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El dorado resplandor de un verdugo: reseña de “Soy la daga, soy la herida”

Presentamos una reseña de “Soy la daga y soy la herida” de Laura Restrepo. El tono paródico de esta novela señala la brutalidad de los poderes contemporáneos, cuyo núcleo es el genocidio en Gaza.

Belén del Rocío Moreno Cardozo

29 de mayo de 2025 - 07:00 a. m.
Laura Restrepo escribió "Soy la daga, soy la herida", una parodia gráfica que convierte al verdugo en narrador.
Foto: Cortesía de Penguin Random House-Nathaly Hurtado Torres
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“Soy la daga y soy la herida” cuenta la historia de Misericordia Dagger, verdugo del dios Abismo, que empieza a fallar en su tarea de matar. Compartimos esta reseña aborda cómo Laura Restrepo usa la parodia y el lenguaje gráfico para narrar la desobediencia.

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Una trama gráfica

Soy la daga y soy la herida1 es la autobiografía de un verdugo: Misericordia Dagger. Tenemos línea directa con él, nos sopla al oído el caudal vertiginoso de sus pensamientos, nos muestra la vibrante y ágil sucesión de imágenes que le pasan por los ojos, así nos vuelve testigos de las acciones que ejecuta. En efecto, Misericordia es el ejecutor, instrumento certero de las letales órdenes de Abismo, un dios eterno, colérico y goloso, que usa con espectáculo y fanfarria sus artilugios de travestismo y heteronimia, con los propósitos de “deslumbrar, sorprender, aterrar”2. Uno y otro hacen parte del Orden Abisal: en la cereza de la jerarquía se erige Abismo, el Gran Castigador, y en la línea media de mando, el verdugo Misericordia, cuyo nombre designa también el puñal que usaban los caballeros medievales para finiquitar a sus enemigos. Con los papeles claros, este mundo mortal marcha de maravilla: dios manda callar, manda a matar; los verdugos de peso pesado, peso medio y hasta los de peso pluma, las gemas en bruto, los pistolocos de barriada, obedecen. De la relación bien aceitada entre los personajes del ranking abisal, solo queda un reguero de sangre y muertos, cabezas por allí, cuerpos por allá: Apocalipsis now. Las víctimas son llamadas al juicio final por un Ser Supremo en degollina. Sucede, sin embargo, que, a nuestro héroe, siniestro y mohoso de tanta mortecina, en un cruce de caminos, se le cambia el rumbo: ve a Dix, una adolescente, en cuya belleza presiente la tiniebla; entonces, el verdugo no solo queda flechado, sino rajado en dos, pues ocurre que la jovencita es la nieta de su próxima víctima, la condesa Elizabeth Leonilde. En adelante, como un Hamlet atormentado, Misericordia se pregunta si matar o no matar a la vieja. El-mente-en-blanco, el que no tiene pesadillas ni vacila a la hora de asestar el certero hachazo, se ve, para su tormento y nuestra

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risa, realizando las contraórdenes que le emanan de sus adentros recién enternecidos.

Esta trama se despliega, cuadro a cuadro, capítulo tras capítulo, con los recursos vívidos, ágiles y profundos de la novela gráfica. A este verdugo lo leo y lo veo.

Para tiempos de desmesura, una rabiosa parodia

Dado que tenemos el privilegio de estar en la cabeza del mocha-cabezas, sabemos también que su autobiografía está catalogada por él mismo como brutal noir3, nuevo género literario a tono con los tiempos que corren directo al sumidero. Ya dije que Abismo es Todo, multifacético y heteronímico; en su condición suprema, además, es políglota para que su voz inapelable y tronante llegue a todos los rincones de la Tierra y traspase los siglos de los siglos. Gracias a un galimatías pretencioso que Abismo profiere en un trance revelador en que pasa del francés, al arameo, al español, al italiano, al inglés, escuchamos que esta grandísima deidad se delata sola: “l’Etat c’est moi; abbun di bashmayya; cucurrucucú, paloma; veni vidi, vici; limpieza racial y balneario; guerra per gli uomini, pace per gli dei, Make America great again…”4 Por sus voces, lo reconoceréis. Ahí están los rostros de Abismo: el monarca absoluto, el supremo que hace su voluntad, el primer ministro que comete a cielo abierto un genocidio para dar cumplimiento a un proyecto colonizador, ese canalla soberano de la crueldad, el valiente asesino de miles de niños; el posmoderno guasón anaranjado, quien hizo de MAGA el eslogan más taquillero de una campaña electoral, en la historia más reciente, el mismo calculista inmobiliario-balneario de costos y beneficios, enlistado en el patrocinio de este genocidio que no cesa. La admonición suena fuerte y clara, para que quien tenga oídos para oír, que oiga: “El que quiera entender, que entienda, o se atenga a las consecuencias”5. Digamos, al margen, que la paloma que currucutea cuando Abismo habla en lenguas es solo un adorno divino o un divino

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adorno, un guiño espiritual para que la monstruosidad banal y cotidiana resulte más kitsch y clara, tal como aparece en el espejo implacable de nuestra época.

