Al despertar no hay ningún cartel con la frase “El gran hermano te vigila”. Tampoco sentimos temor por los libros que los bomberos podrían entrar a quemar en nuestras casas o escuelas, y nadie nos vende la idea de vivir en una colonia en Venus. Varias de estas situaciones hicieron su aparición en textos de la “era dorada” de la ciencia ficción estadounidense, pero hoy parecen integrarse a nuestra realidad.
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El universo de Bradbury, con “Fahrenheit 451”, presentaba un mundo en el que los libros eran una posesión prohibida. Cualquiera que tuviera alguno era criminalizado y las evidencias perecían en una tormenta de fuego. Guy Montag trabajaba en el cuerpo de bomberos y acataba ciegamente las órdenes gubernamentales de destrucción de este material escrito.
En noviembre de 2024, el gobierno de Javier Milei, encabezado por su vicepresidenta, Victoria Villarruel, pretendía la censura de múltiples obras literarias que tenían un contenido “inmoral”. Títulos como “Cometierra” o “Las aventuras de la China Iron” estaban en el listado de “indeseables”, que no debían estar presentes en las aulas de clase debido a que “la exposición a estas ideas podría corromper a las juventudes”.
No se llegó al extremo de la quema de libros, pero algunos grupos conservadores tomaron los caminos que ofreció el sistema legal: peticiones, proyectos de ley y órdenes ejecutivas que buscaron limitar el acceso a estos libros. Así ocurrió con la Ley SF 496 del estado de Iowa, en Estados Unidos, en 2023, que -según la organización PEN America- retiró más de 30.000 libros de las escuelas al tener un “contenido sexual”.
En el caso argentino, el director de cultura y educación de Buenos Aires, Alberto Sileoni, resaltó que estos libros estaban acompañados de una guía de lectura, para que los temas delicados que trataban se entendieran por los niños. A pesar de este argumento, los grupos que solicitaron la censura se mantuvieron en su petición.
Por otra parte, George Orwell advirtió de los peligros de la censura en el idioma, entre muchos otros, presente en su libro “1984”. En 1949, el año de su publicación, presentó un mundo en el que el Ministerio de la Verdad de su sociedad ficticia constantemente actualizaba un diccionario de neolengua, donde se introducían nuevas palabras y se eliminaban muchas otras por intereses estatales.
En 2022, el gobernador de Florida, Ron DeSantis, firmó la Ley “Parental Rights in Education”, también conocida como la ley “No digas gay”. Esta legislación, según Meredith Johnson, profesora adjunta en la Universidad de Georgetown, “transformaría las aulas en espacios inseguros para las juventudes LGBTIQ+, al forzarlos a ocultar su identidad”.
Esta misma búsqueda de la prohibición del lenguaje está presente en una de las órdenes ejecutivas presentadas por el presidente Donald Trump, quien el pasado 20 de enero firmó un documento en el que afirmaba que “eliminaba la censura gubernamental”, para restituir “libertad de expresión”.
La movida estaba amparada bajo la supuesta “coerción estatal” a plataformas de redes sociales para que limitaran el uso de ciertas palabras o discursos. Según la página de la Casa Blanca, en la búsqueda de combatir la desinformación, el gobierno federal, liderado por Joe Biden, “infringió los derechos de expresión protegidos por la Constitución de los ciudadanos estadounidenses en todo Estados Unidos”, al promover “narrativas preferidas del gobierno”.
Por el control mediático que advertía Orwell con los dos minutos del odio en los que los ciudadanos se dedicaban a odiar al enemigo del Partido totalitario en “1984”, o la imagen de la“familia” televisiva que adoraba la esposa de Guy Montag en “Fahrenheit 451”, la ficción parece saltar del papel a la realidad. En octubre de 2024, Jeff Bezos bloqueó la publicación de una pieza en apoyo a la candidata demócrata Kamala Harris en el “Washington Post”, un diario que adquirió en 2013.
El exeditor Marty Baron expresó en una entrevista con NPR que esta decisión, al tomarse a pocas semanas de la elección, estuvo lejos de ser “una deliberación seria y sustancial con el consejo editorial del periódico. Claramente, se tomó por otras razones, no por motivos de principios elevados”.
Las batallas por la expresión y el consumo no solo se dan a través de los medios de comunicación y las compañías de entretenimiento, sino también a través de la publicidad. Es aquí donde personajes como Mitchell Courtenay, el publicista de un Chicago distópico de “Mercaderes del Espacio” parecen andar entre la cotidianidad del siglo XXI.
Si bien no se nos está promocionando un cohete que nos llevará a colonizar Venus, la publicidad lentamente se ha ido transformando en una variable que influye en la forma en la que se consumen bienes y servicios, o la promoción de herramientas (como los sistemas de inteligencia artificial) que se utilizan.
En el libro, los autores Pohl y Kornbluth presentaron de manera satírica la venta de seguros contra mordeduras de yak, un tipo de bovino, porque “nunca se sabe cuándo se va a encontrar con un yak hostil”, o el uso indiscriminado de esloganes propagandísticos que bombardeaban cada pantalla.
No se limitaron a crear un mundo de publicistas futuros, sino a alzar cuestionamientos sobre la representatividad del gobierno. En la trama de la obra en cuestión hubo una conversación entre Fowler Schocken, dueño de la sociedad Schocken de publicidad, y Courtenay, en la que Schocken preguntó: “¿El valor del voto dependerá de la sabiduría, el poder y la influencia..., es decir, el dinero... del votante?”.
Este tipo de cuestionamientos regresan a 2025 con la nueva presidencia de Donald Trump y su cercanía con magnates tecnológicos, como Mark Zuckerberg y Elon Musk, quienes han expresado abiertamente su apoyo a la candidatura y los proyectos que el presidente republicano ha anunciado para sus cuatro años en la Casa Blanca.
Grupos de medios han comprado otros más pequeños con cada vez más frecuencia, lo que ha disminuido la oferta de canales independientes de información. Según una investigación del medio “Vox” en 2022, empresas como Facebook, Amazon y Apple han hecho que “las grandes compañías de medios se vean pequeñas en comparación”, al ver que estas han empezado a expandirse hacia los servicios de “streaming” y la adquisición de compañías productoras.
En la novela de Pohl y Kornbluth el enemigo natural de la compañía Schocken -además de otras empresas de publicidad- eran los llamados “consistas”, grupos de personas anticonsumistas a quienes acusaban de terrorismo y sabotaje a los planes de venta para las colonias de Venus. Para Orwell, eran aquellos que se atrevían a pensar distinto a lo que ordenaba el partido. Para Bradbury, eran aquellos curiosos que se atrevían a leer.
La ciencia ficción ha sido una lupa para escritores que han indagado el “¿qué tal sí?” de situaciones que han visto en su cotidianidad. La han extrapolado a mundos alternos que han presentado extremos para que la crítica sea evidente. Se ha analizado el comportamiento humano del pasado y se ha lanzado hacia el futuro, por lo que ha sido posible que, entre tantos supuestos, algo que se haya escrito se convierta en realidad.