Eduardo Umaña Mendoza, el precursor del litigio estratégico

Cada caso lo hacía emblemático, siempre en relación cercana y de igualdad con las víctimas, a quienes iba formando, en la defensa y reivindicación de sus derechos. Ese fue uno de sus grandes legados.

Adriana Barco y Jorge Molano*
18 de abril de 2018 - 09:03 p. m.
Eduardo Umaña Mendoza, el precursor del litigio estratégico

Formado dentro de una concepción de compromiso con la realidad social y con la transformación necesaria de la misma, fue abanderado con su padre, el maestro Eduardo Umaña Luna, en la presentación y reivindicación de las cartas de Derechos Humanos: Derechos del Hombre y del Ciudadano, Declaración Universal de los Derechos Humanos y Declaración Universal de los Derechos de los Pueblos. Desde las cartas de derechos vistas integralmente surge el humanismo social, que es la filosofía base de la que se alimentan y que transmiten mediante el desarrollo doctrinal, Eduardo Umaña Luna y desde el empoderamiento, José Eduardo Umaña Mendoza.

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La lucha por los derechos humanos fue su constante, participando en la creación de varias organizaciones, entre ellas el Colectivo de Abogados José Alvear Restrepo y desde allí, apoyado en estudiantes de diversas profesiones, a los cuales involucró en semilleros de estudio, empezó a dirigir dosssiers de derechos humanos que se utilizaban para presentar la situación de los mismos ante la comunidad internacional. Allí se abordaban todas las generaciones de derechos y, por supuesto, se orientaba desde la reivindicación de los derechos de los pueblos. 

Es así como el maestro José Eduardo realizó una serie de viajes en donde iba presentando de manera documentada y profunda la situación de vulneración de los derechos, contextualizando la realidad colombiana de manera vehemente y demostrable, pues los dossiers se realizaban consultando los expedientes judiciales, jurisprudencia de las altas cortes, doctrina, tesis universitarias, los periódicos nacionales y regionales más relevantes, los informes de las entidades oficiales, como Medicina legal, Banco de la República, Contraloría, Procuraduría e informes de organismos internacionales como Amnistía Internacional, ONU, Cepal y de organismos de defensa de los derechos humanos a nivel nacional, como Cinep y Justicia y Paz.

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Sin darle nombres rimbombantes, fue precursor de lo que después se llamaría el litigio estratégico. Cada caso lo hacía emblemático, siempre en relación cercana y de igualdad con las víctimas, a quienes iba formando, en la defensa y reivindicación de sus derechos. En su acción, enseñaba que las víctimas eran sujetos en la lucha contra la impunidad y no simples objetos de representación. Por ello no las suplantaba, ni sustituía. En sus acciones era radical (no dejaba de ir a la raíz de las cosas), buscando establecer el papel de los máximos responsables. Recurrentemente, apoyado en estudiantes, intervenía ante la Corte Suprema de Justicia, cuestionando la constitucionalidad de las normas del Estado de sitio, así como la ampliación del fuero penal militar y otras medidas que propiciaban la impunidad.

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Demostró y develó la articulación del poder económico, político, militar y la descarada complicidad del poder judicial, como artífices y benefactores de la represión, siendo esta una más de sus grandes enseñanzas. Pero, además, indicó como hacerlo con valor y dignidad, a pesar de la soledad concurrida que tanto tiempo le acompañó. Sin ceder o claudicar ante la persecución, ataques y amenazas. Con un valor inigualable. 

Cómo no recordar su amor y profundo conocimiento de la poesía y literatura, que afloraba en los actos cotidianos de la vida, así como en las vehementes intervenciones, en las que la oratoria y pasión en el uso de la palabra era desbordante. Con inocultable fuerza removía los sentimientos y fibras de quienes eran destinatarios de sus intervenciones. En foros y audiencias públicas, sin temor denunciaba los actos del poder, siempre con independencia y denotada profundidad, haciendo gala de su capacidad de estar informado y su conocimiento en cuanto a la existencia y funcionamiento de estructuras criminales, al interior del Estado.

Pero a todos los atributos del maestro José Eduardo se debe sumar la capacidad de llegar y conquistar a una juventud que tuvo que verse enfrentada a la dura realidad de violencia institucional del país. Su participación en la cátedra universitaria, su presencia en foros, en convocatorias de sindicatos, su presentación de los casos dentro de los estrados judiciales o ante los familiares de las víctimas de la violencia o de las víctimas mismas, son asumidos como espacios de formación y de empoderamiento en la reivindicación de los derechos humanos. 

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Esto lo llevó a participar en la fundación de varias organizaciones de profesionales en la defensa de los derechos humanos y de los pueblos, allí su nivel de exigencia era asumido con pasión y sentido de la responsabilidad. Él siempre fue claro en que más que activismo, en que más que contestatarios, se debía formar la mejor generación de profesionales al servicio de los sectores oprimidos. Combinaba la formación intelectual con la sensibilización, el compromiso y la fraternidad. Las cárceles, los hospitales, las escuelas y colegios, los barrios de invasión, las organizaciones populares, las universidades eran espacios de formación y acompañamiento permanente.

Era fundamental el recorrido del país, el conocimiento de las regiones, de la realidad de exclusión que se ve al recorrer su geografía y como también José Eduardo se comprometió y nos comprometió en ese conocimiento, desde la dimensión de los derechos de los pueblos. Desde la Alta Guajira, al Chocó, Montería y sus barrios de invasión, la rivera del río Bogotá, Antioquia, y sus distintos municipios, así como Ocaña, Barranca, Cauca, el Valle del Cauca, Nariño y los Llanos.

Quienes conocimos a José Eduardo como familiares y amigos, como alumnos, como poderdantes, como familiares de las víctimas y como contrapartes jamás podremos olvidar su abrazo comprometido, su risa sincera, su amable ternura, su desbordante sentido de la responsabilidad y su conocimiento integral. Sabíamos que no otra forma de morir se iba a permitir, era su convencimiento dar todo, entregar todo, hasta su vida misma. 

Su genialidad, su sentido del humor, el amor por la música, por la poesía siguen acompañando el caminar de quienes pudimos estar cerca de él, lo consideramos el encuentro más significativo de nuestras vidas y sabemos, como bien lo expresó, su padre, el maestro Umaña Luna, que es un hombre que ha trascendido a la historia, a la historia de la dignidad humana, del humanismo social.

La solidaridad, la dignidad, el compromiso, la entrega, la alegría y el amor, son esos grandes legados que dejaste sembrados, en quienes tuvimos la fortuna de recibir tus enseñanzas y formación. Gracias maestro, amigo, compañero, por tu vida y por lo que has sido en la historia de la lucha de los pueblos.

*Adriana Barco y Jorge Molano son ambos abogados y discípulos de Eduardo Umaña. Molano obtuvo un reconocimiento del Departamento de Estado de EE.UU. por sus más de 20 años de trabajo en la defensa de los derechos humanos; por razones de seguridad tiene medidas cautelares de la CIDH. Barco, por su parte, fundó junto con Eduardo Umaña Mendoza y otros la Corporación Servicios Profesionales Cominitarios Sembrar.

Por Adriana Barco y Jorge Molano*

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