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La historia del reinado trans que desafió a la guerrilla y hoy es reconocido por el Estado

Mientras en el sur del Tolima el conflicto armado se hacía cada vez más fuerte, un reinado creado por mujeres trans intentaba desafiar públicamente el orden heterosexual y cisgénero en medio de la guerra. Varios años después, fueron reconocidas como el primer Sujeto de Reparación Colectiva Trans del país, por las violencias que experimentaron durante esa época.

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Luisa Lara
03 de diciembre de 2025 - 12:00 a. m.
La Fundación Mujeres Trans del Río Tuluní fue reconocida como primer Sujeto de Reparación Colectiva Trans en el país.
La Fundación Mujeres Trans del Río Tuluní fue reconocida como primer Sujeto de Reparación Colectiva Trans en el país.
Foto: Fundación Mujeres Trans del Río Tuluní
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Hay un municipio en el sur del Tolima donde cada 6 de enero se celebran dos fechas importantes: el cumpleaños de Chaparral y el reinado de mujeres trans a orillas del río Tuluní. La primera surgió a modo de celebración de la existencia de este territorio, conocido por sus características plantas de chaparro y por ser cuna de tres presidentes de Colombia. La segunda nació como un acto de resistencia frente a la falta de reconocimiento que el municipio mostraba por su población trans.

Esa misma tierra, que suele exaltar a las figuras políticas que le dio al país, fue también la primera en recibir, a través de un colectivo, el reconocimiento de Sujeto de Reparación Colectiva Trans. Se trata de un título que otorga la Unidad para las Víctimas a comunidades que han sufrido vulneraciones graves a sus derechos humanos en el contexto del conflicto armado. En este caso, personas trans víctimas de violencias motivadas por su identidad de género serán reparadas, indemnizadas y recibirán justicia de manera colectiva por lo que sufrieron durante la guerra.

No es la primera vez que grupos LGBTIQ+ son reconocidos como Sujetos de Reparación Colectiva. Por ejemplo, organizaciones Crisálidas en Antioquia, la Mesa Diversa del Carmen de Bolívar, Chaparral Diverso o Casa Diversa en Medellín, han recibido medidas de reparación por las afectaciones sufridas como poblaciones con orientaciones sexuales e identidades de género diversas. Pero lo que distingue a la Fundación Mujeres Trans del Río Tuluní es que se trata de la primera organización en recibir este reconocimiento por su trabajo y por las vulneraciones específicas dirigidas a personas trans.

Un hecho realmente histórico, pues este reconocimiento se une a varias exigencias que han llegado recientemente al país para las personas con identidades de género diversas. Como la Ley Integral Trans, que está por entrar a segundo debate en la Cámara de Representantes y busca garantizar los derechos fundamentales, como el acceso a la salud, la educación, el trabajo, la justicia, la identidad y una vida libre de violencias para personas trans y no binarias.

Para resumir la historia del colectivo, el 6 de enero de 1999 se realizó por primera vez, a orillas del río Tuluní, un reinado de belleza de “cuerpos sexualizados, no hegemónicos y no binarios”, comenta la representante legal de la organización en entrevista con El Espectador, quien prefiere no dar su nombre por temas de seguridad. Aunque el evento estuvo mediado por la exotización de sus cuerpos, las mujeres trans empezaron a recibir una forma limitada de aceptación, algo que nunca antes habían tenido.

Y, con el tiempo, se convirtió en una plataforma para visibilizar su existencia en el territorio y en el único lugar desde el cual podían ejercer una “resistencia y exigencia de respeto por el derecho a la vida”, dice la persona que lidera la fundación. Un espacio que, 25 años después, sigue siendo refugio para la población trans tolimense.

