Para entender el origen criminal del atentado del jueves contra la Escuela de Cadetes de Policía General Santander, en el sur de Bogotá, hay que volver sobre los expedientes del narcoterrorismo en Colombia, específicamente a los del cartel de Medellín y el llamado grupo de los Extraditables, antes de revisar los del Ejército de Liberación Nacional. (Las víctimas del ataque).
Esto porque, una vez el narcotraficante Pablo Escobar fue abatido el 2 de diciembre de 1993, el exmilitante del grupo terrorista vasco Euskadi Ta Askatasuna (Eta) José Ignacio Zabala, conocido como alias Cuco y quien fue traído al país para montar una escuela de explosivistas en la hacienda Nápoles, destinada a armar carros bombas, decidió tomar contacto con comandos guerrilleros del Eln en las comunas de Medellín y optó por formar extremistas urbanos. (Editorial de El Espectador: Contra el terror, seguir adelante).
Su conexión con Eta está en los documentos de detención en Bogotá, en 1993, del militante español Antonio Manuel Pinilla Pérez. El perfil de Zabala, complementado por la Policía, Interpol y el DAS, habla de un precoz ingeniero electrónico que vivía en el sector de Lobaina en Medellín. A él hacen referencia testimonios de lugartenientes de Pablo Escobar, como John Jairo Velásquez Vásquez, alias Popeye; Carlos Mario Alzate Urquijo, Arete, y los alias de la Kika, Ñangas y Memo Bolis, sus alumnos terroristas que asolaron a Colombia a finales de los 80 y comienzos de los 90.
En un tono que raya en el cinismo le contaron a la justicia que fue un día a finales de los años 80 cuando el capo empezó a mascullar la idea de defenderse con bombas escondidas en carros. El detonante fue que sus primeros planes se filtraron hacia sus enemigos del cartel de Cali y le madrugaron con un ataque que desmanteló el edificio Mónaco, en Medellín, donde Escobar vivía con su familia. Entonces descartó una posible “asesoría” de libaneses o irlandeses y se quedó con la de la banda Eta.
Tras el asesinato de personajes como Rodrigo Lara Bonilla y Luis Carlos Galán, los organismos de seguridad lo declararon objetivo militar y él acudió al terrorismo indiscriminado para defenderse y sostener su guerra contra la extradición, así hubiera que “acabar con medio país”. “Don Pablo ordenó contratar al precio que fuera a esa gente”, dijo Popeye. Tras el primer acercamiento, Eta se mostró prevenida y reacia. Sin embargo, una vez Escobar les ofreció millones de dólares el pacto tardó una semana en concretarse.
Los cómplices del criminal describen el día en que el vasco llegó al calor de Nápoles, en el Magdalena Medio. Tras un día de safari y brindis decidió que el mejor lugar para dictar el curso de carros bombas era el hangar, en la cabecera de la pista de la finca. Escobar encargó a alias Pinina de buscar a los hombres con alma de sicario y conocimientos de electrónica que se convirtieran en su avanzada terrorista, y entre ellos a uno en especial, que se convirtiera en el instructor colombiano. Pinina le respondió: “Yo tengo un familiar que es el preciso para esta vuelta, porque está en la universidad y está para salir”. Durante un mes les enseñó a armar y desarmar carros bombas contra el tiempo, como si se tratara de un juego.
El día de la graduación hubo show de explosivos en la pista de aterrizaje para el Patrón y el Mexicano, José Gonzalo Rodríguez Gacha. Para el cierre tuvieron “el placer” de activar con un control remoto de aeromodelismo el primer carro bomba de la veintena que entre 1989 y 1993 cobró la vida de casi 200 personas y causó heridas a 1.500 más. A Escobar le gustó tanto la chatarra de aquel experimento que pidió exhibirla junto al carro baleado que la leyenda de Nápoles asegura perteneció a Al Capone.
De la conexión cartel de Medellín-Eln habló en enero de 1999 el entonces comandante de las Autodefensas Unidas de Colombia, el paramilitar Carlos Castaño, quien aseguró en una carta pública dirigida al Comando Central de esa guerrilla que tenía secuestrado a alias Cuco porque “hoy por hoy es un terrorista del Eln”. De Zabala no se volvió a saber, pero ya los elenos habían aprobado sus cursos. Los organismos de inteligencia del Estado reportaron después que quien consolidó esa conexión Eta-guerrilla fue Manuel Pérez Martínez, el cura español fundador y cabecilla del Eln, que además puso sus contactos al servicio de la llamada Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar.
La Policía verificó que el Eln había empezado a probar grandes bombas con una mezcla de clorhidrato de potasio y melaza, camuflada en cargamentos de abono. Ese fue el sistema con que mataron a nueve policías en Fontibón, Bogotá, en junio de 1997, mientras examinaban la carga sospechosa de un camión, detectado en un control vial y que los mismos uniformados llevaron hasta el edificio del comando.
