Unorthodox: mi verdadera historia (2020) llegará a Colombia y estará disponible en librerías a finales de la semana del 9 de agosto. El libro de memorias, escrito originalmente en inglés y publicado en 2012, narra la historia de Deborah Feldman, una mujer que crece en una comunidad de judíos ultraortodoxos. Se encuentran en Williamsburg (Brooklyn, Nueva York) y viven regidos bajo un estricto código de costumbres que les controla desde la lengua que hablan y las lecturas que hacen hasta las personas con las que pueden tener contacto.
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Los judíos ultraortodoxos se caracterizan por el hecho de que sus prácticas religiosas les exigen un nivel de devoción absoluto y, podría decirse, exagerado. Afirman, al igual que el judaísmo ortodoxo, que la Torá constituye el manual de leyes que rige a los hombres sobre la tierra. Se aferran a ello con fervor y suelen vivir al margen de las sociedades laicas que les rodean, incluyendo las judías, debido a que tienen como propósito poner en práctica los preceptos bíblicos en un ámbito que no les sea hostil. Hoy en día, se concentran especialmente en Israel, pero varias comunidades se han desplazado a distintos países de Europa e, incluso, de América. En algunos de estos sitios cuentan con sus propios barrios, a veces ciudades enteras, y conviven ante sus propios partidos políticos, sistemas de gobierno y educación. Sin embargo, algunas corrientes jasídicas desacreditan el llamado “sionismo”, ideología fundada por Theodor Herzl que proponía una organización estatal para el pueblo judío, calificándolo de herejía. Están dispuestos a enfrentarse con todo aquel que se identifique con él y se niegan a hablar el neohebreo, la variación lingüística del hebreo clásico, usando en su lugar el yidis, lengua que se hizo fuerte en el centro y el este de Europa. Esto se debe a que estas comunidades jasídicas, o al menos algunas de ellas, creen que la existencia del estado israelí, tal y como está concebido, impide la llegada del Mesías.
Si uno ve una pieza como One of Us (2017), documental disponible en Netflix, que se adentra en estas comunidades residentes en Brooklyn, logra apreciar que entre sus doctrinas centrales destaca la importancia de mantenerse apegados a Dios, temerle, temblar ante él. No es necesario, entonces, ser un erudito para estar cerca de Dios, pues este siempre se encuentra presente en el corazón de las personas que obran de manera correcta y cumplen sus preceptos. El centro de la comunidad es, en este sentido, un líder espiritual, un Rebbe o rabino, que demuestra ser un hombre justo, sabio y virtuoso, cuyo ejemplo de vida constituye un modelo a seguir, un reflejo del paso de Dios en la tierra. Por lo general, un rabino suele vestirse de negro y lleva puesto un sombrero plano por arriba y forrado de terciopelo llamado biber hit. Sin embargo, es común ver algunas variaciones de este sombrero, como el spodnik o el kipá, que termina siendo el más común usado por los hombres. Durante los encuentros de carácter netamente religioso, suelen portar una cinta negra de seda llamada gartel. En Shabat usan trajes negros llamados bekishes, aunque hay quienes los usan de diferentes colores o con rayas distintivas. Nunca se rasuran la barba y se dejan crecer mechones largos de cabello a los lados de la cabeza, delante de las orejas. El resto del cabello se lleva corto. Las mujeres, por su parte, nunca muestran su cabello en público. Lo ocultan con turbantes o pañoletas y solo lo muestran ante sus maridos en la intimidad. Su vestimenta es muy modesta y en comunidades como la del grupo Satmar es más que estricta. No pueden mostrar ni un centímetro de piel y por lo general usan faldas largas y camisones.
Pues bien, justamente este tipo de vestimenta es la que uno podría encontrar fácilmente en algunas calles de Nueva York, por ejemplo, en donde quien se haya internado en la ciudad podrá descifrar rápidamente la gran cantidad de judíos que caminan por ahí. Los más notorios son los que habitan en la ya mencionada comunidad Satmar, y es precisamente esta comunidad la que protagoniza las páginas del libro en cuestión.
