“La Ciencia Ficción es la mitología del mundo moderno -o una de sus mitologías-,
sin embargo también es una forma de arte de gran complejidad intelectual,
y la mitología es un modo no intelectual de aprehensión”.
Hermann Hesse refería que sus lecturas favoritas e inagotables provenían del I Ching y del Tao Te Ching de Lao Tse. Recuerda, además, que este sabio oriental fue caracterizado en una ocasión así: “¿No es acaso aquel que sabe que algo no es posible y sin embargo lo hace?”. Pues bien, Ursula K. Le Guin (Berkeley, 1929-2018) es digna discípula del enigmático bibliotecario del milenario reino del Norte, en la China del siglo VI Aec, ya que ha sido capaz de escribir una obra extensa y abrumadora, conservando una calidad narrativa de inmenso valor estético.
¿Cómo es posible que alguien escriba tanto y tan bien? Quizá la respuesta, en apariencia paradójica, tiene que ver con el silencio de Lao Tse. Se dice que él solo escribió, de mala gana, su breve e inmortal tratado del vacío y la plenitud y luego atravesó la frontera del país en un burro viejo y se perdió para siempre en el camino que conducía a las montañas nevadas del Himalaya. Le Guin, como un extraño juego de las simetrías, ha escrito las palabras que Lao Tse no pronunció. Los infinitos silencios del sabio que “nació viejo” han sido la matriz fértil de donde han surgido los universos narrativos de la poeta de la literatura fantástica y de Ciencia Ficción.
De hecho, me atrevo a postular que en todas las sagas y obras individuales de UKLG está la presencia de algún fragmento del Tao Te Ching, como si fuesen las semillas creativas y simbólicas de donde crecen esos personajes y mundos extraños que ella ha producido, de manera persistente, desde el año de 1962. No en vano ha sido una lectora continua del libro y durante cuarenta años se dedicó a traducirlo al inglés.
La obra de Ursula abarca más de veinticinco novelas, alrededor de cien relatos agrupados en diez libros de cuentos, seis poemarios, cinco obras de ensayo y crítica, unas quince nouvelles infantiles y las traducciones al inglés de Lao Tse y de dos autoras latinoamericanas: Una antología poética de Gabriela Mistral y Kalpa Imperial de Angélica Gorodischer. Sus sagas fantásticas son: Terramar (Un mago de Terramar (1968), Las tumbas de Atúan (1971), La costa más lejana (1973), Tehanu (1990), Cuentos de Terramar (2001) y En el otro viento (2001)) y Anales de la costa occidental (Los dones (2004), Voces (2006), Poderes (2007)).
Terramar es un mundo fantástico dominado por la magia y habitado por dragones, espectros, talismanes, hechiceros, guerreros y su protagonista central es Ged, el archimago de Roken, que conocemos desde su iniciación infantil hasta la sabiduría de su vejez, alcanzada a través del dolor físico y psíquico (el combate con su propia sombra) y las pruebas arquetipicas del héroe cuya fuerza interior restablece el equilibro (entre vida y muerte, dragones y humanos, bien y mal) en las islas y los pueblos del Archipielago. Además están el principe Arren, las sacerdotisas Arhua y Tenar y la misteriosa niña Theru, que en la última novela de la saga será clave, al lado de Irian, Tenar, el mago Aliso y una princesa Karga, para vencer a un poderoso enemigo. Lo femenino demuestra ser la fuerza escondida y enigmática que derrota a los males de la posesión, la envidia, la destructividad, que casi siempre encarnan en las formas masculinas. Ged entrega su poder a las sacerdotisas, porque los hombres ganan las guerras, pero nunca logran la paz. Esta última condición solo se obtiene del espíritu de lo femenino.
Pero la magia de Terramar la posee aquel que conoce “el verdadero nombre” de las cosas y de los seres. De allí la revelación de una tierra imaginaria de ecos místicos taoístas que se rige por el mito de “la creación de Ea”: “Sólo en el silencio la palabra/ sólo en la oscuridad la luz/sólo en la muerte la vida;/ el vuelo del halcón/ brilla en el cielo vacío”. En Terramar los flujos taoístas de los polos opuestos se funden en el vientre vacío de la vasija amasada con el barro eterno de la magia naturalista y prehumana.
