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Tradicionalmente, se ha definido la familia como un núcleo basado en el parentesco, la convivencia o el matrimonio. Pero ¿qué ocurre cuando una persona no cumple con ninguna de estas condiciones? Durante años, esta visión única y rígida de la familia empujó a muchas personas LGBTIQ+ a una soledad marcada por la discriminación. En contextos en los que ser homosexual o trans estaba penalizado o socialmente perseguido, tener descendencia no era una opción y los vínculos amorosos tampoco eran reconocidos. Frente a ese escenario, surgió una reapropiación del término para nombrar otras formas de familias: las que se eligen.
Es así como tomó forma el término “familias elegidas”, que surgió en las décadas de 1980 y 1990 de manera orgánica en comunidades queer, afrodescendientes e inmigrantes, para describir vínculos construidos entre personas sin parentesco, que se convirtieron en un apoyo central cuando la familia biológica no era una opción segura o posible.
Para cuando el mundo académico estudió y formalizó el término, como lo hizo la antropóloga estadounidense Kath Weston al documentar cómo las personas LGBTIQ+ construían redes de apoyo, las comunidades que ya vivían a partir de estos vínculos habían atravesado múltiples experiencias colectivas. Ocurrió, por ejemplo, durante la crisis del VIH/SIDA en los años ochenta, cuando muchas redes de cuidado estuvieron sostenidas por mujeres lesbianas que acompañaron a hombres gays.
Otro caso es el de la cultura Ballroom en Estados Unidos, donde prácticas artísticas como el drag y el vogue convivieron con una organización social basada en casas, en las que muchas personas vivían juntas. En América Latina, estas dinámicas se reflejaron en los hogares liderados por las “madres” y “padres trans”, que ofrecían espacios seguros cuando ser trans era considerado un delito.
Con el tiempo, muchos de esos espacios se han mantenido y, en algunos casos, se han transformado en nuevas formas de conformar familia. Hoy, la idea de ese núcleo es amplia y no responde a un único modelo. Puede estar conformada por personas que viven juntas o no, amistades, vecinas y vecinos, exparejas, personas con vínculos afectivos no románticos o grupos que se organizan para el cuidado mutuo. Son familias que se acompañan en momentos cotidianos y también en fechas significativas, como la Navidad o Año Nuevo.
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Las fiestas decembrinas y las familias elegidas: cuidados y salud mental
Estas fiestas decembrinas no son necesariamente un espacio cómodo para todas las personas LGBTIQ+. Algunas pasarán estas fechas con sus familias biológicas y enfrentarán situaciones de discriminación, ya sea de forma directa o a través de comentarios supuestamente “pasivos” que ponen en duda su orientación sexual o su identidad de género. Otras personas dudarán si asistir a estos encuentros, aun cuando enfrenten presiones familiares para hacerlo. También están quienes fueron excluidas de sus hogares..
Aunque no todos los casos son iguales, para quienes atraviesan estas experiencias, las familias elegidas suelen convertirse en una alternativa para compartir entornos que responden a sus propios criterios de cuidado, respeto y aceptación.
En entrevista con El Espectador, Cris Guerrero Olaya, quien encabeza el programa de talento trans en la Fundación GAAT, magíster en psicoterapia y especialista en sexualidad, explica que, en las celebraciones decembrinas, estos espacios son importantes, porque “permiten nutrir ese cuidado y disminuir la presión social y la carga psicológica que puede atravesar una persona en un momento difícil. Esto, en últimas, permite reinterpretar y resignificar los rituales y esos momentos desde una noción de empatía y transformación, más cercana a la vida actual y no a creencias y prácticas culturales que muchas veces se imponen en la época decembrina”.
Estos espacios también pueden traer distintos beneficios, como la posibilidad de celebrar bajo criterios propios, sin imposiciones, y de resignificar las fechas navideñas según las formas de relacionarse de cada grupo. Para Guerrero, lo más importante de las familias elegidas tiene que ver con el cuidado de la salud mental. Explica que contar con una red de afecto y apoyo marca una diferencia, sobre todo cuando se trata de vínculos que no solo brindan cariño, sino también respaldo y reconocimiento a la identidad de cada persona. Añade que sentirse acompañado y aceptado genera una sensación de pertenencia que influye directamente en el bienestar y en la manera en que las personas se relacionan con otras.
Priorizar la salud mental frente a la presión familiar decembrina
Para Guerrero, también resulta importante dejar de idealizar los modelos de familia tradicionales y preguntarse si realmente son los únicos que vale la pena sostener. Desde esta mirada, el llamado es a priorizar la calma durante las fechas decembrinas y a replantear las expectativas que suelen recaer sobre estas celebraciones. En lugar de concentrar toda la carga emocional en los encuentros familiares, propone distribuir esa atención hacia otros aspectos, como el tiempo personal para descansar, compartir con amistades, retomar hobbies, jugar videojuegos, realizar actividades físicas o cualquier otro tipo de gusto.
