Sandra Mora fue destituida en 2000 y once años después logró que la reintegraran. Acaba de ser ascendida a teniente coronel. /Cristian Garavito - El Espectador
Foto: Cristian Garavito/ El espectador
A esta mujer puede que le tiemblen las piernas, pero mantiene firmes sus pantalones. No se doblegó cuando la Policía la destituyó por su orientación sexual. Tampoco la desanimó lavar platos en un restaurante, ser mensajera de un parqueadero y celadora en un Surtimax. A los ocho años estuvo secuestrada y a los once la encontró su madre en una calle de Armenia comiéndose un banano robado en una tienda. A diferencia de la Sandra Mora del clásico salsero de Naty y su Orquesta, a Sandra Janeth Mora Morales le queda difícil llorar porque lo suyo ha sido enfrentar dificultades para superarlas.
Nacida en Villavicencio hace 45 años, su vida parece una película. Apenas era una niña cuando un grupo de delincuentes la raptó en Bogotá para convertirla en una pieza clave de sus delitos. Pasó tres años entre Cali, Pereira y Armenia, obligada a robar en almacenes y traficar con droga. Su familia no dejó de buscarla hasta que su madre recibió una llamada en la que la informaban del paradero de Sandra. Con el apoyo del DAS y el F2 (hoy Sijín), fue rescatada en la capital del Quindío y ese día, a pesar de su corta edad, descubrió su vocación: decidió que lo que quería para su vida era ser policía.
Por eso una vez recobró su vida familiar y se graduó como bachiller se presentó de inmediato a la Escuela General Santander de la Policía Nacional. Cuando obtuvo su primer grado de oficial fue promovida como comandante de protección de menores en Villavicencio. Luego se enfocó en la protección de dignatarios. Su carrera siguió en ascenso y en poco tiempo consiguió ser la primera mujer instructora de escoltas en la institución. Después trabajó como jefa de seguridad del hoy gobernador del Meta, Alan Jara, antes de que fuera secuestrado por las Farc en 2001.
Retornó a Bogotá y fue promovida como subcomandante de la estación de Tierra Linda, que tenía a su cargo el manejo de escoltas de ministros y embajadores. Se hizo jefa de un grupo de 675 hombres y recibió múltiples condecoraciones. Todo marchaba bien en su meteórica carrera hasta que en 1999 fue trasladada al Meta, donde empezaron los problemas. La primera orden que le dio el entonces coronel Mario Gutiérrez fue ejercer la comandancia del aeropuerto Vanguardia, en esa época asediado por el narcotráfico. “¿Puede o no puede, teniente?, preguntó el oficial con tono de desconfianza. “Como soy una mujer de retos, contesté: ¡Claro que puedo! A mí no me tiemblan las piernas’”, recuerda ella.
Cuando llegó al aeropuerto descubrió temas sensibles de corrupción en la Policía. Además imperaba el desorden. En siete meses logró grandes transformaciones y paradójicamente se volvió la consentida de Gutiérrez. “En ese momento yo tenía pareja, pero empezamos a tener problemas. En el mismo aeropuerto conocí a una piloto civil, no uniformada. Rompí la primera relación y me involucré con ella”. El 9 de octubre Gutiérrez la citó a su oficina y le dijo: “Teniente, sabemos que usted es una excelente profesional, pero también que tiene una relación, más allá de la amistad, con una mujer del aeropuerto”. Sandra lo reconoció sin temores.
Llevaban haciéndole seguimiento varios meses, tenían grabaciones de ella y su pareja. El coronel Gutiérrez le insistió en que si no terminaba con la piloto la iba a hacer echar, argumentando incluso supuestos vínculos con el narcotráfico y el paramilitarismo. En el fondo ella sabía que por esa relación no la podían sacar de la Policía, y por eso le contestó sonriente una y otra vez, aun con sarcasmo: “Primero, no termino con ella porque hace poco empecé. Segundo, usted me tiene que comprobar nexos con el narcotráfico porque usted sabe que no es cierto. No me presto para temas de corrupción y mi vida privada es aparte”.
Siete meses después el coronel Gutiérrez logró lo que quería. En mayo de 2000 Sandra pidió vacaciones y a su regreso, sin que nadie le diera la cara, se enteró de que había sido destituida. Un simple dragoneante le notificó su salida bajo un decreto de discrecionalidad, herramienta que da potestad a los comandantes de fuerza y al director de la Policía de retirar de la institución hombres o mujeres supuestamente asociados a temas de narcotráfico o corrupción. Ese día comenzó su calvario, pero también empezó su lucha por defender sus derechos personales y profesionales.
Con muchos tropiezos demandó a la institución y alcanzó a tener cuatro abogados que llevaron su causa sin resultados positivos. Las medallas y condecoraciones que había ganado con esfuerzo no le servían de nada, gastó dinero que no tenía, aguantó hambre como en sus días de secuestrada y hasta sus amigos le dieron la espalda. En medio de los apremios, le tocó vivir en un motel en el centro de Bogotá. En diversos momentos fue mensajera en un parqueadero, mesera en un restaurante, vendedora informal de productos naturales de Herbalife y lavó platos para ganarse la vida y pagarles a los abogados.