Esa monstruosidad con la que se convive, malvive y muere mal, tiene por nombre Terror. Por ello, en las Fiestas Abisales, el médico Marat tiene su lugar de memoria, con todo y su armatroste para realizar con rapidez, higiene y mucha sangre un degüello revolucionario. Pero, el Terror aquí evocado no es solo el histórico, es el actual. Retorno del Terror: matanza en masa, burocratizada, económicamente rentable y limpia como la nívea conciencia del verdugo. “El Terror. Miedo que cunde como plaga, contagiando y devorando. Desasosiego extremo, desencadenado más allá de lo que la naturaleza humana puede asimilar. Parálisis colectiva de los cuerpos, sudoración de las almas. El Terror no permite refugio; nadie escapa de él. En todo rincón y recinto se cuela su largo brazo. No respeta santuarios. Ni siquiera los templos, los hospitales, las salacunas o las escuelas son resguardo contra el Terror”6. ¿Lo reconoces? ¿Alcanzas a verlo o está muy lejos? Sin embargo, este Terror que retorna no es el mismo, pues, cada vez que se repite, se repite distinto, y también, como lo señalaba el dramaturgo, siempre es posible ir Rumbo a peor…

¿En qué tono responder a la brutalidad siniestra de gobernantes y mandamases que profanan vida y muerte por igual? ¿Qué estilo afilar para plantarse ante la brutalidad obscena y facha de matarifes y payasos? ¿Cuál es la vuelta de tuerca para mostrarlos viringos, tal y como son, en la obscenidad cínica de sus desmanes? A estas preguntas, que tantas veces nos hemos formulado, Laura Restrepo responde con este libro. En la referencia que hace nuestro ilustrado verdugo a la comedia como repetición de la tragedia de la Historia7, tenemos un primer indicio para dar respuesta a estos interrogantes. A la enormidad brutal, sería posible responder con una comedia a la medida de los tiempos del Dies Irae, del Juicio Final, del sanseacabó. Pero sucede que esta comedia resulta más trágica que la misma tragedia. Por ello, es necesario contar con otra indicación que nos ha

sido entregada en la presentación misma del verdugo: “El relato será potencia. Será rabiosa la parodia”8. Esta es pues una parodia que toma la exacta medida de la monstruosidad contemporánea, para revelar con su oscura y jocosa brutalidad la desmesura que habitamos. Me sirvo acá de la distinción hecha por un filósofo italiano entre ficción y parodia: la primera es útil para revelar las variedades de la verdad en su inevitable cojera, mientras que la imitación paródica presenta los excesos de lo real. De modo que solo la parodia está en condiciones para tramitar la enormidad inenarrable de lo real, “pues todo otro intento de evocarlo cae en el mal gusto y en el énfasis”.

Topología del terror

Estas enormidades no son solo las del más allá, ordenadas por un dios andrógino y bailarín, Él y Ella, impartiendo órdenes de matar a su rebaño de pecadores y faltones;también son las de allá, donde el Terror gobernó a punta de guillotina;y además lasde más cerca, las que nos llevan al“fondo oscuro del alma” por un genocidio en curso, del que todos hemos sido testigos; también son las de muy cerquita, las que ocurren con tu más próximo, con tu hermano, tu paisano, tu vecino:el niño sicario, funesto, ensangrentado y sangriento.

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Un niño terrible que se apropia a la mala de cuanto relumbrón se siente desprovisto, que mata sin agüero, que atraca sin melindres y llega con harto billete para su cucha Doloritas, habituada a su atoro de comer callada. Me refiero al Príncipe Sangre, un niño malvado, prospecto arisco y montaraz, espiado por MisericordiaDagger, para evaluar su ingreso al Orden Abisal. La condesa venida a menos, otrora, también había incurrido en las maldades propias de la gente de su clase, “como evacuar a la brava una villa miseria porque invadía sus predios”. De modo que esta ópera primadel brutal noir ocurre aquí, acá,allá,acullá y en el más allá. Sobre el borde apocalíptico de Abismo, una misma cuerda une tiempos y lugares.

La singular topología de esta obra está dotada de agujeros de gusano que permiten transportarse en el tiempo y el espacio deslizándose por una garganta que nos lleva de una barriada áspera de gentedizquebuenaque no dejade matarse,muy cerca de la Escombrera, donde yacen bajo toneladas de basura los restos de cientos de desaparecidos, al lugar de degüello del jugador triunfante en un ritual conuna pelota en llamas y, de allí, a un limpioparqueadero, que no conserva rastro de nada, pues “¡para qué huellas, sino para borrarlas!”, como diría cualquier matón con espíritu de pulcro funcionario.Los agujeros degusano que surcan esta obra han sido abiertos por la Mala Muerte: desapariciones, masacres, genocidios… dado quesiemprehay negocidios y negacionesde por medio.

