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Sobre falacias argumentativas y el discurso de odio de la exreina de Antioquia

Un análisis desde la filosofía sobre el debate que abrieron los videos de Laura Gallego, en los que les preguntó a algunos precandidatos presidenciales si le dispararían al presidente Gustavo Petro o al exalcalde de Medellín, Daniel Quintero.

Santiago Gómez Cubillos

02 de noviembre de 2025 - 10:00 a. m.
El video de la exreina de belleza Laura Gallego con Santiago Botero (izq.) fue publicado el pasado 2 de agosto, mientras que el que hizo con Abelardo de la Espriella salió el 19 de ese mismo mes.
Foto: Instagram
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Laura Gallego fue censurada por ser una mujer que piensa diferente, o al menos así se defendió en su carta de renuncia al Concurso Nacional de Belleza, publicada en sus redes sociales el pasado 28 de octubre. La hasta entonces Señorita Antioquia fue el centro de la conversación de esta semana por un par de videos publicados en agosto de este año junto a Santiago Botero y Abelardo de la Espriella, ambos precandidatos presidenciales para las elecciones de 2026. En ellos, Gallego les hace preguntas rápidas sobre sus posturas políticas y propuestas de campaña, algo que también hizo con otros aspirantes a la Casa de Nariño, como María Fernanda Cabal, Miguel Uribe Londoño y Juan Carlos Pinzón. Pero hubo una pregunta en particular que desató la indignación de sus detractores. Esa pregunta le costó la corona.

“En el desierto, tenés una pistola con una bala. Te sueltan a correr a Petro y a Daniel Quintero. ¿A quién le das la bala?”, le preguntó la exreina a Botero, quien, sin titubear, respondió: “A Daniel Quintero”. Ella se rio y añadió: “Y un cachazo pa’ Petro, pues, al menos”.

La situación fue similar con De la Espriella, aunque con él fue mucho más directa en la pregunta: “¿Bala para Petro o para Daniel Quintero?”. A diferencia de su colega, el abogado no escogió y se limitó a decir: “esos tipos no valen ni una bala”. Tal vez la situación habría quedado allí —volveremos al porqué más adelante— de no ser porque el pasado 23 de octubre se anunció que Gallego sería la candidata del departamento de Antioquia al Concurso Nacional de Belleza.

Volvieron a circular entonces los videos; la cuenta oficial del certamen se pronunció en rechazo de “cualquier pronunciamiento de las participantes en torno a la actividad política” e, incluso, el exalcalde de Medellín, Daniel Quintero, interpuso una denuncia penal ante la Fiscalía contra Gallego por los delitos de hostigamiento, amenazas e instigación a delinquir.

Poco a poco la polémica fue creciendo, los medios empezaron a contactar a la exreina y ella, tras cinco días con la corona, decidió renunciar, diciendo que se negaba “a ser parte de un sistema que exige obediencia en lugar de pensamiento propio”. Trató el hecho como una afrenta contra su libertad de expresión.

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Los límites del discurso

El filósofo austriaco Karl Popper partió del análisis de La República de Platón para formular su teoría. En el octavo capítulo de este libro, Sócrates se envuelve en un diálogo con Glaucón sobre los diferentes sistemas de gobierno con los que se puede regir una ciudad. En su análisis de la democracia, el filósofo llega a la conclusión de que hay una paradoja, un impasse que hace que este sistema, en principio juzgado como el más justo del grupo, no sea realmente el que conduzca a una utopía. El problema que acarrea la democracia es que, en nombre de ella misma, es posible elegir un gobierno tiránico.

De la misma manera, la obra de Platón examina este exceso desde el plano individual. Si existiese una libertad absoluta, en nombre de ella se podría ejercer la esclavitud de otros. Ahora bien, esto no quiere decir que se deba desechar la idea de libertad o de democracia, sino que estas deben estar enmarcadas en unos límites que eviten que se vuelvan contra sí mismas. Desde entonces, en la Antigua Grecia, se planteó la cuestión del balance y el peligro del absoluto.

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Fue sobre esos dos planteamientos que Karl Popper desarrolló lo que popularmente se conoce como su “paradoja de la tolerancia”. Analizando los casos que expone Platón, el filósofo austriaco anotó que existía una tercera paradoja que involucraba un absoluto y tenía que ver con la libertad de expresión. Era la época de la Segunda Guerra Mundial y el nazismo ya había arrasado con Europa, por lo que se preguntó si, en nombre de la tolerancia a la diferencia y de la defensa de la libertad de expresión, se debía aceptar la existencia de posiciones como la del Tercer Reich. Esto bien podía aplicarse también a quienes, sin ser propiamente nazis, defendían posturas racistas, homofóbicas o xenófobas. Su conclusión fue que, tal como Platón había convenido respecto de la libertad individual y la democracia, el discurso también debía tener un límite.

