El Magazín Cultural

Relatos de sobrevivientes del Bronx

Este martes 6 de diciembre en el Gimnasio Moderno, Calle 74 #9 -24, de Bogotá, a las 7 de la noche, el periodista Yeiver Rivera presentará su libro 'Viví en el Bronx' un documento que narra testimonios de aquellos que vivían en este sector de la capital colombiana hasta el pasado 28 de mayo cuando las autoridades intervinieron el lugar. El Espectador pública un capítulo.

Yeiver Rivera, especial para El Espectador
06 de diciembre de 2016 - 11:04 p. m.
Relatos de sobrevivientes del Bronx

Descuarticé 16 personas, espero salvar a otras 16
 
Omar es de contextura menuda, tiene 29 años de edad y más del 60 por ciento de su vida, 17 años, los pasó en el mundo de las drogas.
 
“Empecé a los 12 años y de esos los 17 restantes los viví entre el desaparecido Cartucho y el Bronx. Inicié el consumo por un amigo, con la marihuana y hace 6 años probé el bazuco a raíz de una violación que me hicieron en la Ele, siete personas se aprovecharon de mí y ahí comenzó mi crisis de consumo continuo. (Lea: ¿Y dónde están los capos del Bronx?)
 
Toda la vida viví cerquita junto a mi familia. Mi papá falleció el año pasado y fue una persona que nunca le gustó el trabajo, ya que según él no había nacido para trabajar; las veces que lo hizo fue mandando, pero si había trabajos pesados y duros a él no le gustaban. Él nos llevaba al Cartucho, nosotros cargábamos una maleta y uno de niño no se imagina que lleva cosas que no debe y en esa maleta iban drogas, armas… nosotros éramos la mula de él; mi mamá también era consumidora.(Lea: Los otros desplazados del Bronx)
 
Desde los 5 años yo comencé a ver mi vida de una manera distinta y mi crisis comenzó al ver que mi papá duraba 3 o 4 meses sin llegar a la casa por estar consumiendo. Nosotros éramos 5 hermanos. Mi mamita trabajaba, ella siempre ha sido una mujer muy trabajadora, pero consumía, aunque ya lleva, lo que yo tengo de edad, sin consumir y es cuando a partir de los 7 años conozco la calle. (Lea: Cadáver en el Bronx estaba desmembrado y tres metros bajo tierra)
 
Infancia
 
En esos días una de mis hermanas estaba llorando y cogiéndose el estómago diciéndome que tenía hambre y yo al ver esa situación -yo también tenía hambre-, salí y cogí el primer bus que pasó… ese día resulté en Monserrate cuidando carros. Me gané como 5 mil pesos desde las 7 a las 11 de la mañana. Me compré una libra de arroz, una panela, huevos, sal y le llevé a mis hermanos. Ellos estaban felices, saltaban en una pata (pie) y les dejé como 2 mil pesos para que compraran gasolina para poder cocinar la comida, estaban todos contentos. (Lea: ¿Qué dejó la intervención del Bronx después de seis meses?)
 
Esa alegría nunca se me olvida. De ahí en adelante empecé a salir a trabajar. Ese mismo día me devolví para Monserrate a seguir cuidando carros. Me hice amigo de una señora que vendía picadas (comida) y atendía a los extranjeros y había un señor que era consumidor y ella no lo quería, luchaba por sacarlo de ahí de donde ella trabajaba. Así como hice amigos desde niño, también hice muchos enemigos, ¿por qué?, porque ella lo sacó del puesto por dejarme a mí trabajando ahí, yo lavaba los carros y ganaba un sueldo; prácticamente yo sacaba un sueldo de adulto y yo contento con llevarle un plato de comida a mis hermanos dejé de estudiar y me dediqué solo a trabajar. Ahí trabajé hasta los 12 años.
 
Conocí un amigo que hoy en día es sargento del Ejército, él me dijo que más abajo había un sitio donde iba a ganar más plata y me iba a ir mejor. Me fui ese día por experimentar y sí, era en la Universidad de los Andes y me empezó a ir muy bien, me hice amigo de los estudiantes y profesores. 
 
Había una profesora de los Estados Unidos y ella me quería más que a hijo bobo. Ella me daba todo lo que yo le pidiera, me colaboraba con el estudio de mis hermanos, con los útiles escolares de ellos porque mi papá era muy vago, él les compraba cuando quería y le nacía, porque vivía para su consumo, pero así mismo como nos daba nos ponía los cuadernos en la cabeza (pegaba) nos daba una fuetera antes de darnos lo que tenía que darnos.
Entonces, mi alegría, era llegar siempre con la caja de los cuadernos de mis hermanos porque ellos estaban estudiando, entre comillas yo también, pero siempre ‘capaba’ clase por irme a trabajar y poderlos ayudar a ellos.
 
