Los mundos sonoros de Rodolfo Acosta

Reseña sobre la presentación "La música de Rodolfo Acosta" realizada en la Sala de Conciertos de la Biblioteca Luis Ángel Arango como parte de la Temporada Nacional de Conciertos del Banco de la República 2019.

Luis Fernando Valencia*
27 de noviembre de 2019 - 11:18 a. m.
Rodolfo Acosta es una figura ya icónica de la composición académica contemporánea colombiana y latinoamericana.  / Gabriel Rojas © Banco de la República
Rodolfo Acosta es una figura ya icónica de la composición académica contemporánea colombiana y latinoamericana. / Gabriel Rojas © Banco de la República

La musica è lo specchio fedele della personalità. Esta frase sugiere que la expresión musical refleja fielmente la personalidad del que la crea, supone uno. Aparece incluida dentro del libreto de la hermosa y enigmática pieza loas, Luciano Berio in memoriam del compositor colombiano Rodolfo Acosta, obra compuesta como homenaje póstumo al venerado compositor italiano, sin duda uno de los más grandes exponentes de la composición académica del último medio siglo. No conocí a Berio, pero a juzgar por la frase de marras, debió haber sido una persona fantástica. Porque así lo es su música, una que trasciende, en mi opinión, aquel fantasma de frialdad que pareciera permear todo imaginario sobre lo que ha sido la música académica contemporánea del último siglo. (Lea también: Valses y contradanzas que acompañaron a Simón Bolívar)

En realidad, es sorprendente cuando, sin el prejuicio del gusto adquirido y con aventurero abandono estético, se deja uno sumergir en la maravillosa paleta de sonidos que han ideado múltiples compositores que, como Berio, se han aventurado a explorar los sutiles matices que el mundo sonoro de la materia tiene para ofrecer a nuestra a menudo ‘neurotizada’ sensibilidad. Este es el caso precisamente de Rodolfo Acosta, figura ya icónica de la composición académica contemporánea colombiana y latinoamericana, quien con militancia apasionada ha logrado no solo producir un prolífico y variado portafolio de creaciones musicales, sino ampliar el estrecho espacio que en Colombia existe para las músicas experimentales y de vanguardia, inspirando de paso a compositores, ejecutantes, y público a crear una pequeña pero efervescente comunidad musical. (También: Il Gardellino: cantatas y conciertos)

Parte representativa de dicha comunidad tuvo la oportunidad de reunirse el pasado miércoles 13 de noviembre en la Sala de Conciertos de la Biblioteca Luis Ángel Arango para escuchar un compacto concierto dedicado a la música del compositor colombiano, concierto que sirvió como lanzamiento de un proyecto discográfico que reúne obras producidas a lo largo de su carrera artística, y también como punta de lanza de par semanas de actividades dedicadas a las músicas contemporáneas de vanguardia colombianas con las que se cierra la Temporada Nacional de Conciertos del Banco de la República del presente año.  (Lea también: Cuarteto Prism: "La Gran América")

El sintético programa de aquella velada nos presentó cuatro obras, curiosamente no incluidas en el disco compilatorio, cada una de las cuales ofreció un mundo sonoro y conceptual de particular idiosincrasia. Si, como reza la frase al inicio citada, la música es fiel reflejo de la personalidad, a juzgar por la pequeña pero panóptica muestra musical de la obra de Acosta de aquel miércoles tenderíamos a pensarlo como de personalidad variopinta, claramente imaginativa y cambiante, quizás algo esquizofrénica, o llanamente múltiple. Algo de fragmentario y caleidoscópico tenemos todos, dirán algunos. Signos de una estética y producción típicamente posmodernas, dirán otros. Probablemente. Lo cierto es que, como se pudo evidenciar en el concierto, Acosta ofrece en su música, como pocos, una paleta sonora y estética ampliamente variada.

Una a una, las piezas del concierto de aquella noche me fueron suscitando un universo de palabras que, como constelaciones semánticas, trataban infructuosamente de recoger aquella aura inefable de la música escuchada. Servían, sin embargo, para buscar caracterizar aquellos variopintos mundos musicales que juntos construían el caleidoscópico concierto, sin pretender con ello abarcar los innumerables rizos que la música nos deja a su paso en la conciencia.

Wind, para quinteto de vientos, inspiraba en su calculada narrativa palabras como modernismo, meticulosidad, mensuración, control, academicismo, seriedad, frialdad. Volamos luego hacia otro espacio, otra constelación. Con la oda a Berio aparecieron palabras como magia, cine, sensualidad, éxtasis, trascendencia, dulzura, lirismo, hermosura, sensibilidad. Si, como nos tienta a pensar Acosta, se entiende loas como teatro musical o música de concierto fue irrelevante. La conmovedora interpretación de Beatriz Elena Martínez en la voz y Juan Camilo Vásquez en la electrónica ofrecieron un momento verdaderamente mágico, que trascendió cualquier categoría.

Aparecieron después del intermedio dos piezas con claros trasfondos políticos. Territorios desolados, aún aludiendo claramente en su título a dramas lamentablemente muy reales, inspiró en su fantástica exploración sonora para cuarteto de guitarras sentimientos de fascinación. Llegaron ideas de comedia, ironía, sensualidad sonora, sadomasoquismo, placer, ciberespacio, animalidad, solle. Finalmente, ein world pour todos, para ensamble acústico mixto, arribó con ideas de potencia, magnificencia, texturas, cálculo, intelectualidad, erudición, y explosión.

No sé si la música sea en efecto reflejo de la personalidad. La serie retratos de un compositor que sirvió de marco para la muestra musical de Acosta algo así parece sugerir. En cualquier caso, gracias a Rodolfo Acosta y su aventurera creatividad pudimos navegar aquella noche un caleidoscopio de elusivos y alusivos mundos sonoros. Que su psicosis creativa, nutrida por su marcada militancia por la experimentación sonora, siga conmoviendo nuestra sensibilidad.

* PhD en Musicología, Profesor Pontificia Universidad Javeriana.

Por Luis Fernando Valencia*

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