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Sócrates: entre las ideas y la rebeldía

Es regla general que siempre que se hable de fútbol haya polémica: la más común es esa que se refiere a la enajenación que, según muchos, produce este deporte y el poco utilitarismo que aporta para el constructo de una sociedad.

Víctor Ahumada
27 de junio de 2020 - 01:36 a. m.
Sócrates, junto con otros compañeros, lideró un movimiento político-deportivo denominado Democracia Corinthiana. Desde el fútbol lideró una apuesta política.
Sócrates, junto con otros compañeros, lideró un movimiento político-deportivo denominado Democracia Corinthiana. Desde el fútbol lideró una apuesta política.
Foto: Archivo Particular

Por otra parte, siempre que se habla de fútbol suele repetirse los nombres de los mismos grandes jugadores: Maradona, Cruyff, Messi o Pelé, el más grande de todos según los entendidos. Estos nombres se repiten y se repiten a lo largo de la historia del fútbol. Sin embargo, hay otros jugadores que, además de vivir en la memoria de algunos aficionados, también perviven en la memoria de sus países; no solamente por sus actuaciones dentro del campo, sino fuera de el: Sócrates es un caso.

Todo comenzó en Belém, ciudad capital del estado brasileño de Pará, un 19 de febrero de 1954 y continuaría un 31 de marzo de 1964, en medio del golpe de estado. “¿Por qué los quemas, papá?”, pregunta un niño de diez años que observa, atentamente, la manera en que su padre, un hombre entregado al placer de la lectura, tira sus libros al fuego mientras este los va consumiendo lentamente. Ese niño, que con el tiempo sería querido por todo su legado futbolístico y social, era Sócrates Brasileiro Sampaio de Souza Vieira de Oliveira; o simplemente Sócrates, como sería conocido dentro y fuera de su país.

Diez años habían pasado desde aquella pregunta del niño. Corría el año de 1974 cuando “El Doctor”, como fue apodado debido su profesión, hacía su debut en el Botafogo, club futbolístico tradicional de la ciudad. Para ese momento, Sócrates y su familia, en busca de mejores oportunidades, habían abandonado Belém y establecido residencia en Ribeirão Preto, un municipio al interior de São Paulo. Estando allí, y mientras la dictadura avanzaba entre torturas y desapariciones, Sócrates iba desarrollando su vida entre el campo y la academia: por las mañanas asistía a la universidad y por las tardes a los entrenamientos. En ambos ámbitos destacaba: en el primero, por su simplicidad y su talento para jugar y hacer jugar; y en el segundo, por sus conocimientos y calificaciones.

Luego de cuatro años deleitando con su juego a los hinchas del Botafogo y tras haber finalizado su carrera universitaria un año antes, en 1978 firma por el Corinthians. Sería desde allí, desde el Timão, donde expresaría sus ideas por construir una mejor sociedad para la gente de su país.

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La Democracia Corinthiana

Ya habían transcurrido varios años desde que viera a su padre lanzar sus libros al fuego. Sin embargo, aquella imagen aún ardía en su mente. Fue gracias a esa imagen que Sócrates quiso saber qué decían esos libros y por qué eran quemados. Y así, gracias al fuego, empezó a leer, a descubrir, a pensar.

“Hoy tú eres el que manda/ Hablas y ya está/ No hay discusión, no/ Todo mi pueblo hoy anda/ Susurrando y mirando al suelo…”. Versos como estos, cuestionadores y rebeldes, escritos por Chico Buarque en su canción A pesar de vocé, eran los que sentía y herían a Sócrates al saber que a su pueblo, en el que la alegría y el baile eran un modo de vivir, le habían quitado las palabras y apagado la música.

Sócrates, quien fuera un apasionado por la música, quería devolver esas dos cosas a su gente; por eso, apoyándose en lo que mejor sabía hacer, jugar, entendió que un estadio de fútbol era el escenario perfecto para desarrollar las ideas que tenía: pues no existía mejor megáfono que una hinchada exigiendo democracia desde el campo de juego. Así que fue de ese modo que en 1980 y junto a Adilson Monteiro, un joven sociólogo de ideas revolucionarias metido a entrenador, Casagrande, Wladimir y Zenon lideraría un movimiento político-deportivo denominado Democracia Corinthiana: el cual consistía, básicamente, en darle participación a todos los que estuvieran vinculados al club. A partir del movimiento toda la organización interna del equipo cambió, ante cualquier decisión importante se hacían reuniones y se votaba el tema que los convocaba: la forma en que se hacían las contrataciones, las reglas para las concentraciones, la libertad para expresar opiniones y de paso se discutía de literatura, filosofía, política, etcétera. Nunca en ningún otro club el voto y la opinión de un utilero había tenido tanta importancia como la del presidente.

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Dos años después de comandar aquella revolución deportiva, Sócrates era elegido, otra vez, para comandar a un grupo de jugadores que esta vez no liderarían una revolución, sino una conquista: la Copa Mundial de Fútbol de 1982, cuya sede era España. Aquella selección de Brasil, de la cual él era el capitán, estaba conformada por jugadores como Zico, Falcão, Toninho Cerezo y Júnior. Sin embargo, a pesar de contar con esos jugadores extraordinarios y practicar un juego elegante, vistoso, de conjunto, un jogo bonito que todos recuerdan, terminarían perdiendo ante la férrea y rocosa Italia de Dino Zoff y Paolo Rossi.

La experiencia mundialista para Sócrates fue amarga, pero lo importante no estaba allí; pues antes de partir, esa idea política puesta en práctica por un club de fútbol, y surgida desde las entrañas de un grupo de jugadores, germinó y terminó influyendo en una campaña política denominada Diretas Já, desarrollada entre 1948 y 1985, que buscaba que esa población brasileña que se encontraba silenciada por una bota militar pudiera volver a dirigir el rumbo de su país. Sócrates no había traído la Copa del Mundo, pero poco importaba; su legado no era ese, sino la libertad de un pueblo. Eso valía mil campeonatos del mundo y él lo sabía; ya que en alguna ocasión había dicho: “Muchas veces pienso si podremos algún día dirigir este entusiasmo que gastamos en el fútbol hacia algo positivo para la humanidad, pues a fin de cuentas el fútbol y la tierra tienen algo en común: ambos son una bola. Y atrás de una bola vemos niños y adultos, blancos y negros, altos y bajos, flacos o gordos. Con la misma filosofía, todos a fantasear sobre su propia vida”.

Instalado en la memoria del pueblo brasileño, y con la música y las palabras de vuelta, “El doctor” podía irse en paz. Así lo hizo: un domingo 4 de diciembre de 2011 Sócrates Brasileiro Sampaio de Souza Vieira de Oliveira dejaba este mundo no sin antes, al igual que el poeta peruano César Vallejo, haber profetizado su muerte durante una entrevista que le realizaron en 1983 en donde expresó: “Me gustaría morir un domingo y con el Corinthians campeón”. Así sucedió.

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Por Víctor Ahumada

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