Sin embargo, poco a poco, el reinado también fue golpeado por el conflicto armado, dejando marcas profundas en los cuerpos y en la memoria de las mujeres trans. Vale mencionar que el sur del Tolima ha sido una de las regiones más afectadas por la guerra en Colombia. Allí nacieron y se expandieron varios grupos al margen de la ley, en especial las FARC, que consolidaron núcleos de presencia armada en la zona. Fue también en este territorio, en Marquetalia, municipio de Planadas, donde surgió la antigua guerrilla, una zona que se volvió referente de las llamadas “repúblicas independientes”.

Tanto así que, para 2024, el departamento del Tolima registraba más de 220.000 personas reconocidas como víctimas del conflicto armado, de acuerdo con la Unidad para las Víctimas. Y solo en el sur del Tolima, según cifras de Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), el escenario solo empeoraba. Se estima que 54.000 personas fueron desplazadas forzadamente. A esto se suman 50.100 víctimas de uso de medios y métodos ilícitos de guerra.

En medio de esos panoramas, las violencias contra las personas trans suelen adquirir formas particulares. Todos los actores armados suelen imponer “castigos morales”: actos de control basados en el estigma, con los que intentan forzar una supuesta “corrección” de las identidades de género y orientaciones sexuales diversas.

De hecho, el Registro Único de Víctimas (RUV) reporta que, de los 9.165.126 registros de víctimas del conflicto armado en Colombia, 4.190 corresponden a personas LGBTIQ+. Y, de los 11.608.952 hechos victimizantes registrados a nivel nacional, 7.955 fueron cometidos contra esta población. Fue justamente el peso de esas cifras lo que cambió el rumbo del reinado de las mujeres trans a orillas del río Tuluní.

La historia del reinado trans del río Tuluní: cuando el goce también fue resistencia

Quien haya crecido en una ciudad pequeña o en un municipio sabe que, durante el 1 de enero o en las fiestas locales, el verdadero encuentro ocurre en el paseo de olla al lado del río principal. Allí, las familias se reúnen para celebrar compartiendo, como es costumbre, un buen sancocho.

Así nació el reinado trans del río Tuluní: como un paseo de olla en 1999, sin ninguna pretensión política, durante el cumpleaños de Chaparral. Era un espacio de encuentro entre amistades, para pasarla bien a orillas del río, hablar, jugar y comer.

Allí, entre risas y chanzas, las personas trans comenzaron a improvisar pequeños desfiles. Se elegía un jurado entre quienes estaban en el río; algunas personas modelaban y, de manera espontánea, surgió el evento. Con el tiempo, el reinado empezó a hacerse cada vez más conocido entre los chaparralunos, que sabían que cada 6 de enero podían acercarse a ver un certamen de belleza protagonizado por mujeres trans. Su popularidad creció tanto que el cierre del evento se hacía con una caravana que transportaba a la reina elegida por todo el pueblo para que la comunidad pudiera saludarla.

Pero, a medida que crecía el paseo al río, también crecían las resistencias. Primero fue la Iglesia del municipio; luego, surgieron rumores y críticas dentro de la misma comunidad, y finalmente llegó la oposición de los grupos armados al margen de la ley.

Cuando aparecieron estas resistencias, ya se habían celebrado al menos tres ediciones. Y en ese momento, quienes lo organizaban y participaban del reinado ya habían adquirido una conciencia política del espacio que construían. Porque ese evento era el único en todo el municipio donde ellas eran las protagonistas y donde podían hablarle a toda Chaparral, para exigir respeto y reconocimiento hacia las identidades de género diversas.

La incomodidad que generaban les permitió entender que el evento sí estaba teniendo impacto: el municipio tenía los ojos puestos en ellas. Por eso, aun en medio de las amenazas, decidieron continuar. Así lo recuerda la fuente consultada: “Hubo momentos donde llegamos a ser amadas y odiadas”, relata.

