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El Sábado Santo, también conocido como Sábado de Gloria, es una fecha cargada de simbolismo dentro de la Semana Santa. Se ubica entre el dolor del Viernes Santo, cuando se recuerda la muerte de Jesús, y la alegría del Domingo de Resurrección. Es un día de silencio, recogimiento y espera, en el que la Iglesia conmemora el tiempo en que Cristo estuvo en el sepulcro.
Durante este día, no se celebran misas ni se administran sacramentos. El altar permanece desnudo, sin flores ni ornamentos, como signo de luto. Y a los fieles se les alienta a mantener una actitud de silencio y meditación mientras esperan el anuncio de la Pascua.
El punto culminante del día llega en la noche con la Vigilia Pascual, considerado el ritual más importante de la jornada. Esta celebración comienza con la bendición del fuego nuevo y el encendido del cirio pascual, que representa a Cristo resucitado. Es también durante esta ceremonia que se hace la bendición del agua y el bautismo de algunos de los nuevos creyentes.
Todo esto ocurre entre la noche del sábado y la madrugada del domingo y, en la tradición cristiana, se le conoce como “la madre de todas las vigilias”. En el Vaticano, el Papa normalmente preside la Vigilia Pascual en la Basílica de San Pedro.
El Sábado Santo, entonces, es un día que marca la transición entre la muerte y la vida. Para los católicos, es un día que recuerda el momento en el que Jesús “descendió a los infiernos” antes de su triunfo frente a la muerte. Es una jornada espiritual de profunda contemplación, en la que el silencio es el protagonista principal.