A pesar de las adversidades sorpresivamente empezaron a aparecer “ángeles de paso” que le tendieron la mano cuando más lo necesitaba. Así llegó a ser coordinadora de seguridad del supermercado Surtimax y después creó una fundación que todavía existe: Jóvenes Empresarios Mora Morales. A punta de esfuerzos terminó su carrera de administración de empresas y, trabajando y estudiando día y noche, en 2009 llegó su primera recompensa. Apareció en su vida Blanca Inés Durán, entonces alcaldesa de Chapinero, y le ofreció trabajar como interventora de proyectos de seguridad en la localidad.
De la mano de Durán, una de las primeras funcionarias en admitir abiertamente su homosexualidad, Sandra Mora logró rehacer su vida. No sólo terminó condecorada como la mejor interventora de seguridad en la compleja zona de Chapinero, sino que laboró en esa dependencia hasta el día en que llegó la noticia esperada: la de su reintegro a la Policía.
Ocurrió en enero de 2011. Estaba de compras en el centro comercial Andino con su pareja actual cuando recibió la llamada de un compañero del colegio que hoy ejerce como periodista. Había ganado su pelea en los tribunales.
Gracias al trabajo constante de su abogado y amigo, Miguel Ángel Villalobos, el Tribunal Superior del Meta falló en segunda instancia a su favor y ordenó su reintegro a la Policía, con el mismo grado que tenía cuando fue despedida. Además, la sentencia disponía que debían pagarle el sueldo que dejó de percibir durante los once años y medio que estuvo fuera de la institución. “Una cachetada para muchos”, comenta hoy Sandra Mora. Lo cierto es que el primero en reconocer que se había hecho justicia fue el entonces director de la Policía, el reconocido general Óscar Naranjo Trujillo.
“Hablamos más de una hora. Me costó mucho volver a entrar a la Dipol (Dirección de la Policía Nacional), donde me habían maltratado tanto, pero estaba feliz. Entonces me felicitó, resaltó que le llamaba la atención que nunca me hubiera ido en contra de la institución y agregó que esperaba de mí muchas cosas”, recuerda Sandra visiblemente conmovida. “Cuando regresé a la Policía encontré una institución transformada. Pasé a capitán, luego a mayor y luego quedé como jefa del grupo de poblaciones vulnerables en el área de derechos humanos, es decir, la oficial de enlace de la población LGBTI”, explica sonriente.
Desde entonces su carrera sigue en ascenso y la demostración de su compromiso es que el pasado martes fue promovida al grado de teniente coronel, con una de las mejores calificaciones de su curso. Hoy Sandra Mora lleva a cabo un encomiable trabajo en materia de inclusión social y diversidad sexual. Y, lo más importante, gracias a su intervención directa ha logrado frenar cinco procesos de retiro por razones de orientación sexual. En pocas palabras, ha conseguido que cuatro oficiales en el Ejército y uno más en la Policía vuelvan a sus instituciones, de las cuales fueron despedidos por prejuicios.
“Hay gente que piensa que los homosexuales somos locas. Seguramente los hay, pero sucede igual entre los heterosexuales. Soy una mujer lesbiana, pero eso no me hace perder mi feminidad. No creo tampoco que un hombre gay no pueda portar un uniforme, lo cual no significa que lo haga con posturas afeminadas. Lo claro es que portar un uniforme implica mucha responsabilidad. Defendemos nuestros derechos porque sabemos que tenemos deberes enormes”, reitera Sandra Mora mientras alista maletas para irse a Ibagué, al lado de su esposa, con la que ya lleva 15 años.
“El general Bedoya, mi ángel de la guarda”Tras las amenazas del coronel Mario Gutiérrez Jiménez, al primero que le contó lo sucedido fue al general Aldemar Bedoya Bedoya. Nueve años después supo que gracias a su declaración se hizo justicia. “Él es uno de los pocos hombres que voy a amar en mi vida. Encontró la verdad en medio de la oscuridad y siempre voy a estar infinitamente agradecida. Se convirtió en mi ángel”.
Gracias a ese testimonio, su caso, más que un logro para la comunidad LGBTI es un triunfo a la justicia con la reivindicación de derechos para todos aquellos que no se atreven a ser como son por miedo. Y como dice Sandra “cuando uno se aprende a amar a sí mismo aprende a defenderse”. Esa sentencia no solo abre un espectro para los homosexuales sino en el tema jurisprudencial.
Sandra Mora: de armas tomar
"Muchos se han aprovechado del decreto discrecional para dañarles la vida a hombres y mujeres de la institución”.
"A la patrullera que llevó el informe en mi contra me la encontré después de mi reintegro y llorando me dijo: ‘Cómo es la vida”.
"Tenía un conflicto espiritual, alegaba con el de arriba. Entré a varias iglesias, pero terminé en la católica, muy apegada de Dios”.
"No entré con resentimiento ni a vengarme de nadie. Entré convencida, ratificando mi vocación”.
"Siempre seré una gran defensora de la Policía. Soy una mujer que me hago ver por mi trabajo”.
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