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Adicta a las bibliotecas

En los ochenta descubrió la historia de Rodrigo, un joven paisa con tendencia suicida que terminó siendo uno de los personajes íconos de la cinematografía colombiana.

Juan David Montoya Alzat
15 de noviembre de 2007 - 08:01 p. m.

La relación entre Ángela María Pérez y los proyectos culturales del Banco de la República ha sido una correspondencia de toda la vida que se acaba de sellar en el mes de septiembre, cuando esta manizalita asumió la subgerencia cultural del Emisor.

A los 22 años, recién egresada como Comunicadora Social de la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín, esta mujer de ojos verdes, piel blanca y cabello ensortijado empezó a escribir el boletín informativo de la Luis Ángel Arango (BLAA), biblioteca del Banco de la República.

Después de algún tiempo en las correrías del periodismo, Ángela Pérez viajó a estudiar a Estados Unidos, pero los posgrados y una maestría en literatura no la alejaron de la biblioteca. Su interés por la literatura de viajes, de la que escribió su tesis de maestría, la volvió a relacionar con la Luis Ángel Arango. A su disposición estaban las bibliotecas de Boston, entre ellas la de Harvard, y la gigantesca Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos. Sin embargo, Pérez gastaba sus años sabáticos escudriñando personajes de ficción que habitaran en la BLAA y cuya vida estuviera en movimiento.

De Manizales, de Boston, de Bogotá, de Medellín. Como los personajes que estudia, Ángela Pérez viene de todas partes. Era cuestión de tiempo para que biblioteca y mujer se volvieran a encontrar. Durante un año y siete meses -hasta el pasado mes de septiembre-, Pérez se encargó con un carácter fuerte -según se escucha por los pasillos de la Luis Ángel- de ser la cabeza de la biblioteca más importante del país y una de las más visitadas del mundo.

"Sí" futuro

También, desde siempre, Pérez ha estado buscando aquellas historias de la cotidianidad que nos narren, que ayudan a crear una identidad. "Ante tanta carencia, en Colombia hay mucho asombro, mucho interés, que hace muy gratificante el trabajo cultural", considera Pérez.

En el momento de recibir la propuesta de dirigir la BLAA, ella se encontraba fuera del país. Por razones como la anterior volvió, como muchos de los personajes de esa literatura peregrina que disfruta. Según dice, en las historias de viajes hay una pretensión de objetividad que combina dos de sus pasiones: el periodismo y la literatura.

Como reportera, Pérez estuvo buscando a inicios de los años 80 una historia para "Siempre en Domingo", una página de crónicas urbanas del periódico El Mundo de Medellín. Indagando, encontró la historia de un joven que amenazaba con lanzarse de la ventana de un piso elevado de un edificio y en una de las esquinas más transitadas de la ciudad. Algunos de los que miraban hacia arriba desde la calle, cuenta Pérez, le gritaban "Tirate, tirate, tirate pues".

No fue así como se conoció la historia después, pero esa mañana una mujer entrada en años perdió el susto por el cuchillo que cargaba el joven y le preguntó por qué quería acabar con su vida. Rodrigo, que así se llamaba, le contó que su madre había muerto hacia poco, que no tenía trabajo y, quizás, tampoco un futuro. La charla con aquella mujer que bien podría haber sido su madre le dio tiempo a la policía para detenerlo.

"¿Pero qué les pasa a estos muchachos?", preguntaba la señora. La respuesta, recuerda ahora Pérez, vino para la época en que fue asesinado el ministro Rodrigo Lara Bonilla por un muchacho de Medellín que apenas tenía 16 años. Fue también la época en que Ángela Pérez conoció a Víctor Gaviria y construyeron la historia de Rodrigo D, un presagio de toda la violencia sicarial que vendría después para la ciudad paisa.

Cuando la periodista pudo contactar a Rodrigo Arango -el real-, le dijo que quería contar su historia. Rodrigo aceptó entrevistarse con ella y la citó en la misma esquina donde su cuerpo estaba destinado a ser cubierto por una sábana blanca manchada de sangre.

Pérez esperó en la hora y el lugar que le indicó Rodrigo, pero nadie con el perfil de suicida apareció. Allí había estado también Rodrigo, pero él tampoco vio en aquella niña de 19 años, los mismos que él tenía, a una periodista.

Días después lograron verse y ninguno de los dos podía con el asombro. "¿Usted es periodista?", preguntó Rodrigo. "¿Usted se iba suicidar?", respondió Ángela Pérez. "Él era un pelado normal", recuerda ahora. Según se enteró años después, Rodrigo se volvió electricista. "Me imagino que sí tuvo futuro", dice. Y tuvo futuro, quizás, a causa de personas como la señora que le habló, casi al borde de caer; o como Ángela Pérez, una mujer que representaba a la sociedad que no quería ver a Rodrigo en el vacío.

Por Juan David Montoya Alzat

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