“Una tolerancia ilimitada debe conducir a la desaparición de la tolerancia. Si extendemos ilimitadamente la tolerancia, incluso a aquellos que son intolerantes, si no estamos preparados para defender una sociedad tolerante contra el embate del intolerante, entonces la tolerancia será destruida y, con ella, esta sociedad”, expresó Popper en su libro La sociedad abierta y sus enemigos.

Esta postura ha sido ampliamente utilizada como un referente de aquello que estamos dispuestos, como sociedad, a aceptar dentro del debate democrático y de lo que calificamos como discurso de odio. Bajo esa lógica, la sugerencia de un disparo contra una persona únicamente por sus posturas políticas representa uno de esos puntos en los que la libertad de expresión encuentra un límite.

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Por eso flaquea la defensa de Gallego: no se le está reprochando su oposición al gobierno, sino la sugerencia de que la violencia es una respuesta válida para la resolución del debate político. De hecho, en muchas otras publicaciones en sus redes sociales, la exreina había sido enfática en su postura política, en sus críticas al gobierno de Gustavo Petro y a muchos otros políticos de izquierda. Sin embargo, la polémica se centró en estos videos porque son los que expresan ideas que se salen del espectro del debate político.

Lugares de enunciación

Ahora bien, Gallego no es la única que ha proferido este tipo de afirmaciones en contra de un político. De una u otra orilla se reciben y se envían mensajes amenazantes, e incluso hubo quienes salieron a defender a la exreina diciendo que, en efecto, lo que necesitaba el país era acabar con la vida de estos mandatarios. Sin embargo, hay algo que no se puede pasar por alto: la posición de poder que ostentaba la influenciadora en el momento en que esas declaraciones salieron a la luz.

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La razón por la que no fue en agosto que se tuvo esta conversación —o, al menos, no al nivel que ha tenido este mes— tiene que ver con el hecho de que, en ese entonces, Gallego no estaba actuando en representación de su departamento. Cuando la coronaron como Señorita Antioquia, el peso de su discurso cambió, y esto es algo que, paradójicamente, evidenció una de las personas que salió a defenderla en redes sociales.

En un video publicado el pasado 30 de octubre, la precandidata presidencial Paola Holguín afirmó que Gallego había sido víctima de los “peores ataques” por parte de quienes creían que sus preguntas habían sido violentas, pero que nada decían cuando el presidente tildaba de “esclavistas”, “muñecas de la mafia”, “nazis” y otros términos a sus opositores políticos.

Holguín reconoce en su defensa que no se trata de un acto menor el hecho de que estos términos sean utilizados por un presidente de la República. De hecho, en este diario hicimos un análisis de las implicaciones de que Gustavo Petro utilice términos como “nazi” para referirse a la oposición.

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Lea también: Los peligros de que el presidente Gustavo Petro use la palabra nazi.

De la misma manera, aunque en menor medida, la rendición de cuentas que ahora se le exige a la exreina fue el resultado de un cambio en el estatus de su discurso. No es que antes sus declaraciones no fueran peligrosas, sino que no tenían la capacidad de incidencia que tuvieron cuando fue coronada. En términos utilizados por el sociólogo francés Pierre Bourdieu, el “capital simbólico” de su discurso cambió; es decir, tenía el poder de legitimar un discurso de odio, y eso es lo que tanto se le reprochó a la exreina.

Fue una semana en la que se habló mucho al respecto, pero incluso la propia protagonista de este escándalo afirmó que no iba a hacer más declaraciones. Como suele pasar con este tipo de polémicas, el tiempo las va aplacando y la agenda se ocupa de otros temas. Sin embargo, en el debate público —especialmente en un año en el que fue asesinado un candidato presidencial y ad portas de que comience oficialmente la carrera por la Casa de Nariño— quedó una importante reflexión sobre los límites de la libertad de expresión y la forma en que permitimos que se desarrolle el debate democrático.

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Por Santiago Gómez Cubillos

Periodista apasionado por los libros y la música. En El Magazín Cultural se especializa en el manejo de temas sobre literatura.@SantiagoGomez98sgomez@elespectador.com
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