La Siempreviva,Cristina Guarín, descansa en paz

Cristina Guarín es uno de los casos más significativos de los desaparecidos del Palacio de Justicia. Su familia la despidió, pero sigue exigiendo verdad.

Diana Durán Núñez
10 de septiembre de 2016 - 03:00 a. m.
René Guarín carga el féretro que le entregó la Fiscalía con los restos de su hermana Cristina.  / Cristian Garavito
René Guarín carga el féretro que le entregó la Fiscalía con los restos de su hermana Cristina. / Cristian Garavito

Este viernes 9 de septiembre, por fin la Siempreviva amaneció en un féretro propio y no en tumba ajena. Por fin quienes oraron por ella eran realmente su familia, amigos y conocidos. Cristina Guarín Cortés salió el 6 de noviembre de 1985 a trabajar en la cafetería del Palacio de Justicia, con 26 años, y en ese mismo espacio, donde ella fue testigo de la batalla campal entre el Ejército y el M-19, su memoria fue honrada el día en que hubiera cumplido 58. Así lo quiso el hombre que durante casi 31 años la buscó sin tomarse cinco minutos de descanso: su hermano René.

La ceremonia de la entrega de los pocos huesos que se hallaron de Cristina Guarín Cortés transcurrió en una mañana fría, de cielo sombrío y mucho ruido: justo al frente, en la Plaza de Bolívar, comenzaban los preparativos para un concierto que sus organizadores llamaron “La guerra del amor”, planeado como un homenaje a las víctimas del conflicto armado en Colombia. Víctimas como Cristina o la Siempreviva, como la bautizó Miguel Torres, el director de teatro que hizo una obra con su historia.

Este acto fue organizado por la Fiscalía tras la insistencia de René Guarín de que se cumpliera al pie de la letra la orden de hacer una entrega de restos digna, tal cual ordenó la Corte Interamericana en noviembre de 2014. “Ahora que discutimos el fin del conflicto debemos mostrar que en este país cabemos todos. Por eso hablaron la vicefiscal Riveros, el viceministro de la Cancillería Francisco Echeverry Leal, abogados de las organizaciones que nos han acompañado en todo este proceso, el hijo de Eduardo Umaña, Miguel Ángel Beltrán”, le dijo Guarín a este diario.

Beltrán, profesor universitario, llegó al Palacio de Justicia en su octavo de día de haber recobrado la libertad. La semana pasada salió de la Picota, en donde estuvo recluido desde agosto de 2015 hasta que la Corte Suprema determinó que él no era un colaborador de las Farc. Beltrán, contó él mismo, conoció a Guarín en la cárcel la Modelo de Bogotá en el año 88, cuando fue detenido por participar en una protesta sindical. Guarín estaba allí como integrante del M-19, guerrilla a la cual se unió, cuenta él, tras la desaparición de su hermana. Ambos eran estudiantes universitarios.

A Beltrán, como a las demás personas que intervinieron, no fue tan fácil escucharlo. Aunque la gente de la Fiscalía trató de evitar que se siguieran haciendo pruebas para el concierto “La guerra del amor”, la frase “1, 2, 3, ¡sonido!” interrumpía de tanto en tanto el momento que se vivía al lado de la Plaza de Bolívar, aunque no lo despojó de su solemnidad. El cielo seguía gris, pequeñas gotas de agua iban en compás con la tristeza de la ocasión y en la Plaza de Bolívar daban círculos unas bicicletas con unos carteles color naranja. En cada cartel había una letra. Al unirlas se leía: “Sin olvido”.

La entrega de los restos de Cristina, la Siempreviva, fue simbólica y trascendental para la historia de 11 familias que se volvieron una sola porque, de acuerdo con indicios o con pruebas contundentes, sus esposos, hijos o hermanos salieron con vida del Palacio de Justicia, fueron trasladados a la Casa del Florero y desde entonces nunca más se supo de ellos. “A los demás familiares de los desaparecidos les digo que indudablemente hay que persistir, no dar nunca el brazo a torcer. Recuerden que claudicar es peor que la muerte”, dijo René Guarín.

En teoría, los entierros representan el cierre de un ciclo y la transformación de un dolor profundo. La inhumación de los restos de Cristina Guarín, sin embargo, está lejos de representar el cierre del dolor de esas 11 familias y de varias más, como la del magistrado Carlos Horacio Urán, cuyo cadáver apareció dentro del Palacio, con dos tiros de gracia, a pesar de que hay videos que muestran que salió con vida luego de la toma y recuperación de la sede máxima de la justicia. Anahí Urán, una de sus cuatro hijas, estaba en la ceremonia.

Esta entrega e inhumación de restos está lejos de traducir una clausura porque ni los Guarín, ni los Urán, ni tantas otras familias que llevan 31 años con esta tragedia a cuestas han obtenido lo que más han pedido: la verdad. Los padres de Cristina, la Siempreviva, José Guarín y Elsa Cortés, murieron sin siquiera saber del paradero de los restos de su hija. La madre de Luz Mary Portela, otra de las desaparecidas cuyos huesos fueron hallados el año pasado también en el Cementerio Jardines de Paz, murió en la misma ignorancia por un cáncer de útero hace seis años.

“La entrega de los restos mortales de Cristina del Pilar Guarín, así como no significa la satisfacción plena del derecho a la verdad, tampoco significa la conclusión de la investigación penal. Nos queda mucho por indagar”, señaló en su discurso la vicefiscal María Paulina Riveros. Y continuó: “Encontrar sus restos nos aportó muchas luces sobre la realidad de la toma del Palacio de Justicia y nos lleva a estructurar nuevas líneas de investigación”. “Ojalá la vicefiscal Riveros cumpla su palabra”, expresó el hermano de Cristina, la Siempreviva.

En esta ceremonia, René Guarín le abrió un espacio especial a dos personas cuyas vidas también quedaron signadas con la tragedia del Palacio de Justicia: Alexandra Sandoval, la hija del magistrado Emiro Sandoval, y Camilo Umaña, el hijo menor de José Eduardo Umaña. Ambos son abogados, como lo eran sus padres. Por una entrega errada en 1985, hoy no es claro dónde están los restos de Emiro Sandoval.

Umaña, por su parte, fue el abogado que acompañó a los familiares de los desaparecidos desde que se hizo evidente que a 11 familias las unía el mismo dolor hasta el día de su asesinato, el 18 de abril de 1998. “En mi voz y mi memoria les pido adivinar la de mi padre, Eduardo Umaña Mendoza, quien estaría hoy junto a ustedes para seguir (…) Este caso es tal vez el más explícito de desaparición forzada que se puede documentar; sin embargo, la justicia no ha podido decidir responsabilidades definitivas. Todo parece abierto, nada concluyente”, expresó Camilo Umaña. “Eduardo Umaña debería haber estado hoy con nosotros”, dijo después René Guarín.

Al terminar el acto, René Guarín, con su pulcro traje negro, su corbata vinotinto, sus zapatos bien lustrados y cargando el pequeño ataúd de madera que contenía los restos de su hermana empezó una especie de peregrinación, por un camino marcado por pequeñas flores de color amarillo y naranja que horas antes habían sido pegadas en el suelo. Empezó frente a la Casa del Florero, el lugar a donde los militares llevaron los sobrevivientes del Palacio y de donde, se supone, Cristina Guarín y otros más fueron trasladados a otros lugares y luego desaparecidos. Cristina, la Siempreviva, por fin descansa en paz, en la capilla del Colegio Mayor de San Bartolomé en el centro de Bogotá.

Por Diana Durán Núñez

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