Hoy en día una de mis hermanas es supervisora de vigilancia en el Sena (Servicio Nacional de Aprendizaje), la otra si es ladrona, ella es internacional, el mismo oficio que mi papá, pero vive bien, no le falta nada, no es viciosa pero quisiera que cambiara su forma de vida y buscara trabajo. A mí desde niño siempre me ha gustado trabajar, nunca he sido una persona que me guste el hurto, nunca.
 
Mi consumo inició a los 12 años fumando cigarrillo. En esa época mi papá compró una casa, él tuvo mucha plata, pero la plata mal habida no es la mejor, ni la más adecuada para uno vivir; porque así como viene así mismo se esfuma, eso lo tengo muy claro, por eso yo nunca tuve problemas de quitarle algo a alguien, de robo, nunca. De muerte sí varias, cosas de las que me arrepiento y que cada día me sueño y que tengo que vivir con esas cosas.
 
A mí me tocó en la última época que estuve en la Ele, picar gente, personas ya muertas, porque nunca los maté, nunca me gustó atentar contra la vida de otro ser humano, ya los traían muertos y uno por intermedio del consumo lo hacía.
 
Después de picarlos los echábamos en una bolsa negra y luego llegaban otros y los indigentes los sacaban para la basura. Ahí había un conteiner y el carro de la basura se los llevaba. En total fueron 16 las personas que piqué, dentro de ellos me tocó picar a dos de los que me violaron… por mí pasaron 7 personas. La verdad al comienzo me dio agrado porque estaba en medio del consumo y estaba en medio de mi ira de ver lo que ellos me hicieron, porque mi vida no era esa, era otra y mi vida cambió desde el momento que ellos abusaron de mí, de ahí en adelante me volví una persona irresponsable, no me importaba arreglarme, no me importaba nada, porque yo era una persona que vendía mis cosas, lo que con sacrificio trabajaba, lo que conseguía con mi trabajo lo vendía para consumir.
 
Las personas que teníamos que picar era por orden de los sayas de la Ele; la mayoría de ellos eran paisas y costeños. Ellos eran los que autorizaban y le traían a uno los cadáveres; gente que les debía plata, ellos los mataban y nosotros los picábamos.
 
Éramos dos los que estábamos ahí picando. Utilizábamos segueta. Por las articulaciones los picábamos y entre más pequeñas quedaran las partes de las personas, mejor. Con las ganas que uno tenía de terminar y salir a fumar picábamos a una persona más o menos en 40 minutos, luego los dejábamos desangrar para sacarlos y que los botaran en la basura o en distintas partes de la ciudad.
 
Yo considero que Dios a mí me tiene para cosas grandes, porque en medio de todo lo que hacía yo recurría mucho a Él, nunca hice un pacto con el diablo. Había una persona allá que era a la que todo el mundo le decía el diablo, porque él no compartía con nadie, era una persona sola, solitaria y todo el mundo le tenía miedo y a conciencia digo que la única persona que le entró al corazón fui yo.
 
Él comenzó a hablar conmigo y me comentaba que él era hermano de Luzbel:
-Yo soy hermano de Luzbel, Omar. Y yo le decía: pero usted cree en Dios y él me decía que sí, que él creía mucho en Dios.
-Dios creó a mi hermano y le dio poder, pero él engañó a mi Padre, entonces yo tengo que creer en Él y creo en Él y creo en el perdón de Él.
 
No esperaba encontrármelo y lo hice tiempo después que se acabó esa olla y estaba organizado y cambiado. Al acabarse esa olla a mucha gente le ha cambiado la vida, yo soy uno de los principales y me siento muy privilegiado porque yo no conocía otro mundo, mi mundo siempre fue allá, siempre fue la maldad.
 
También había violaciones de niñas que llegaban allá, pero lo hacían a mayor rango. Yo tengo los ojos y la conciencia tranquila porque siempre pensé en mis dos niñas que tengo, cuando eso iba a suceder yo pedía autorización para irme para otra pieza, porque ya nosotros éramos dueños de los de allá, nosotros éramos esclavos de ellos allá, automáticamente por intermedio del vicio nosotros le pertenecíamos a ellos y por todo lo que sabíamos, además por las armas tenían un poder absoluto. Allá había metras (subametralladoras) mini ucis, granadas, fusiles, chalecos antibalas, pistolas, granadas.
 
