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Llevábamos cuatro años sin encontrar en las novedades un libro de Tomás González. A pesar de que con su obra tendríamos para esperar ese mismo lapso y releerlo, ya hacía falta dejar asombrarnos, para hacerle un guiño a su anterior publicación, con sus historias. Esta vez, y ahora con Alfaguara, el escritor antioqueño regresó a su faceta de cuentista con “Vista del abismo”.
El último libro de cuentos que habíamos tenido de González había sido “La espinosa belleza del mundo” (2019). Con “Vista del abismo”, veremos una serie de relatos atravesados por el humor, por personajes que se enfrentan a sus memorias, sus olvidos, al paso del tiempo y a una vejez que el mismo autor reconoce que está viviendo y de la cual está escribiendo.
Nuevamente vemos su faceta como cuentista. ¿Qué es lo que le gusta o le atrae de este género y qué le permite, si es así, explorar en él que quizá la novela o la poesía no?
Igual que los poemas, los cuentos deben contener en pocas palabras un universo completo. Tienen sus dificultades propias y sus alegrías propias. Yo siempre había pensado que lo más difícil de todo era la poesía, después los cuentos y después las novelas. Pero ahora que lo preguntas y, revisando bien el asunto, mi opinión de hoy es que todos los géneros son iguales de difíciles, es decir muy difíciles, pero cada uno se trabaja de manera diferente. Hay historias que escritas como novelas perderían fuerza y como cuentos tienen todo su poder. Y hay vivencias que sólo con poesía se pueden comunicar.
Uno de los personajes habla de resistir a la llegada de la nostalgia. ¿Qué opina usted de ella? ¿La acepta o reprocha esa relación con el pasado?
Pienso distinto al personaje que mencionas. Creo que es inútil resistir a la nostalgia, que, cuando llega, llega, y tiene su belleza, además, su poesía. La famosa saudade. A diferencia de ese personaje, mis nostalgias no son por el pasado. Le tengo afecto al niño flaco y tímido y deslumbrado que fui, por ejemplo, pero no quisiera regresar a la infancia ni a ninguna otra edad. En cambio esas luces solas que alumbran en las montañas me producen nostalgia. Y el recuerdo del mar. O esas nubes de cocuyos que se veían antes y ya no se ven por culpa de la contaminación. Cosas así.
Varios personajes atraviesan también una relación con la memoria. ¿Por qué es importante este concepto en su narrativa?
Las composiciones literarias son la creación con palabras de universos autónomos que expresan la visión del mundo del escritor. Para formarlos, uno agarra material de todas partes. De lo que ve, de lo que oye, de lo que lee y de lo que recuerda. A veces una noticia periodística sirve de punto de partida para un poema, un cuento o una novela. O es una vivencia de la infancia la que forma el núcleo de la creación. La memoria es esencial, por supuesto, es la fuente más abundante de material, pero no sólo es esencial para escribir, sino para que uno siga siendo uno mismo a través del tiempo.
El libro en general está atravesado también por el sentido del humor, incluso en uno de los cuentos se cuestiona la falta de este en el mundo. ¿Cuál es la importancia que le da usted al humor en la literatura, pero incluso también en la vida?
El humor es un rasgo exclusivo de la especie humana, y tan característico que un ser humano sin humor —no hay muchos así, pero los hay— parecería sufrir de una especie de daltonismo. “La gente sin humor es peligrosa” me dijo una muy amiga, y tiene razón. Uno echa el chiste y la otra persona se enoja porque no logra entenderlo o lo entiende mal y hasta se pone violenta. En fin. En todo caso es una válvula de escape. Con el humor nos desquitamos del dolor y de la muerte, e intuyo que incluso juega un papel importante en la capacidad de supervivencia de la especie.
A la escritura el humor le da variedad y ritmo y, cuando el tema es duro, nos descansa como nos descansa en la vida.
En otro de los cuentos dice: “Todo el mundo les tiene afición a ciertas palabras, por la forma, por el sonido”. ¿Cuáles son en su caso esas palabras?
Todas las que tienen que ver con la luz y con la oscuridad: tinieblas, luciérnaga, claroscuro, tenebrismo, abismo, oscuridad, tinta, centella, rayo, bruma... O con el sonido: retumbar, trueno, tambor, repicar, campana, tintinear, cataclismo, silencio, trino...
Dice en otro de los cuentos: “La negligencia del individuo y la falta de responsabilidad del funcionario eran los peores males entre los muchos que pudrían las raíces de la sociedad”. ¿Qué opina de esta afirmación?
