“Si uno escribe, esto significa que ha elegido otro medio de reacción, otra manera de comunicar, una distancia, un tiempo de reflexión”, Jean-Marie Gustave Le Clézio
En esta serie de reacciones de nuestros lectores y amigos es oportuno recordar a uno que, cada que pudo, me escribió sobre una de las tantas temáticas que fueron apareciendo en esta columna. Él, además de compañero de clases, fue un gran compinche en el campo de juego.
Allí donde jugamos siempre hubo poesía, cine, música y teatro. El fútbol era el pretexto para el encuentro, pero la palabra nos comunicaba más alegría. Transcribo dos de sus mensajes de hace muchos años por la importancia que tiene para mí su amistad: “Es un gran alivio para el alma leer tus palabras, combinación de buenos pases (de pelota) y encantadores conceptos sobre ese deporte infame, cruel y hermoso llamado fútbol. No sabes lo que me han servido en estas soledades futboleras que se habitan donde algunos ‘intelectuales’ sospechan que los que amamos el fútbol somos trogloditas. Tal vez tengan razón, pero ¿cuál ser humano no es un cavernícola, así sea con el deporte o con el amor o con la razón? No olvides para alguna conversación escrita la relación fútbol y cine. De hecho, te debo una muy buena película mexicana sobre este asunto: Rudo y cursi, de Carlos Cuarón”.
Como no conocía esta película, me puse a la tarea de comenzar a establecer vínculos entre fútbol y cine y me encontré con un material que todavía disfruto. Después de varios meses de la publicación de las columnas, este amigo me volvió a escribir: “Muchas gracias por recordarnos lo frágil que es el ser humano y sobre todo cuando nos jugamos un pedazo de vida en una cancha de fútbol o de micro. Me encanta la frase que dice que el único jugador que nunca botó un penalti fue el que nunca lo cobró. No he podido olvidar a ese arquero que nos hizo perder las casillas (¿Casillas las perderá ahora que es suplente en el Real?) en el empresarial de Comfama. O cómo olvidar a ‘Menuda’ que sufría más de lo debido por cuenta de nuestra mala defensa. No imagino lo que hubiera disfrutado Peñuela leyéndote. Para otro artículo no olvides el video donde alemanes y griegos se enfrentan en un partido de filosofía futbolística o de fútbol filosófico”.
Gracias por estos recuerdos que fueron gratamente vividos, recordados y narrados. Cómo olvidar esa salida de casillas en ese torneo empresarial en el que había partidos desde las ocho de la mañana hasta las seis de la tarde todos los fines de semana. Era un buen pretexto para “pasiar” con nuestras novias, esposas, hijos y amigos a los parques recreativos.
Aún me acuerdo de Víctor Peñuela y sus clases de Filosofía con argumentos sacados de Condorito y del Medellín, el equipo de sus amores. Se nos fue Víctor con su filosofía vital: “Es preciso vivir en estado de dicha permanente”, decía.
Aprovecho esta columna para decir adiós porque creo que ya molesté lo suficiente con estas 170 entregas de Fútbol paradójico. Gracias a quienes hicieron posible esta aventura de escribir en el periódico El Espectador. Gracias a quienes me leyeron durante estos años y, cómo no, gracias a Gloria, a Santiago y a Catalina por soportar (me) con la lectura de los borradores. Sus sugerencias fueron vitales para mí.
¡Gracias y adiós!