Allá conocí a la mamá de mis hijas a la que amo con todo mi corazón y por ella me ajuicié bastante. Ella actualmente vive con la mamá de ella y mis hijas. Yo vivía allá y todos me conocían y me estimaban por mi forma de ser, me decían que la nobleza que yo tengo no la tiene nadie, porque en medio de lo que he hecho me considero una persona muy noble.
 
Cuando empecé mi recuperación lo hice porque quería cambiar esa vida que había llevado y dejar todo atrás. Cada persona que empieza a consumir drogas lo hace por un motivo, porque el diablo siempre está detrás de esa persona y él influye muchísimo.
 
El fin del Bronx
 
El día del operativo yo estaba en la entrada cuando sonó la primera bomba de aturdimiento. Yo salí y veía un carro gris que era de los rayas, ahí empezaron a mover la gente. Antes habían parqueado dos tracto mulas, a las 2:50 de la mañana, y bajaron una mercancía de ahí y la metieron a un local pero más adentro estaban los policías.
 
De ese operativo hubo muertos y nadie dijo nada de eso, nadie lo reportó; la información que dieron fue incompleta. Hay muchas mamás que no saben de sus familias, de sus hijos. En el vicio perdí mi dignidad, casi mi vida, pero sé que se puede recuperarlas.
 
Ventas de bodega
 
Yo manejando una caseta de venta vendía en un rato entre 500 y 600 papeletas porque después salía a consumir; vendíamos bazuco, marihuana, perico, pepas; con eso fue con lo  que siempre trabajé y nos pagaban con vicio.
 
Luego la plata se reunía y se lo entregábamos a un saya. Lo otro que había eran los túneles por donde sacaban el dinero.
Conocí uno, que salía a la calle 17… la mayoría de personas que trabajaron en ese túnel los mataron porque ese túnel era único; yo me salvé porque me hice amigo del diablo, él fue conmigo una persona incondicional allá adentro y en medio de su maldad yo le moví el poquito de corazón que podía tener, porque él sí no tenía corazón (expresión coloquial que refiere que es malo y no siente piedad), no sé qué vio en mí para no hacerme lo mismo que le hacía a los demás. 
 
La misión mía en el túnel fue hacer la excavación y también lo utilizaban para entrar la droga. Esa excavación tuvo muchos días de trabajo para llegar a una bodega en la 17 y de ahí mover todo. Lo otro que siempre hubo fue una ciudad subterránea donde se movían muchas cosas.
 
La droga siempre ha estado llena de maldad y eso tiene que ver con la parte oscura de las personas, la droga es solo oscuridad, desde que entraba se veía el infierno; desde que uno llegaba al Bronx olía a muerte por todos lados, el olor fuerte a azufre y se veía el diablo caminar allá en ocasiones, pero uno no sentía miedo por estar y vivir en el consumo todo el tiempo.
 
Hace unos días me robé un celular, algo que yo nunca había hecho y lo hice sin usar armas ni nada, fue para consumir y me cogieron por eso, cuando fui a la audiencia, saliendo de allá me sentí solo en la calle y de noche. Nosotros los que hemos sido adictos no podemos ver la noche, si queremos cambiar la noche se convierte en algo prohibido, como si fuera un día para los vampiros.
 
Los primeros días de mi recuperación fueron duros, escuchaba llorar niños, me enfermé de no consumir… pero hoy en día siento mucha felicidad de estar bien y querer salir adelante.
En este momento el proceso es fácil, pero cuando vuelva a la calle y a enfrentarme a un trabajo la vida va a ser muy dura y lo único que me da ánimo es que Dios va a estar a mi lado y Él me lo ha dicho.
 
Recuerdo con mucha nostalgia y tristeza a la mamá de mis hijas, a ella la conocí en el Bronx, pero no consumía, trabajaba en una tienda y se fijó en mí… la recuerdo cada día y siento mucha tristeza por haberla perdido, pero sé que está bien al lado de mis hijas.
 
Recordar lo que pasaba allá y poder hablar de un día a día es algo ilógico, yo llegué a durar un mes entero sin dormir, solo consumiendo y trabajando y luego duré una semana entera durmiendo. Cuando me levantaba me comía lo que veía cerca del hambre que me daba. Me levantaba, miraba a los lados, me comía algo y seguía durmiendo. Pero un día normal allá era de consumo, trabajo, relaciones sexuales y deambular.
 
Otro negocio que se movía allá era la compra de las niñas vírgenes. Vi sayas que llegaron a pagar hasta un millón de pesos, pero no solamente allá, también lo hacen en todas las ollas, las que siguen distribuyendo droga en la ciudad, pero le pido a Dios que se acaben todas. 
 