Es lo que dice un personaje. Yo no me hago responsable por lo que dicen mis personajes y a veces no lo entiendo del todo. Este en particular tiene la locuacidad de ciertos abogados y de ciertos políticos que echan a rodar las palabras y las ideas con mucha facilidad y abundancia, pero sin demasiado rigor. Mi personaje pertenece a una familia en la que los demás hermanos, nueve, hombres todos, son ciclistas, dos profesionales y los demás aficionados y con profesiones varias. Sólo él es abogado. Su corbata y su manera de hablar contrastan mucho con el modo de ser de los demás hermanos, especialmente cuando están con los uniformes de ciclismo.
Varios personajes están atravesando su vejez. ¿Qué relación tiene usted con esta etapa de la vida?
Mucha relación en este momento, pues la estoy viviendo y es sobre la cual estoy escribiendo. Además, siempre me ha interesado esa frontera final. Desde hace muchos años, por ejemplo, vengo mirando los autorretratos de Rembrandt anciano, que tienen ese modo poco sentimental de verse y son magistralmente exactos y profundos, y trato de hacer lo mismo, esto es, mirar mi vejez con desapego. Y El planeta del Sr. Sammler, de Saúl Bellow, ha sido una de mis lecturas favoritas.
Quizá Mario, el personaje de uno de sus cuento, tiene algunas similitudes con usted. ¿Este relato podría ser uno de los más autobiográficos de este libro?
Es muy autobiográfico. Vivo, como él, en una finquita al fondo de una de las bahías de la represa de Guatapé-El Peñol y tengo casabote –o tenía, pues la vendí hace poco– y en ella pasaba a veces semanas en el embalse, igual que el señor del cuento. En mi casa uno tiene que hablar bajito, pues por la misma topografía de la bahía, en todas partes se oye mucho lo que la gente habla. Igual que en el cuento. Y la relación del protagonista con la especie humana es parecida a la mía, aunque un poco más extrema.
En ese cuento hay varios temas importantes, uno de ellos tiene que ver con la afirmación de que gran parte de los males de la sociedad, en este caso la violencia, provienen de los poderosos: “La culpa de todo la tienen ustedes los poderosos”. ¿Qué opina de esta afirmación?
Aquí también es un personaje quien habla, o el fantasma de un personaje, más bien. Yo mismo no me arriesgaría con una frase tan rotunda. ¿Qué tal que la culpa de todo la tenga en última instancia el mismo instinto de supervivencia, que se salió de cauce y nos llevó irremediablemente a acumular poder y riquezas y a robar y a matar? Si consideramos que la historia humana es una tragedia, cosa que cada vez se hace más evidente, es muy difícil encontrar un culpable. Una combinación de circunstancias que nadie pudo haber evitado tendría la culpa de todo. Dios tendría la culpa de todo.
“Si dejo que el horror se tome el relato, se me va la luz y se acaba todo”.
Tomás González
También en algunos cuentos se hace referencia al conflicto armado, al paramilitarismo. ¿Por qué? No lo pregunto como si tuviera que ser una obligación, el tema de la guerra y la violencia parecen estar en la atmósfera, pero nunca aparecen de manera explícita.
En algunos de los cuentos sí aparecen el paramilitarismo y el militarismo de manera explícita, pero trato de evitar que se vuelvan el eje o el centro de la narración. Si dejo que el horror se tome el relato, se me va la luz y se acaba todo. Además, en la vida diaria el horror nos llega así. No nos mantenemos sumergidos en él, como pudo ser el caso de los judíos durante el nazismo, sino que aparece de pronto en alguna historia que nos cuenta un vecino, en alguna noticia que nos llega sin buscarla, mirando una portada de revista u oyendo el radio del taxista que nos lleva a la casa con el mercado.
No es menor la importancia del agua, de la naturaleza, algo que siempre ha hecho parte de su narrativa. ¿Por qué tiene esta importancia el agua en este libro, pues incluso desde la portada ya nos sumerge en ella?
Viví diez años en la represa, pescando casi todos los días en mi canoa y pasando varios días de la semana en la casabote anclado cada día en un sitio diferente. Por eso se hizo inevitable que escribiera sobre ella, sobre su gente de ahora y también sobre la que vivió en el pueblo que yace en el fondo, enterrado en el lodo. Pero no solo el viejo Peñol está cubierto de agua. Más del setenta por ciento de la Tierra también lo está y alrededor del sesenta por ciento de nuestro cuerpo es agua.
La muerte está presente, a veces de manera cercana y a veces de forma explícita. ¿Qué relación tiene con ella?
La muerte ha estado presente en mi existencia desde que nací e, igual que el Ángel de la Guarda, nunca me ha abandonado. El Ángel de la Muerte está presente en la cuna del bebé y en la cama del anciano e intermedios. La muerte es la nada y es la que hace posible que aparezcan las formas, la vida. Me asusta, claro, pero así es como es.