“Recordar también que este es un momento en la vida. Esto no es una definición ni una sentencia de que todos los momentos van a ser para siempre así, que siempre podemos ubicar las cosas que nos ocurren en el ahora. Como: ‘ahora estoy viviendo un momento difícil’, puede aliviar esa carga cognitiva que implica pensar que esto es un momento y no algo que puede ser muchísimo más extenso e incontrolable”, agrega.
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Las familias elegidas también son redes de apoyo frente a la violencia intrafamiliar
Las familias elegidas resultan especialmente importantes en contextos donde la violencia intrafamiliar y la violencia motivada por prejuicios se vuelven insostenibles para las personas LGBTIQ+. En muchos casos, se trata de entornos familiares que rechazan expresiones de género diversas, como cuando una persona que se reconoce como mujer decida verse más masculina, o que no aceptan la orientación sexual o identidad de género.
Esta realidad ha sido documentada por la Secretaría Distrital de Planeación de Bogotá en el estudio “Efectos de las violencias y abandono familiar en personas de los sectores LGBTI en Bogotá”, el cual señala que apróximadamente tres de cada diez personas LGBTIQ+ han vivido situaciones de violencia intrafamiliar asociadas a su orientación sexual o a su identidad de género.
De acuerdo con la misma entidad, en 2021 el Subsistema de Vigilancia de Violencia Intrafamiliar, Maltrato Infantil y Violencia Sexual (SIVIM) recibió alrededor de 310 reportes de violencia intrafamiliar contra personas de este sector. Del total de casos, el 57 % de las víctimas fueron mujeres lesbianas, bisexuales y trans, mientras que el 43 % correspondió a hombres gays, bisexuales y trans. Este tipo de violencia afectó principalmente a personas trans jóvenes, con edades entre los 15 y los 24 años.
La información también muestra que estas violencias provienen, en su mayoría, del círculo más cercano. Cerca del 45 % de los casos fue ejercido por padres, madres o cuidadores. Además, solo en 2025, 70 personas LGBTIQ+ han acudido a comisarías de familia para denunciar violencias de este tipo.
Para Guerrero, muchas de estas violencias surgen de intentos por “corregir”, disciplinar o guiar a las personas, sin considerar el impacto que esto tiene en la posibilidad de construir vínculos basados en la confianza y el cuidado. Por eso, envía un mensaje a las y los cuidadores: “de nada sirve tener a alguien que te haga caso si al final te tiene miedo por dentro. Si lo que hay es rechazo y no una conexión genuina, sino la idea de ‘yo debo comportarme de esta manera porque, si no, voy a tener una consecuencia negativa sobre mi cuerpo, sobre mi mente o sobre mis emociones’”.
A estos casos de violencia intrafamiliar se suma una reciente sentencia de la Corte Constitucional, emitida en noviembre de 2025, en la que se establece que ninguna persona trans puede ser excluida del núcleo familiar por ejercer su derecho a la identidad de género, ni ser objeto de actos de discriminación por este motivo. En su decisión, la Corte recordó que la familia debe ser el primer espacio de acogida, inclusión y protección, y señaló que este entrono debe permitir que cada integrante pueda ser y pertenecer.
Este precedente se originó a partir del caso de Fabiola, una mujer trans que presentó una acción de tutela luego de que una comisaría de familia no aplicara el enfoque de género en los procesos de violencia intrafamiliar que adelantaba. La mujer había denunciado que su madre y sus hermanos ejercían violencia en su contra. El caso llegó hasta la Corte Constitucional, que concluyó que en este tipo de situaciones deben garantizarse derechos como la dignidad humana, la igualdad, el libre desarrollo de la personalidad, el debido proceso y el derecho a la vivienda de las personas trans que enfrentan violencia intrafamiliar.
Por eso, Guerrero concluye que abordar la violencia intrafamiliar dirigida hacia personas LGBTIQ+ implica reconocer que no se trata de un problema individual. Desde su mirada, la transformación de estas violencias requiere el compromiso no solo de las familias, sino también de organizaciones, amistades, vecindades y otros círculos cercanos, así como procesos de acompañamiento desde disciplinas como la psicología, el trabajo social y la psiquiatría, para que las familias atraviesen procesos sanos junto a las personas sexodiversas. Estos apoyos, señala, pueden abrir la posibilidad de transformar las relaciones dentro del hogar, incluso cuando se trata de procesos largos y complejos.
“Esto también es un llamado a entender que las personas LGBTI no tenemos nada que curar. Muchas veces estos procesos son difíciles y toman tiempo, pero son posibles, y permiten transformar esas ideas sobre quiénes somos, en lugar de quiénes se supone que deberíamos ser”, dice Guerrero.
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