Siendo una joven, Feldman intuye que puede existir una vida por fuera de su comunidad. En su mente se debate constantemente entre la responsabilidad que siente con ser una buena judía jasídica y sus anhelos de independencia. Ella siente que puede ser como las protagonistas de las novelas que lee con tanto entusiasmo, a escondidas. Vive encerrada en un matrimonio concertado que le resulta muy frustrante y la limita tanto sexual como emocionalmente. A los diecinueve años da a luz a su hijo y es a partir de ese momento cuando comprende que, más allá de los obstáculos, necesita encontrar un camino distinto para ambos: el de la libertad.
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“En la víspera de mi vigésimo cuarto cumpleaños entrevisté a mi madre. Quedamos en un restaurante vegetariano de Manhattan, uno que se anuncia como ecológico y de proximidad; a pesar de mi reciente afición por el cerdo y el marisco, me decanto por la sencillez que ofrecen esos platos. Con sus grandes ojos azules y el cabello rubio y desaliñado, el camarero que nos sirve tiene un notorio aspecto gentil. Nos trata como si perteneciéramos a la realeza, porque nos encontramos en el Upper East Side y estamos dispuestas a aflojar US$100 por una comida que consistirá básicamente en verduras. Me resulta irónico que no sepa que ambas somos intrusas, que crea adivinar al instante la vida que llevamos. Jamás imaginé que algo así llegaría a ocurrir (…) Hoy hace justo un año que abandoné la comunidad jasídica para siempre. Tengo veinticuatro, aún me queda toda la vida por delante, y ante mi hijo se abre un futuro lleno de posibilidades. Tengo la sensación de haber llegado a la línea de salida de una carrera justo a tiempo de oír el pistoletazo que dará inicio a la competición”.
Al leer estas memorias que, en mi opinión, son más una confrontación que otra cosa, puede uno notar la dureza a la que se exponen los miembros de esta comunidad, especialmente las mujeres. Tanto en la miniserie como en el libro, los personajes son descritos como muy rígidos. Mientras los hombres rezan, las mujeres trabajan y mantienen la casa. Son ellas el pilar de estos hogares, a decir verdad, pues sobre sus hombros recae la tremenda responsabilidad de concebir a los hijos, que habrán de renovar la sangre de aquellos judíos que fueron exterminados durante la Segunda Guerra Mundial. El índice de natalidad por familia, vale la pena decirlo, es de ocho. Maniatadas, las mujeres deben verse reducidas a estas doctrinas y renunciar a toda posibilidad real de vivir su feminidad. A temprana edad deben raparse el cabello y cubrirse con una peluca durante el resto de la vida. Pero ¿por qué solo ellas han de padecer los sacrificios? ¿Es la Torá excesivamente dura con las mujeres y condescendiente con los hombres?
En una rueda de prensa ofrecida por la editorial Lumen para España y Latinoamérica, con motivo de la presentación del libro, la autora manifestaba que en el momento en que comprendió la rudeza de estas prácticas y el mundo que le esperaba a su hijo en la comunidad, no dudó un instante en tomar la decisión de abandonarlo todo para comenzar de nuevo. Le pregunté sobre lo más difícil de haber tomado esta decisión y tener que verse enfrentada a un mundo totalmente distinto. Feldman, que disfruta del interés que la gente ha mostrado hacia su historia, me contó que tuvo que crear nuevas relaciones con el mundo, encontrar un trabajo, aprender a comunicarse y, por supuesto, a sobrevivir. “Se entra a formar parte de un mundo completamente desconocido para el que uno nunca ha estado preparado”. Y ante mi pregunta sobre lo que significa ser mujer en un credo tan estricto como este, un poco pensativa, señaló: “A veces, se puede llegar a la idea de que la muerte es la única salida de todo esto”.
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Hoy, Deborah Feldman vive en Berlín junto a su hijo. Está trabajando en la escritura de un par de novelas y disfruta, según dice, de la libertad de poder ser quien es realmente, quien siempre ha sido. A raíz del éxito que ha tenido la miniserie, el interés por la traducción de su libro a varias lenguas se ha desbordado y su cercanía con la comunidad se ha renovado. Tanto las directoras de la producción como ella reciben a diario miles de mensajes de personas que quieren abandonar comunidades ultraortodoxas o cambiarlas desde adentro. “Llevamos a la superficie algo que siempre estuvo ahí y la gente se está sintiendo acompañada”. Una búsqueda incesante de una voz que se sintió silenciada desde el primer momento, un grito que interpela, sacude y revela, eso es lo que ha logrado esta mujer con sus palabras al reconstruir su testimonio. De eso se trata Unorthodox: mi verdadera historia.