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R. H. Moreno-Durán: crítico implacable

Hace veinte años murió R. H. Moreno-Durán (Tunja, 1946-Bogotá, 2005), y aún se siente su vacío en nuestro mundo intelectual. De conversación erudita salpimentada de risa e ironía, escritura conversacional con juegos de palabras en sus cuentos y novelas, y agudeza para cuestionar literatura, historia, cultura, política y sociedad, se recuerda su fluidez verbal al relacionarse con escritores de distintas latitudes. 

Luz Mary Giraldo

17 de diciembre de 2025 - 04:58 p. m.
R.H. Moreno Durán escribó más de 20 libros en sus 70 años de vida.
Foto: rhdigital.uniandes.edu.co
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Supe de él a comienzos de la década de los ochenta, cuando empecé a enfocarme en los narradores que se deslindaban del boom latinoamericano con temáticas y estructuras que le daban nuevo aire a la ficción. Aparecían las primeras obras de Óscar Collazos, Luis Fayad, Darío Ruiz Gómez, Nicolás Suescún, Germán Espinosa, Fanny Buitrago, Helena Araújo, Marvel Moreno, Roberto Burgos Cantor, Rodrigo Parra Sandoval, Fernando Cruz Kronfly, Arturo Alape, Jorge Eliécer y Carlos Orlando Pardo, y otros.

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R. H. vivía en Barcelona y sus libros no circulaban en Colombia. Leí en fotocopia Juego de Damas, su primera novela de la trilogía Fémina Suite, publicada en España por Seix Barral en junio de 1977, fecha que como él recordaba, coincidía con la celebración de las primeras elecciones democráticas, después de la larga dictadura de Franco. Me llamó la atención la ambigüedad del título: ¿juego de mesa? ¿juego de mujeres? ¿con mujeres? Atrajeron los epígrafes y el comienzo en tres columnas paralelas que convergían en la vertiginosidad de voces narrativas que, como un hervidero de conversaciones en una noche de fiesta, iban y venían por la historia: la muerte de Gaitán, el Frente Nacional, los movimientos estudiantiles, la revolución cubana, las calles de Bogotá, mayo del 68 en París, la Guerra de Vietnam, los Beats, y mucho más. Desde ese momento acepté el reto de leerlo junto a los escritores de su generación.

Lo conocí personalmente en 1985 en la Universidad Javeriana, cuando vino a Colombia invitado por el Banco de la República a un encuentro de escritores al que también asistieron Roberto Juarroz y Manuel Mejía Vallejo, y en el que una de las mesas se centraba en su obra. Quienes habíamos leído la primera edición de su libro de ensayos sobre literatura latinoamericana De la barbarie a la imaginación (1972) y su trilogía, sabíamos de esa prosa envolvente y renovadora, juguetona y crítica que sostuvo hasta el final.

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Paulatinamente entendimos lo que llamara “experiencia leída”, subtítulo de sus ensayos posteriores: Taberna in fábula, El festín de los conjurados, Denominación de origen y Fausto. Un pacto demoníaco con la literatura.

Hablo del escritor que lee y conjuga como escrutinio de la memoria a los autores leídos, conocidos y escuchados, según afirmó en alguna parte, cuando relacionó biblioteca y autor en “un parentesco de linaje y oficio”, en un “archivo de la memoria”. Lector que escribe, digo, y pienso en el compromiso del intelectual estado de alerta y sin guardar silencio, como su generación.

Al regresar definitivamente al país, sus ficciones fueron publicándose para disfrute del humor inteligente y de la reflexión sobre las “profecías del pasado”, como parte de la función de la literatura que recupera lo olvidado y proyeccta el futuro. Ahí está el protagonismo de la mujer en ese triple proceso de las Meninas, Mandarinas y Matriarcas, definido en los aprendizajes universitarios de los sesenta y en los desarrollos en diferentes formas de cumplir funciones culturales en la sociedad, en orden a edad, formación, desempeño profesional y sexual. Si las Meninas se preparan para el futuro, las Mandarinas ejercen el poder, y las Matriarcas, en “uso de buen retiro”, dan testimonio del proceso. Lo llamó “Manual de la mujer pública”.

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Le interesaba la confluencia cultural y social de los dos sexos, la “mayor injerencia de lo femenino en el ámbito arbitrariamente cerrado y excluyente del hombre”, y lo mostró en sus protagonistas exaltadas y rebajadas con ironía y burla, como los hombres, que mostró frágiles y sumisos. Una de sus últimas obras es un juego de ensayo y ficción con personajes literarios femeninos del siglo XX que llamó Pandora (2000), donde señaló que todas las mujeres son una voz plural que registra el paso del siglo, y que el signo femenino “es la bisagra de los momentos claves del tiempo presente”. Esto mismo explica la lectura en clave femenina de Colombia como cuerpo cultural.

Hubo quienes lo tildaron de misógino, sin aceptar que enaltecía a la mujer al darle valor a sus excentricidades y conquistas en el siglo XX y augurar su hegemonía en el XXI. No se equivocó. Su literatura es una saga sobre y desde la mujer que saca del estereotipo de la figura divinizada o satanizada y la sitúa como protagonista de su tiempo.

Vio excelentes materiales que aún no habían sido explorados en la narrativa colombiana, utilizando todo lo que pudiera convertir en ser de lenguaje y ente de ficción, tanto en lo más nimio como en los autores del boom latinoamericano y en clásicos como Don Quijote, Fausto, Joyce, Musil, Mann, Camus, Canetti, que consideró Letras capitales junto a los que destacó en su programa de Televisión Palabra Mayor y en su libro Como el halcón peregrino. Reconoció su formación literaria e intelectual en la Universidad Nacional de Colombia, su Alma Mater, donde estudió Derecho cuando se daba el movimiento estudiantil de los sesenta, se percibía el reflejo de los fracasos y las crisis en la clase media de todas partes, y la mujer se prepara para asumir autonomía en la sociedad.

Hace falta el escritor que pensó la literatura como espacio transgresor y dio valor al estilo personal y al dominio de la gramática. El autor que obtuvo premios nacionales y al final de su vida el Premio Internacional Kutxa por Cuestión de hábitos (2004), ficción teatral sobre Sor Juana Inés de la Cruz. El crítico implacable que caricaturizaba políticos, presidentes, diplomáticos, académicos, la patria y las farsas de la sociedad letrada. El R. H. que en ocasiones repetía “la nostalgia no es lo que era”, hace falta en la escena intelectual del país.

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Hay quienes afirman que la ausencia de algunos autores se percibe en la falta de reflexiones de fondo, en la escasa confrontación de ideas, en la proliferación de obras y autores que en su gran mayoría llegan al olvido, cuando apegados a la inmediatez, los medios dejan de tenerlos en cuenta. Veinte años después de la muerte de R.H. Moreno-Durán, hago un reclamo a la desmemoria.

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Por Luz Mary Giraldo

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