Yo le pido a Dios que me dé la oportunidad de estudiar y poder ayudar a mucha gente. Con que salve 16 vidas sé que estoy salvando las vidas que ayudé a quitar, a picar, vidas que se fueron con el diablo.
 
Otra de las cosas que vi fue cómo mataban las personas, era algo frecuente y a diario. El día del operativo los sayas no se quedaron quietos, hubo disparos y muertos, otra cosa es que el Gobierno no haya querido reconocerlo, ni quiere contar la realidad de lo que pasó, porque allá había muchos que iban a pagar años de cárcel y ellos antes de eso prefirieron morir.
 
El pasado en el Cartucho 
 
Yo estuve un tiempo también en el Cartucho, pero tuve un problema con mi hermano en esa época y no viví el desalojo que allí se realizó. Mi hermano aprendió lo mismo que mi papá: a robar y a vivir la vida de esa forma. Él mató a un muchacho y yo para que mi hermano no fuera a pagar una tacada de 26 años, dije que ha yo lo había matado y pagué 18 meses.
 
Por ser menor de edad me mandaron al hogar El Redentor. En ese momento yo tenía 14 años y allá aprendí a fumar marihuana, maduro, pistolo… la pipa no la probé porque me dijeron que eso era áspero, entonces yo le tenía respeto y la vine a probar hace 6 años, un tiempo antes de estar con la mamá de mis hijas.
 
La primera vez que la probé sentí miedo, pero un miedo exitoso, un miedo que le gustaba a uno en el momento, porque ya después hasta le quitaban la ropa y no se daba cuenta; muchas veces me quitaban la droga y ni me daba cuenta.
 
Otro de los hechos que se vivió en el Bronx fue el ingreso de menores de edad. Allá entraron muchas niñas que eran de su casa, de su hogar y allá le dañaron la mente porque las violaron, les hicieron, les deshicieron; fue algo con lo que nunca estuve de acuerdo y eso lo hablé varias veces con mi amigo el diablo y él era contento porque decía que: 
-Esa es mi vida, para mí eso es darle de comer a mi hermano, al diablo y yo tengo que alimentarlo. Si usted lo ve muy abominable entonces sálgase de la pieza.
 
Yo hacía eso, me salía cuando él iba a hacer eso con los sayas, porque decían que tenían que entregarle almas al diablo. Allá el que entraba y no conocían iba para la pieza de torturas y empezaban a quitarle las uñas de manera lenta y dolorosa.
 
También tenían unos perros a los cuales no les daban de comer y les echaban a las personas y desaparecían de manera absoluta. Hasta los huesos de los muertos los utilizaban porque los raspaban para hacer más bazuco y esto hace que las personas se vuelvan más adictas a esta sustancia.
 
Las canecas que tenían con ácido donde desaparecían a las personas después, las desocuparon y el ácido lo empacaron en botellas y las tenían afuera listas y preparadas para el momento en que fuera a haber un operativo o allanamiento para lanzárselo a las autoridades… pero allá hay muchas cosas que pasaron y que no se han contado y que nunca van a salir a la luz porque hay mucha plata de por medio.
 
Ahí había mucho dinero y el que movía la mayoría de las ventas era Mosco. Ahí había casetas en todo lado, en los segundos pisos se atendía los clientes privilegiados, los que llegaban con plata. En total eran 24 casetas o puestos de venta dentro del Bronx, ahí se movía demasiada plata, no millones, billones de pesos.
 
Quisiera terminar mi bachillerato y recuperar mis hijas; poder brindarle todo lo que les he quitado en este tiempo. El consumo para mí es algo que murió en mi vida, pero estoy dispuesto a salvar 16 vidas… 16 vidas porque esas fueron las que piqué allá en la Ele, hombres y mujeres que eran como la basura, lo que no sirve que no estorbe, porque eso éramos nosotros para ellos: basura.
 
Mi papá siempre me dijo: “Esta vida es un tango y el que lo baila es un loco”, yo nunca le di significado a eso hasta el momento en que empecé mi verdadera recuperación. Ojalá que con este testimonio se puedan salvar más vidas y se den cuenta que el vicio es lo más malo, lo más inexplicable que pudo haber creado el diablo.
 
A las personas que tengan el deseo de probar algún tipo de droga, que primero se encomienden a Dios, porque hay un Dios que todo lo puede y que no duden de Él porque yo lo hice, dudé y vine a tocar un mundo que no se lo deseo a nadie, que si se proyectan a hacer cosas buenas y bien, nunca se le van a pasar ese tipo de pensamientos por la cabeza: el deseo de consumir.

Por Yeiver Rivera, especial para El Espectador

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