Para Le Guin la literatura fantástica tiene el poder de evocar arquetipos, pero no de inventarlos. Anales de la costa occidental es la historia de un mundo donde sus gentes poseen distintas capacidades psíquicas que pueden usar, de manera consciente y benéfica para todos, o ser dominados por aquello que no comprenden y generar destrucción y dolor. En Los dones conocemos a los jóvenes Orrec (hijo del brantor de Caspromant) y Gry (hija de los brantors de Barre y de Rodd) que aprenden a descubrir y controlar su herencia: el don de “deshacer” cosas y seres con el pensamiento del primero y la capacidad de “llamar” a los animales salvajes de la segunda.
En Voces aparece la adolescente Memer y cuenta la apasionante historia de su ciudad Ansul, repleta de bibliotecas, conquistada por los Alds, un pueblo de analfabetas que creen que las palabras escritas en los libros poseen demonios que acabarán con el mundo. Entonces queman todas las bibliotecas y sólo unos pocos como Memer logran esconder algunos ejemplares. La alegoría de Le Guin es poderosa y cautivante, aunque también hace recordar al Italo Calvino de Las Ciudades invisibles y al Ray Bradbury de Fahrenheit 451. En Poderes se cuenta la vida de Gavir que posee la capacidad de “recordar” el futuro, aunque al principio es incapaz de controlarlo. El don de la profecía se encuentra también en varios personajes de sus sus novelas de CF, pero aquí la visualización del mañana está inmerso en las leyes de la magia natural.
La otra vertiente de la narrativa de Le Guin es la Ciencia Ficción, la cual se puede clasificar como “blanda” en su gran mayoría, que comparte una escritura de estirpe poética con la ficción fantástica, pero que se diferencia de manera clara e, incluso, tajante en las estructuras y límites de sus mundos imaginados. Mientras las cosmovisiones de sus sagas fantásticas evocan, en su aire de familia, a La Tierra Media de la obra de Tolkien, sus mundos de Ciencia Ficción pertenecen a los límites cognoscitivos de las ciencias humanas existentes o de tecnociencias inexistentes pero posibles en futuros remotos de civilizaciones racionales.
La Ciencia Ficción de Le Guin es antropología y etnología de la imaginación al servicio de la “otredad”: otras culturas humanoides, otros géneros, otras sexualidades, otros leyes científicas, otras geografías, otros lenguajes, otros misticismos, otros adelantos tecnológicos. Pero también esa “otredad” que revela su obra es nuestro propio mundo negado y excluido en sus potencialidades. Dicho en el contexto taoísta: los universos de Ciencia Ficción de Le Guin son las visiones “Yin” que han sido aplastadas y olvidadas en el Occidente “Yang” de este planeta.
Su gran saga cósmica de Ciencia Ficción se ha denominado el ciclo de los Hainish. Esta incluye siete novelas, un libro de relatos encadenados (fix-up) y quince cuentos. El tiempo cronológico de la escritura va desde el año de 1963 hasta el año 2002, pero el tiempo-espacio de la ficción (el cronotopo de Bajtin) abarca alrededor de dos mil quinientos años: desde el año 2300 hasta el año 4670 en el calendario gregoriano de nuestro planeta. El espacio incluye los mundos habitados de una galaxia que se originó en el planeta Hain.
Las novelas del ciclo son las siguientes (la primera fecha es la cronotópica y la segunda el año de publicación): Los desposeídos (2300, 1974), El nombre del mundo es bosque (2368, 1972), El mundo de Rocannon (2684, 1966), Planeta de exilio (3755, 1966), Ciudad de ilusiones (4370, 1967), La mano izquierda de la oscuridad (4670, 1969) y El relato (2000 y no tiene una ubicación cronotópica exacta). La mano izquierda de la oscuridad es su obra maestra. Ubicada en el remoto futuro cuenta la historia de un enviado Hainish, Genry Ai, al planeta de Gueden (Invierno), constituido por la monarquía de Karhide y la burocracia de Orgoreyn. Esta civilización vive en un mundo donde el frío es permanente y extremo y sus habitantes han aprendido a existir en un “único año” que se repite de forma permanente, pues no creen en la noción del “progreso” y su tecnología posee las comunicaciones básicas (radio, televisión) y el transporte terrestre (camiones que no pasan de 50 Km) y barcas lentas, pues para ellos no tiene sentido “la velocidad” ni “la comodidad”.
