La tarea parecía imposible: llevar a la pantalla el mítico pueblo de Cien años de soledad, la obra maestra de Gabriel García Márquez, que habita ya en la imaginación de millones de lectores. Sin embargo, Netflix apostó por la adaptación y los encargados de transformar las palabras en imágenes fueron los mexicanos Eugenio Caballero, ganador del Oscar por El laberinto del fauno, y Bárbara Enríquez, nominada por Roma.
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Bajo el título “Recrear Macondo. El diseño de producción de la serie Cien años de soledad” en Iberseries & Platino Industria 2025, Caballero recordó el desafío que enfrentaban. “Nunca vamos a construir ese lugar soñado donde nadie pueda decidir por la forma de morir”, dijo aludiendo al peso de crear un espacio que ya existía en la memoria colectiva. La frase condensó la dificultad de un proyecto que implicaba respetar la obra, pero también hacerla tangible, habitable y coherente para la narrativa televisiva.
El reto de transformar un mito en realidad
La charla reveló que la construcción de Macondo no fue solo un desafío técnico, sino una exploración profunda de la historia y la cultura del Caribe colombiano. Caballero explicó que, aunque la historia es universal, “lo que empezamos a entender es que era el reto más grande… la historia es una parábola de la sociedad colombiana, pero también latinoamericana”.
Para lograrlo, el equipo definió cuatro etapas de evolución del pueblo, desde sus primeras chozas hasta su consolidación como comunidad. Cada espacio, cada árbol y cada casa tenían un propósito narrativo y funcional. “Necesitábamos una zona donde pudiéramos construir sin depender de lo digital, tener un pueblo construido hasta su tamaño natural para que todas las escenas funcionaran”, explicó Caballero.
Del libro de diseño al set real
La previsualización fue clave. Caballero y Enríquez trabajaron durante meses creando un “libro de diseño” que permitiera proyectar la serie con claridad: “Utilizamos muchas herramientas digitales distintas para detalles precisos. Previsualizamos muchas de las escenas incluso antes de que estuvieran construidas”.
Luego, Enríquez tomó las riendas del proceso en Colombia. “Era un proyecto donde no te podías equivocar, presupuestalmente y artísticamente… después del Quijote, me parece”, comentó. Su labor consistió en convertir los planos y dibujos en un pueblo tangible, que los actores pudieran habitar y que los equipos de rodaje pudieran explorar libremente. La Casa Buendía, núcleo de la historia, se construyó con 55 metros de largo por 25 de ancho, equipada con hornos, estufas y llaves funcionales: “Más de 50 % de la novela ocurre dentro de una casa, había que ponerla en contacto desde todos los ángulos posibles”.
Realismo mágico sin artificios
Uno de los desafíos más delicados fue traducir el realismo mágico a imágenes. Enríquez y Caballero coincidieron en que el secreto estaba en mantener lo cotidiano como base, para que lo extraordinario surgiera de manera natural. “El realismo mágico es la irrupción de lo extraordinario en la vida ordinaria, narrado como algo cotidiano”, explicó Caballero.
El diseño de producción reflejó esta filosofía: Macondo debía ser un pueblo histórico y verosímil, con colores, materiales y edificios que respondieran a la historia y la política del lugar, pero donde lo imposible —como el ascenso de un personaje al cielo— se sintiera creíble dentro de la narrativa.
Una producción sin precedentes en América Latina
Más allá de la magia literaria, el proyecto se distinguió por su escala y ambición técnica. La construcción del pueblo, la planificación de presupuestos y la logística de rodaje representaron uno de los mayores desafíos jamás enfrentados en la región. Caballero destacó la importancia de construir con previsión: “Teníamos que saber cuándo estaba terminado, cómo iba a crecer durante esos 100 años de la historia de un pueblo”.
Enríquez subrayó la dimensión humana y colaborativa del proyecto: “Hicimos un trabajo de equipo, de complicidad, de confianza, para poder cumplir con todo lo que se requería, y además mejorarlo”.
Macondo, un espejo de nuestra identidad
La charla concluyó con la idea de que Macondo no es solo un decorado, sino un personaje más de la historia, un espejo de la sociedad y la memoria latinoamericana. “Había que crear un espacio dinámico, que funcionara visual y narrativamente”, dijo Enríquez.
Para Caballero, la serie es también un acto cultural: “Recrear Macondo fue recrear nuestra propia identidad”. Y así, entre planos, árboles centenarios y casas de bahareque, los Buendía encontraron por fin su segunda oportunidad sobre la tierra, como había imaginado García Márquez, esta vez hecha de madera, barro y luz cinematográfica.