El diálogo, ya lo sabían los antiguos griegos, es difícil. Presupone que nosotros presupongamos que lo que el otro dice tiene sentido, que lo dice por una razón; presupone la buena voluntad de intentar encontrar un terreno común, o al menos la de no convertir el ejercicio en una tarima de vanidades en la cual todo lo que el otro diga será objetado por mí simplemente porque estoy en su contra. Supone, sobre todo —y es quizá lo más difícil—, el deseo de sentarse y hacer este ejercicio complejo, exasperante a ratos, en el cual tengo que escuchar.
En días recientes, los escritores colombianos Laura Restrepo y Giuseppe Caputo cancelaron su asistencia al Hay Festival Cartagena 2026, alegando que no pueden compartir un escenario con la también invitada María Corina Machado, defensora de Trump y de Israel.
Cuando uno menciona a los antiguos griegos, ya todo parece haberse convertido en una abstracción. Pero lo que dijeron sobre este tipo de dinámicas simplemente tiene plena vigencia. Sabían que no había más alternativa al diálogo que el cuchillo en el cuello; cuando quiero llevar a otro a observar mis puntos de vista o a actuar de determinada manera, o las palabras o las armas. Cualquier actitud distinta al debate será conducente a la violencia, incluso la que en la argumentación se llama la posición del avestruz: el ocultar la cabeza dentro de un agujero cuando percibo el peligro, justo lo que han hecho nuestros escritores, admirablemente valientes, por cierto, al vociferar sus posiciones en otros temas.
Nos hemos aficionado a la cancelación. Nos parece valiente y lúcida; “renunciar es la mejor decisión para parecer más progre, bueno, político, empoderado y comprometido con la literatura y con la política, porque todo es político, hasta un buen polvo”1. Cancelamos al hablante que suponemos dirá cosas que no nos gustan; tirar el micrófono tiene un efecto espectacular. Vivimos en tiempos de adicción a la adrenalina de la indignación.
Pero siempre me he preguntado: si las posiciones que defienden los ofendidos son causas justas, ¿qué temen? Los inquisidores suponían que la voz del hereje era tan peligrosa que había que acallarla con la tortura. Pero del otro lado estaba la palabra de Dios, la cual supuestamente les daba la razón… ¿qué había que temer?
La posición de estos escritores es que no vale la pena hablar con quien ha tomado partido por los genocidas. Suena razonable. Pero la sociedad no procede así ni siquiera en el caso de los genocidas: los hace responder. ¿Por qué no hacemos lo mismo con sus supuestos defensores? No sé si Machado defiende genocidios; ha defendido abiertamente los derechos de la comunidad LGBTIQ+, pronunciándose a favor del matrimonio igualitario. Pero mi punto no se basa aquí en defender las ideas de Machado, sino en defender nuestra posibilidad de controvertirlas.
Claro, hay casos en los que dialogar no servirá para nada. Si a mí alguien intenta matarme, mal haríamos en suponer que el caso se arregla con un diálogo sopesado. Si me dicen: Es que yo amo la muerte, como a menudo lo hizo Osama Bin Laden, no hay idea alguna que intercambiar. Catalina Ruiz-Navarro, sobre el tema dice en El Espectador2: “¿Se puede discutir con la muerte fría?”. Parece evidente que no cuando se formula así. Lo que no sabemos es cómo se las va a arreglar Machado para defender la muerte fría en un escenario abierto como es el Hay. Probablemente no lo haga; otras suposiciones, motivos, saldrán a relucir y son ellos los que tendremos que examinar. Nadie es un villano para sí mismo. Pero llevar una suposición hasta una conclusión extrema y cínica, como es un lugar común de la cultura “wokista”, simplemente no hace bien al diálogo que desesperadamente necesitamos.
¿Es indigna Corina Machado del diálogo? Quizá lo sean Trump y Netanyahu, quienes han ordenado acciones violentas y asesinas. Se dirá que no hay diferencia entre ordenar estos hechos y apoyarlos. Pero escúchense los motivos: si el invitado fuera Volodimir Zelenski, quien ha tenido también que apoyar a Trump, ¿hubieran nuestros indignados arrojado el micrófono? No conozco los motivos de Corina Machado para defender estos lugares; como parece ser el caso, y probablemente nunca los sabré porque nuestros pensadores han renunciado a la labor de enfrentar el diálogo incómodo. Cuando de antemano declaro que un interlocutor no es válido, no hago más que dejar el asunto en manos de la incertidumbre y del odio.
Y claro que estas renuencias a participar han venido con una dosis de la violencia verbal que suele acompañar a la cancelación. De nuevo Ruiz-Navarro: “¿Se pueden discutir el colonialismo (…) desapasionadamente en un panel, y llamarlo ‘diálogo abierto’?“. Si esa era la postura de Machado, me hubiera encantado que Catalina, quien tiene pocos pelos en la lengua, la pusiera de cara a tener que defender estas atrocidades. O Caputo: “... (es) un problema grave el bombo que se le da a una política que está funcionando como legitimadora de una invasión militar, amangualada con genocidas, fascistas y criminales de guerra como Trump y Netanyahu”. Amangualada con genocidas... son palabras fuertes, inhabilitadoras del diálogo. De ser ciertas, ¿no hubiera sido el Hay 2026 una ocasión excepcional para poner a Machado contra las cuerdas? La dignidad de nuestros pensadores parece nutrirse de ese silencio sepulcral del colombiano ofendido que no regresa una llamada.
Nadie habla acá de la pertinencia de las ideas, de la fuerza de los argumentos. Me imagino que soy presa de lo que Ruiz-Navarro llamaba “la idea liberal bajo la cual todas las ideas pueden discutirse civilmente”, lo cual, según ella, “solo funciona desde el privilegio”; “es fácil”, continúa, “guardar la compostura si tu vida y tu bienestar no están en peligro”. Pero que yo sepa ni la vida de Catalina, desde su estudio en México, ni la de Giuseppe, como director de la Maestría en Escritura Creativa del Caro y Cuervo, están asediadas por drones asesinos o por portaaviones. También son vidas de privilegio. Los invito a salir de su zona de confort, y si no es con Corina Machado, háganlo conmigo —quien no ha apoyado a Trump ni a Israel— sobre la importancia de argumentar o cualquier otro tema que quieran. Les prometo un debate respetuoso, estructurado, pero que definitivamente no será fácil.
1 Lamerle la botas a Giuseppe Caputo ¿Por qué y para qué?
2 María Corina Machado en el Hay Festival
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