Genry refiere que los guedanos no se dividen en hombres y mujeres. Durante 22 días del mes su fisiología los hace andróginos, sin ningún órgano sexual visible, y en los últimos 5 a 6 días entran en la fase de Kémmer, donde sus hormonas los convierte, de manera transitoria, en seres masculinos o femeninos y se juntan por parejas para tener dos o tres días intensos de actos sexuales. Luego vuelven al Sómmer, la fase de androginia y latencia erótica. Ahora bien, nadie sabe si en el próximo Kémmer tendrá una disposición de macho o de hembra. Por ello, no hay roles masculinos ni femeninos, ni relaciones de poder basadas en el género. Cuando un guediano es embarazado, conserva su forma femenina durante los nueve meses de gestación, pero luego vuelve a ser el mismo andrógino con potencialidad masculina o femenina. De hecho el rey Argaven de Karhide queda embarazado, pero su “hijo de la carne” muere al nacer.
Esta característica biológica, que tal vez fue una manipulación genética hecha miles de años atrás por los Hainish, ha producido una civilización donde no existe la guerra, ni las violaciones, ni los dualismos de “fuerte-débil, protector-protegido, dominante- sumiso, sujeto de propiedad-objeto de propiedad, activo-pasivo”. La imposibilidad de pensar al “otro” como algo diferente al “sí mismo” preserva a esta cultura del asesinato masivo y de la crueldad extrema. Sin embargo, la envidia y los homicidios individuales, por celos o rivalidad política, existen pero son escasos.
La mano izquierda de la oscuridad es una novela precursora en la temática de “género” no solo en la literatura de Ciencia-ficción, sino de la narrativa general de Occidente. Le Guin logró mostrar con su obra que cualquier narrativa “masculina” o “femenina” explícita está incompleta. Que la auténtica literatura sólo surgirá de una conciencia andrógina, que ha superado los dualismos y se ha liberado del “otro” entendido como “enemigo” o “inferior”. Aun hoy, cerca de los cincuenta años de su publicación, la novela estremece y tiene la signatura de lo que todavía no ha sido pensado con profundidad por la sociedad y está libre de la maraña de los prejuicios culturales heredados.
Leer esta obra es como penetrar en las aguas mitológicas de una fuente que nos cura de las heridas de los miedos arquetípicos y nos hace comprender la invocación Handdarata de Estraven, a punto de morir de frío y de hambre en una noche de hielo a una temperatura de 50 grados bajo cero, cuando murmuró con agradecimiento: “Alabadas sean la oscuridad y la creación inconclusa”.
Refiere Darko Suvin que Le Guin "no es solamente, sin lugar a dudas, el más importante escritor de CF del mundo, sino que sus parábolas desde La mano izquierda de la oscuridad hasta La nueva Atlántida son para mi las más penetrantes y entretenidas exploraciones en los valores profundos de las transformaciones en nuestra época”. Comparto este juicio del más agudo crítico de Ciencia Ficción que existe y por ello pienso que la obra de Le Guin merece, incluso, llegar al reconocimiento del Nobel de literatura que tuvo una Doris Lessing o un José Saramago, que son como ella, auténticos creadores de perturbadoras parábolas contemporáneas.
De hecho, para mí, el núcleo parabólico de toda su utopía narrativa y su ética literaria se encuentra en su relato Los que se van de Omelas (1975). Allí nos muestra a la bella y apacible ciudad de Omelas, que ha logrado una sociedad donde no hay espadas, ni esclavos, ni hambre, ni sacerdotes, ni objetos superfluos, ni soldados, ni criminales, ni odios. Sus ciudadanos han obtenido la felicidad material, mental y espiritual.
Sin embargo, para que este “paraíso terrenal” siga existiendo debe haber una sola persona que sufra y sea rechazada por todos. La “víctima” expiatoria es un niño con retardo mental, que está encerrado en un sótano donde nunca llega el sol, y sobrevive encadenado, llorando, sucio, sin que nadie se le acerque y le regale aunque sea una caricia, o una mirada de solidaridad.
Los ciudadanos saben que la desgracia del inocente es necesaria y está justificada para garantizar la felicidad de la mayoría. Sin embargo, en ocasiones, algunos adolescentes o adultos permanecen taciturnos, silenciosos y sin decir nada “abandonan Omelas, se sumergen en la obscuridad, y no vuelven nunca”. El gran poder intelectual, imaginativo y utópico de la obra de Ursula K Le Guin radica en lo que genera en su lectores. Después de leerla todos decidimos “abandonar Omelas” e ir al incierto encuentro con nosotros mismos. Le Guin ha muerto y quizá estará viajando hacia sus mundos de la imaginación.
* Escritor. Profesor titular de la Universidad de Caldas. Versión de ensayo publicado en su libro “Cronistas del future. Ensayos sobre escritores de Ciencia Ficción”. Medellín, Universidad de Antioquia, 2012).