La ratificación de la condena contra Daneidy Barrera Rojas, mejor conocida como “Epa Colombia”, reabrió un viejo debate en torno al rol que cumple la cárcel dentro del sistema penitenciario. Tras la revisión de la sentencia, la Sala de Casación Penal de la Corte Suprema de Justicia puso en firme su condena de cinco años y tres meses de prisión por los delitos de daño en bien ajeno agravado, perturbación en servicio de transporte público e instigación a delinquir con fines terroristas.
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No tardaron en aparecer reacciones de varios sectores que consideraban que la condena era excesiva, como la de la magistrada Miryam Ávila, también parte de la Sala Penal, quien decidió apartarse de la decisión del tribunal por considerarla “antitécnica y desproporcionada”, específicamente por su análisis del delito de terrorismo. Incluso el presidente Gustavo Petro se refirió al caso en el Consejo de Ministros televisado en la noche del martes y le reclamó a la justicia su celeridad en castigar a la influenciadora, mientras otros casos de corrupción siguen impunes.
En ninguna de estas críticas se pone en duda la pena, sino su severidad, que en otras palabras se traduce en preguntarse ¿cuál es el efecto de pasar más o menos tiempo en prisión para una persona como Barrera? Lo que inevitablemente conduce a un debate tan antiguo como la institución misma y sobre el que un reconocido filósofo francés ya había ahondado hace 50 años. Michel Foucault, en su libro Vigilar y castigar, que este 2025 cumple medio siglo de publicación, se planteó la pregunta por la “utilidad” de la prisión dentro de su extenso análisis sobre la evolución del sistema penitenciario y lo que descubrió en ese entonces no es muy diferente a lo que se puede ver en la justicia contemporánea.
En primer lugar, “Foucault señala que las penas y las cárceles pretenden proteger a la sociedad de ideas de lo anormal, de lo que desestabiliza la moral de una sociedad en una época determinada”, según explica Alberto Bejarano, profesor de filosofía y fundador del proyecto Ínsula Literaria. Ese objetivo, antes del siglo XVIII, era alcanzado a través del miedo al castigo, que normalmente se traducía en tortura pública. Sin embargo, la prisión, como la conocemos hoy en día, surgió de un cambio de paradigma en el que el espectáculo del dolor se reemplazó por un sistema de control total sobre los individuos con el fin de poder corregir su comportamiento. Foucault define esto como un movimiento en el objeto del castigo: del cuerpo al alma.
Fue entonces cuando la resocialización se convirtió en un factor clave del desarrollo del proyecto carcelario. En palabras del filósofo, “se pide a la prisión que sea ‘útil’, en el hecho de que la privación de libertad —esa exacción jurídica sobre un bien ideal— ha tenido que ejercer, desde el comienzo, un papel técnico positivo, operar transformaciones en los individuos”. Esto, para Foucault, es el punto que justifica la existencia de la prisión.
Ahora, volviendo al caso de Epa Colombia, uno de los argumentos que se utilizó para criticar la condena fue precisamente la idea de que, si en principio la prisión debía cumplir con una función resocializante, no era necesaria aplicarla a una persona que, para todo efecto práctico, ya estaba resocializada. Es cierto que “el juez de todas maneras está obligado a administrar las penas que están en la ley y los delitos por los que ella se declaró culpable no son excarcelables”, como lo explica Néstor Osuna, exministro de justicia. Sin embargo, la pregunta es válida en el sentido de que ahonda en el fundamento filosófico de lo que significa ser una persona resocializada.
Óscar Saldarriaga, profesor de la facultad de Ciencias sociales de la Pontificia Universidad Javeriana, explica que sería inexacto decir que la influenciadora ya se encontraba en ese estado, pues, en términos foucaultianos, la resocialización solo ocurre después de la cárcel. Sin embargo, el académico también apuntó a que en realidad el centro del análisis de Foucault partía del reconocimiento de la prisión como una institución fallida. “La pregunta que él se hace es ¿por qué una institución que ha sido criticada como ineficiente desde el momento de su creación se ha mantenido hasta hoy?”. Y es ahí donde el debate entra en un espectro más grande, pues la pregunta ya no es sobre la severidad de pena, sino por su forma.
“Se saben todos los inconvenientes de la prisión, y que es peligrosa cuando no es inútil. Y, no obstante, no se “ve” por qué reemplazarla. Es la detestable solución que no se puede evitar”, plantea Foucault en Vigilar y Castigar. Pero, es posible argumentar que sí hay otras formas de impartir justicia y, de hecho, Colombia lo ha intentado al impulsar tribunales como el de la JEP. “Las nuevas tendencias apuntan a que hay muchos ámbitos en los que la privación de libertad se va volviendo inútil. Es decir, para reparar a una víctima de un delito económico, pues hay que devolverle lo que le robaron. Para reparar a un colectivo de un delito ambiental, pues hay que intentar reparar ese ambiente que se deterioró”, explicó el exministro Osuna. Aunque también recalcó que no hay que pensar que este es un sistema perfecto.
A esto se le suma que, para Foucault, la falta de efectividad de la prisión no es solo un problema social, sino también económico, “directamente por el costo intrínseco de su organización e, indirectamente, por el costo de la delincuencia que no reprime”. El filósofo entonces abre la discusión sobre cómo este sistema en el que se han puesto todas las esperanzas de justicia de las sociedades modernas en realidad estaba condenado desde un principio.
“Ahora, es necesario para cualquier análisis actual entender el contexto en el cual Foucault intervino”, afirmó Bejarano. Este libro publicado hace cincuenta años ofrece reflexiones acerca del sistema penal francés que se había gestado desde la Revolución Francesa, pero Saldarriaga incluso se atrevió a defenderlo como “una de las obras influyentes de las ciencias sociales y con un nivel de análisis equivalente al de El Capital de Marx”. Y más que respuestas claras, dejó el camino labrado para que el sistema judicial siga cuestionando sus formas.