Por su parte, la lideresa también le contó a este diario que el mensaje que dejaba realizar este encuentro en el río Tuluní era algo simbólico. Durante el conflicto armado, era un espacio ampliamente controlado por los grupos al margen de la ley, donde ocurrieron hechos violentos que marcaron al río con sangre, muerte, cuerpos y rastros de violencia. Al volver al río ellas trazaron nuevas marcas: las del gozo, los cuerpos liberados y un carnaval que celebraba los géneros que no eran socialmente aceptados.

No obstante, la violencia las golpeó más fuerte de lo que podían resistir. Durante las primeras décadas del 2000 aumentó la persecución contra las personas trans, y también sobre quienes las rodeaban. Se acumularon tantas violencias que empezó a verse a las mujeres trans como personas peligrosas, de quien era mejor alejarse. Ideas solo basadas en el estigma, pues como lo explica la lideresa de la fundación “realmente nosotras no somos peligrosas y estamos en peligro”.

De hecho, el Centro Nacional de Memoria Histórica identificó distintos tipos de violencia dirigidos a ellas. Como el desplazamiento forzado a través de amenazas, muchas veces impulsadas desde la misma comunidad para imponer miedo y forzarlas a abandonar el pueblo. También se documentó el uso de técnicas de terror por parte de grupos armados, entre ellas el transfeminicidio y la llamada “limpieza social”. Por último, se registraron casos de extorsión y violencia sexual como mecanismos de castigo hacia sus cuerpos.

La fuente consultada por este diario relata que “el colectivo fue perdiendo fuerza y las personas cogiendo más estigmatización y prejuicios contra la población trans”. La violencia fue tal que el reinado se detuvo durante algunos años. Fue entonces, en reuniones realizadas en el patio de su casa, donde se rescató la idea. Esta vez, a través de espacios políticos, artísticos, culturales, de folklore y con la memoria del conflicto, desde los cuales comenzaron a exigir garantías de derechos humanos.

Durante esos encuentros, empezaron a juntar sus experiencias y a construir los argumentos con los que buscarían demostrarle al gobierno nacional que habían sido víctimas de violencias diferenciadas por ser mujeres trans. Y que, desde un reinado, estaban sosteniendo un proceso de resistencia para exigir algo tan fundamental como el derecho a la vida. “En el reinado de resistencia que nosotras tenemos, cada año celebramos la vida. O sea, nosotras aquí celebramos la vida en el marco del conflicto armado”, comenta la lideresa.

Además, señala que “debido a las violencias desproporcionadas que sufrimos en nuestros cuerpos por ser personas trans”, fue la razón por la cual el colectivo empezó a recorrer un camino institucional para exigir justicia. En primer lugar llegaron hasta Ibagué, la ciudad capital del departamento del Tolima, donde la Defensoría del Pueblo recogió sus declaraciones sobre los hechos victimizantes sufridos.

El proceso continuó hasta que, en 2025, tras una articulación con el Ministerio de Igualdad, el Ministerio del Interior y la Unidad para las Víctimas, se llegó al acuerdo de que las violencias sufridas por esta población fueron específicas y desproporcionadas. “La resolución 1070 de la Unidad para las Víctimas me reconoce a mí y a mis compañeras con nuestras identidades trans, y con las cuales hemos hecho resistencia con nuestros cuerpos acá, en el sur del departamento del Tolima”. Este camino condujo al primer reconocimiento del Sujeto de Reparación Colectiva Trans otorgado en el país.

Según la líder de la fundación, desde el inicio, sabían que no solo enfrentaban a los grupos armados, sino también la indiferencia de las instituciones locales. Como lo menciona Pérez: “A las instituciones municipales no les interesaba el tema de las personas trans”. Por ello, tras la violencia que les arrebató su espacio de encuentro, regresaron al río. Pero esta vez con la certeza de estar blindadas por la memoria a nivel país de haber resistido a estas formas de violencia.

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Luisa Lara

Por Luisa Lara

Comunicadora social con énfasis en periodismo. Tiene estudios de género y diversidad en el Knight Center for Journalism. Interesada en contar historias con una perspectiva interseccional y feminista.
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