Emulando a los terroristas de Escobar, los milicianos del Eln activaron oficialmente su primer carro bomba contra los seis pisos del edificio de Isagén en Medellín, sector de El Poblado, en la primera semana de diciembre de 1999. Según la Policía, usaron dinamita Slurry Indugel, camuflada en un Renault 18 blanco de placas KCJ-338. Fue en la madrugada. Causaron millonarios daños materiales y un vigilante herido. Con una escalada contra el sistema energético nacional, que incluyó el derribamiento de 150 torres de interconexión solo ese año, empezaron a acumular denuncias penales por terrorismo y violación sistemática del derecho internacional humanitario.
Una “máquina de terror”, como la llamó el viernes el presidente Iván Duque, tomada como referencia por las Farc, pues los documentos consultados por El Espectador hablan de que en el año 2000 Eta hizo de intermediaria para que esta guerrilla trajera al país instructores en terrorismo del Ejército Republicano Irlandés (IRA) para el uso de bombas en todo tipo de vehículos, incluidas motos y bicicletas, al igual que cilindros lanzados con propulsores. Esto se confirmó a mediados de 2001, al ser detenidos por el DAS en el aeropuerto El Dorado de Bogotá Martin McCauley, James Monaghan y Nial Connolly luego de visitar campamentos de las Farc.
Ese poder criminal derivó en el atentado de las Farc con carro bomba contra el Club El Nogal, en 2003, y otro dentro de la Escuela Superior de Guerra, en 2006, gracias a la infiltración de la guerrillera Marilú Ramírez, luego capturada y condenada. Ahora, dentro de las hipótesis que investiga la Policía en el caso de la Escuela General Santander está la de establecer si también hubo infiltración para establecer información del día a día de esa institución, como a qué hora se realizaba una ceremonia de condecoración de mujeres policías, así como las rutinas de la guardia en las puertas de acceso.
Los expedientes detallan el mercado negro en que se apoya el Eln para este tipo de atentados y que incluye ladrones de carros, fabricantes de placas, talleres de mecánica donde adaptan caletas y contrabandistas de explosivos capaces de infiltrar la industria militar en busca de anfo rosado o de conseguir en el mercado negro los menos potentes verde, amarillo, azul y blanco. El anfo es la mezcla de amonio, nitrato y fuel oil, combustible que contiene, por ejemplo, el ACPM, y se fabrica a partir de fertilizantes usados en la industria agrícola, lo que permite a los terroristas adquirirlos con mayor facilidad que los explosivos plásticos, más peligrosos de manipular. También consiguen materia prima, por ejemplo cordón detonante, a través de las fronteras con Ecuador y Venezuela.
Los expertos antiexplosivos de la Policía y el CTI de la Fiscalía, con el apoyo de perros entrenados, son la única esperanza para contener el terrorismo. Todos son graduados en academias del FBI y la ATF en Estados Unidos, pero aun así el factor sorpresa está a favor de los criminales, esta vez con el protagonismo del señalado guerrillero del Eln José Aldemar Rojas Rodríguez, el explosivista que llegó a la principal escuela de formación de policías dispuesto a suicidarse en una camioneta Nissan con 80 kilos de pentolita y causar la muerte de 21 personas y heridas a más de 80.
El mes de enero siempre ha sido escogido por la guerrilla del Eln para cometer atentados de alto calibre. El señalado autor del atentado contra la Escuela General Santander, José Aldemar Rojas Rodríguez, alias Mocho, hacía parte de la compañía Simacota, según la Policía, la principal célula terrorista de esa organización ilegal.
La primera incursión armada del Eln, el 7 de enero de 1965, fue en Simacota (Santander), con el objetivo de dar a conocer el “Manifiesto de Simacota”, con su “ideario político y social”. Ese día mataron a tres policías, dos soldados y un civil. Es decir, completan 55 años de ataques.
El 29 de enero de 2018, la célula Kaled Gómez Padrón se atribuyó el atentado con bomba contra la Policía en Barranquilla, que causó la muerte a cinco uniformados y heridas a 42. Ahora fue en Bogotá, el jueves 17 de enero de 2019, en el principal centro de formación de Policías de Colombia y de Suramérica, con saldo de 21 muertos y más de 80 heridos.
El factor enero, clave en atentados del Eln
El mes de enero siempre ha sido escogido por la guerrilla del Eln para cometer atentados de alto calibre. El señalado autor del atentado contra la Escuela General Santander, José Aldemar Rojas Rodríguez, alias Mocho, hacía parte de la compañía Simacota, según la Policía, la principal célula terrorista de esa organización ilegal.
La primera incursión armada del Eln, el 7 de enero de 1965, fue en Simacota (Santander), con el objetivo de dar a conocer el “Manifiesto de Simacota”, con su “ideario político y social”. Ese día mataron a tres policías, dos soldados y un civil. Es decir, completan 55 años de ataques.
El 29 de enero de 2018, la célula Kaled Gómez Padrón se atribuyó el atentado con bomba contra la Policía en Barranquilla, que causó la muerte a cinco uniformados y heridas a 42. Ahora fue en Bogotá, el jueves 17 de enero de 2019, en el principal centro de formación de Policías de Colombia y de Suramérica, con saldo de 21 muertos y más de 80 heridos.