Sobre el amor de abuelos y nietos: reseña del libro “Los abuelos cuentan”

Cada vez que he escuchado la sabida frase de Rainer María Rilke, que dice que “la patria del hombre es la infancia”, sin pretensión a equipararme a su sabiduría, he traducido esa afirmación al caso particular para decir que mi patria son mis abuelos. La mayoría de los recuerdos y de ese paraíso perdido que cada vez queda más atrás tienen como protagonistas, afortunadamente, a mis cuatro abuelos, los dos maternos y los dos paternos.

Leyendo “Los abuelos cuentan” jugué a imaginar qué podrían escribir los míos de nosotros, sus nietos. Pero también pensé en todo lo que podría escribir sobre ellos. Podría decir que cada mediodía sabe a un pequeño sorbo de jugo de granadilla, que las mejores bandas sonoras de la vida podrían venir de un bolero, que no hay gripe que no se cure con un cuarto de aguardiente o que no hay mejor chiste que el que dice que la Luna estaba tan llena que se vomitó. Cada uno de los elementos que acabo de mencionar, tan cotidianos en la infancia, tan simbólicos de mi relación con cada uno de mis abuelos, bien podría convertirse en fantasía. O eso es al menos lo que demuestran los más de 80 cuentos que distintos abuelos les escribieron a sus nietos en el libro en cuestión, que contó con el trabajo de compilación de María Inés Pantoja.

“Una noche después de inventarle un cuento a Benjamín Trujillo, uno de mis nietos, para tratar de hacerlo dormir, me imaginé cuántos abuelos en el mundo estarían a la misma hora en la misma situación mía, no importa si estuvieran en Rusia, en Japón, Argentina, España, Estados Unidos, Costa Rica o Colombia. Finalmente, todos estarían unidos por un sentimiento, quizás el más profundo como es el amor de los abuelos por sus nietos”, dijo Pantoja recordando el origen de la idea que la llevó a recoger las voces de distintas celebridades del país para que contaran su experiencia de ser abuelos mediante cuentos que dedicaron a sus nietos.

“Usted no se alcanza a imaginar lo que fue eso, todos enviaban sus cuentos y de mi chat comenzaron a salir historias y personajes maravillosos como muñecas cibernéticas, pequeños futbolistas, pelotas chismosas, papas conquistadoras, botones reciclados, princesas, en fin, un mundo maravilloso lleno de creatividad y ternura. Me parece que esto fue como una bocanada de aire fresco para muchos de los personajes que aceptaron escribir el cuento”, afirmó la compiladora del libro.

Gloria Luz Gutiérrez, Mary Grueso, María Elvira Samper, Willington Ortiz, Humberto de la Calle, José Luis Díaz-Granados, Ramiro Bejarano, Aura Lucía Mera, Gustavo Castro Caycedo, Jotamario Arbeláez, Julio Sánchez Cristo, María Mercedes Cuéllar, entre otros escritores, políticos, periodistas y demás celebridades tienen un espacio en este libro para hablar de las historias que inventaron para arrullar, divertir, educar o simplemente para compartir con sus nietos.

“Para mí es importante la figura de los abuelos por varias razones: primera, por ese genuino sentimiento que sienten los abuelos por los nietos, que es diferente a todo, genera una conexión distinta, atravesada por sentimientos de amor puro, complicidad, incondicionalidad, paciencia; los abuelos enseñan, los nietos inspiran. Pero más allá de ello, los abuelos de esta nueva generación son bien distintos, trabajan, permanecen activos, se desempeñan en diversas funciones, son personas mayores que forman parte de lo que el médico Diego Bernardini llama ‘la nueva longevidad’”, aseguró Pantoja.

En una entrevista también para este diario hace dos años, Castro Caycedo habló precisamente de su libro “Lo que nunca olvidaremos”, que se lo dedicó a su nieta, y en el que dijo: “El cariño y la enseñanza de los abuelos de uno se reflejan también en lo que le puedo dar a una nieta. Tuve mucha ansiedad de ser abuelo. Era tal el amor de mi abuela Lola, que siempre quise ser como ella. Mi abuela era mi alcahueta. Me consentía mucho. Cuando me iban a castigar no dejaba que me regañaran. El recuerdo que tengo de ella es el de haber sido mi primer gran amor, junto con mi mamá, lógicamente, pero en especial porque fui su nieto preferido; éramos siete. Eso me dio una dimensión muy grande de lo que son los abuelos”.

Al menos en Colombia, además de ese libro de Gustavo Castro Caycedo, es más o menos reciente el que Alfredo Molano Bravo escribió a su nieta, que fue el último que se publicó antes de su muerte, en 2018, y que se llamó “Cartas a Antonia”, en el que el sociólogo y cronista escribió varias reflexiones e historias del país con el amor que precisamente solo un abuelo puede expresar, en este caso por su nieta, pues a pesar de la dureza que hay alrededor de lo que cuenta, de la realidad del país, hay una dulzura y una paciencia sin igual en el relato, fiel reflejo de esa imagen de una persona mayor que se sienta a enseñarle a un pequeño o pequeña cómo contemplar y convivir con el mundo.

Quizá los abuelos ven en esa relación con sus nietos una segunda oportunidad de hacer lo que con los hijos propios no pudieron, o al menos así también lo describió Pantoja, que tiene a Isabella, una nieta de 13 años, y a Benjamín, de cinco. “La experiencia de ser abuela, a pesar de que trabajo y estoy muy activa, me permite hacer lo que no pude hacer con mis hijos, ejercía el periodismo, y usted sabe cómo es de demandante ese oficio, y a veces no tenía todo el tiempo que hubiera querido para estar más cerca de ellos, gracias a sus cuidadoras y niñeras pude sortear la situación, pero no es fácil para las mamás que trabajamos, hoy veo que mis nueras crían a sus hijos a pesar de que trabajan, no sé cómo hacen, pero lo hacen, y eso cambia muchas cosas”.

Acertadas fueron también las palabras de Juan Esteban Constaín en el prólogo de un libro que tiene historias de guayos, dragones, leones, princesas y demás personajes que de la cotidianidad pasaron a ser fantasía. Aunque el amor filial, en especial el de los padres, tiene una conexión a veces inexplicable, el de los abuelos resulta ser quizás uno de los que más reivindica la ternura y la capacidad -en ocasiones extinta- de mirar con compasión. En palabras de Constaín, ese vínculo se describe así: “Se sabe de sobra: de todas las versiones del amor, no hay ninguna más feliz y perdurable que el amor de los abuelos”.

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