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Misericordia reintroduce lo que el capitalismo expulsa

Volvamos al acontecimiento que ya había anunciado: a Misericordia Dagger se le tuerce su avieso destino en un cruce de caminos. Se vuelve incapaz de realizar el ideal de indiferencia, ausencia de amor y de compasión, que quizá aprendió en las cartillas del famoso marqués de los tiempos de la revolución, y que nuestra época realiza con suma aplicación. Cuando el torcido se vuelve a torcer queda patidifuso y no sabe para dónde coger: si obedecer o desobedecer a su señoría El Altísimo, el Gran Sociópata Universal. Después de ver a Dix, comienza a vacilar sobre la orden recibida; también cuando llega al Cardo, lugar de iniciación donde se convirtió en verdugo, no experimenta el júbilo primero, y luego, termina vomitando ante tanto Terror convertido en jolgorio multitudinario. El acto radical de desobediencia que realiza Dagger le abre una tronera no solo a la guillotina, nuevo juguete de las Fiestas Abisales, sino al mismísimo bggAbismo, dios implacable de toda la matanza. Al tiempo, el verdugo renegado no vacila en el momento de afirmarse en su acto: “Lo asumí a conciencia, al fin y al cabo, no soy perro de nadie. Soy lobo de mí mismo, y me devoro”. Es por vía del gesto final de Misericordia Dagger, labrado paso a paso en su despeñadero, que esta pieza magnífica de Laura Restrepo reintroduce lo que, según los psicoanalistas, ha sido expulsado por el discurso capitalista: las cosas del amor. Del amor por Dix, saca Misericordia el coraje para zamparle un fierro a la máquina de exterminio masivo de Abismo, al tiempo que el verdoso verdugo sella su destino mortal. Misericordia también ve amor en el gesto de la condesa con su nieta Dix, cuando la jovencita cae en una crisis epiléptica, y la mujer corre a socorrerla, la toma en brazos y le sopla al oído un ensalmo que la rescata del mal que la abate. ¿Ser espectador de ese gesto terminará de zafar al verdugo de su antigua obediencia? ¿Puede el amor, una vez que ha sido echado a la brava por el capitalismo, abrirse camino entre un reguero de muertos?

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Apreciarán ustedes también de qué orden es la dignidad de este amor de Misericordia, que no parece ser mera pasión para quedarse con su dorada Dix y, además, adivinarán la singular disposición libidinal del verdugo. Entre tanto, su Señoría, el Sublime Carnicero, ya no estará seguro de contar con quién supuso su perro eterno.

¿De dónde sacarás la barra, para trabar el molino de machacar carne humana? A veces, los vuelcos se dan en un instante: “puede bastar una palabra, un gesto, un recuerdo… una revelación que nos redime”.

Un símbolo de resistencia

Hay un cuadro que no quisiera dejar por fuera: el dibujo de un Acéfalo que lleva tatuado en la espalda al verdugo: un descabezado que porta una daga en la siniestra, un sagrado corazón –o una granada– en la diestra, una calavera en el sexo y un laberinto en el vientre. Un ser bidimensional, descocado y descorazonado, que se remueve, arde cuando no obtiene lo suyo, bebe Luna en las noches y le habla claro, sin palabras, a su portador.

Es como la marca registrada que designa el ser de Dagger… Este dibujo, hecho de a de veras por André Masson, toma como base al Vitruvio, la imagen de las correctas proporciones del cuerpo humano hecha por Da Vinci. Así que tras la buena forma racionalizada siempre habita el descabezado sin corazón, cuya estampa se ha vuelto omnipresente en tiempo de matones y mercachifles al mando. Las líneas de fuga de este orden de hierro están inventándose aquí y allá. Así como Acéfalo fue la imagen de un llamado a la resistencia en medio de la guerra, así Misericordia Dagger es un llamado afinado y afilado para nuestro tiempo en que el Terror retorna. Como el poeta, Álvaro Mutis, nos sopla al oído esta sencilla invocación: “Escucha Escucha Escucha”.

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Termino con una cita de Tiquun, órgano de difusión del Partido Imaginario, que escucho resonar con el dorado resplandor de Misericordia Dagger:

“Tienen una última oportunidad de no traicionarse, de vivir, finalmente. Es la oportunidad de abandonar el barco. En cierto sentido, es nuestra última oportunidad. Un mundo que se dirige hacia el precipicio quiere asegurarse de no ir solo. Quiere arrastrarnos en su carrera hacia el abismo. Hará cualquier cosa para impedir, para aniquilar, cualquier secesión social. Sin embargo, esta es la única aventura a la altura de la vida que está abierta para nosotros, en este momento”.

Por Belén del Rocío Moreno Cardozo

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