrentan hoy el peso de la ley y el escarnio público. Esta situación sienta un gran precedente. Invito a las mujeres a denunciar con valentía cualquier tipo de violación, abuso o acoso al que se vean sometidas. A denunciar en nombre propio y llevar ante la justicia al agresor. Existen fundaciones, líneas de atención y grupos de voluntarias dispuestas a respaldarlas. Denunciar penalmente es, quizás, más importante que hacerlo por redes sociales.

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A las mujeres sin nombre que señalaron a Ciro Guerra en redes, les extiendo la invitación de enfrentar sus miedos y denunciar penalmente; vayan hasta las últimas consecuencias, pues, según se infiere de los testimonios, es de suponer que cuentan con pruebas fehacientes que permitirían que la justicia les diera la razón. Si por exponerse públicamente se les cierran algunas puertas, háganlo también público, que con seguridad se les abrirán muchas más. Si la niña embera con solo trece años, en medio de la selva y en tan visibles condiciones de vulnerabilidad, tuvo el valor de enfrentar a siete hombres armados, seguro ustedes, que gozan de grandes comodidades, pueden denunciar a un cineasta. No hacerlo, en cambio, podría generar suspicacias sobre la veracidad de los testimonios y del correspondiente acervo probatorio; y, aún más importante, ello enviaría un mensaje negativo a las mujeres víctimas de acoso y violencia de que deben permanecer en la sombra del anonimato y con el miedo y la culpa atormentándolas por siempre.

Por Andrea Liñán/ @ancalidu

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