Ir y volver o cómo abordar el pasado para hallar luz en el presente
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Ana María representa a esas personas para las cuales saber, conocer o descubrir es una necesidad vital. Por ello, busca reconstruir los vacíos de su historia familiar y, en ese camino, alterna el presente y el pasado para construir un recurso narrativo que toma la forma de un diario personal y colectivo: “Contar la historia olvidada de mi familia, contarme a mí misma”. En su cotidianidad, la protagonista busca completar las piezas faltantes de la narrativa familiar a través de conversaciones con su madre y sus tías, además de visitas a los contornos oscuros de las habitaciones de Liberia, donde, poco a poco, encuentra las huellas o revelaciones que le permiten construir la historia, generación por generación, de ese accidente llamado familia.
La novela como un espacio aglutinador
Dicen que la novela es el género de los géneros y sobre esa idea puede pensarse que es un espacio en el que pueden coexistir diferentes presencias. En la obra de Bernal, la música es una de esas expresiones que cumple múltiples funciones. A medida que la narración avanza, el lector encuentra diferentes intérpretes (Carlos Gardel, Guillermo Buitrago, Santiago Cruz, Bad Bunny o Karol G, entre otros) o bandas sonoras (The Beatles, Queen o Imagine Dragons) que no solo amenizan los tramos de la historia, sino que siguen estrechando el lazo entre el pasado y el presente en el que se desenvuelve la novela.
De la misma manera, la música también nos sitúa en espacios. Es decir, los ritmos nos llevan a recorridos por lo rural y lo urbano, las canciones nos trasladan a las tabernas en las que los trabajadores de la tierra bogaban cerveza y aguardiente, o nos ubican en el desplazamiento en carro o a pie por la ciudad. Al mismo tiempo, otro tipo de música: la poesía. En el texto aparecen poemas de poetas como Dylan Thomas, Maruja Vieira y Olga (la abuela de Ana María), que terminan por extender la capacidad significativa del texto y nos recuerdan esas tonadas que hacen parte de la biografía íntima de cada personaje y dejan sus ecos en el tiempo.
Pinta tu aldea y pintarás el mundo
En “Donde el eco” dijo, la relación entre literatura y ciudad aparece como una de las claves de lectura. Ana María sabe leer el conjunto de rasgos y modos de comportamiento que dan forma al carácter de una comunidad. Cuenta que hay espacios en los que “se fuman hasta los árboles” y otros que cambian —como el café que se volvió un parqueadero—: “Así es esta ciudad: todo para los carros, nada para el amor”. También hay otros en los que se reúnen al aire libre “políticos, corruptos y vándalos”. Esto nos habla de esas dinámicas que acontecen en nuestras ciudades. Aunque la novela se sitúa en una geografía específica, fenómenos como el consumo de drogas en el espacio público, la expansión del parque automotor en detrimento de los escenarios de socialización y la presencia de personas que deberían pagar condena por sus actos, pero están beneficiadas por un sistema judicial que le ha fallado a la sociedad, son elementos extensivos de la realidad de cualquier otra ciudad colombiana o latinoamericana.
Tomar el riesgo de (des)conocerse
Ana María es un personaje con cierta gracia y una suerte de inteligencia diferente. Esto puede verse en el uso de la ironía para hablar de la ciudad que habita y en la forma en la que intenta resolver la pregunta: ¿qué hacer con los secretos familiares? También en la obstinación por correr el riesgo que siempre entraña (des)conocer. En otras palabras, estamos ante una mujer de esta época que no teme afrontar los costos (las largas horas de investigación, lo que implica plantear una posición crítica que tensione los discursos que nos constituyen, entre otras complejidades) de lanzarse a escribir. Finalmente, el proceso termina en reconocer, como lo hizo su abuela, que “así es esta realidad: somos los ecos de otros ecos que no sabemos a dónde van. De cuando en cuando se vuelven literatura”.
Una novela en busca de lectores
Hace un buen tiempo que no puedo sacar de mi cabeza el comentario realizado por un editor independiente: “La gente siempre busca los mismos libros, las mismas editoriales y autores. Cuando uno les muestra el trabajo local, les cuesta salir de ese chip. Existe una desconfianza sobre lo propio”. Con esa sucesión de frases en mente, cada vez que leo una obra publicada por una editorial independiente, sé que, además de ser una invitación a leer los márgenes, estoy haciendo parte de esa disputa, desequilibrada pero necesaria, que se está dando en el campo de la edición en el país. Este punto es interesante porque “Donde el eco dijo” es, a la par, una reflexión sobre el oficio de la escritura, sobre las dificultades de escribir al margen de los nichos literarios, de escribir desde lo que algunos llaman “la provincia”.